En 2023 subí a La Peñota dos veces y volví a México veinticinco años después. Se murieron Tuca y Turbón y todavía, casi seis meses después, me sorprendo cerrando la puerta del jardín «por si se escapan los perros». Vi por primera vez El cazador y releí Crimen y castigo. En 2023 me volví una madre con dos hijas mayores de edad. Cumplí 50 años y celebré un fiestón espectacular, en febrero en el jardín, con chimeneas y estufas de calor que casi no hicieron falta cuando nos pusimos a bailar. Cerré la fiesta bailando y cantando con mis hijas American Pie, la canción que cerraba siempre El Pilón cuando tenía la edad que tienen ahora ellas. Por fin me hice con mi trabajo nuevo, llegué al momento en que dejó de ser nuevo y se convirtió en algo de estar por casa que no aprieta, no incomoda y en el que sé cómo moverme. Escribí un texto para una exposición.He subido cinco veces a Cicely y he descubierto que mucha gente cree que mi pueblito perfecto se llama así, de modo que ya sé que hay mucha gente con poca cultura televisiva de los 90. Empecé a ver Doctor en Alaska y ya estoy en la cuarta temporada. Entre medias he visto Slow Horses, The Bear, Blue Lights y poca cosa más: cada vez veo menos televisión. Fui a ver Barbie y me pareció un truño aburridísimo, sobrevalorado y una tomadura de pelo, pero me encantó Ryan Gosling, por supuesto. Vi la última de Indiana Jones y me lo pasé bien. He leído treinta libros y si tuviera que recomendar sólo tres serían La luz difícil, In. y Volver la vista atrás. Lloré en la toma de posesión de Mónica como ministra. Estuve en la fiesta de Marcelo en San Pablo de los Montes y tomamos cava de Almendralejo en un mirador con vistas al Parque Nacional de Cabañeros. Di una charla en el Liceo Francés y otra en Kinépolis para mil adolescentes que se titulaba «Tú no lo sabes pero quieres ser editor de audio». Organicé una reunión de socios europeos en nuestras oficinas, que duró tres días y en la que yo era la persona de mayor edad. Viajé a Milán, Roma y Bruselas y no paré de hablar en inglés. Llevé a mis hijas a París. Y con ellas y con Juan volví a La Provenza ocho años después para hacer/ver las mismas cosas pero de una manera diferente. Llevé a unos americanos a Segovia y al Museo del Prado. Casi me mato en un canchal lleno de nieve pero no me puse histérica y estoy muy orgullosa de ello. Casi me mato en un canchal sin nieve, pero tampoco me puse histérica. Dos canchales diferentes. Vi Old boy, la película con el malo más malvado que he visto nunca. Odié Mirafiori, Fortuna y Aftersun, muy aclamadas por un público con el que claramente no comparto criterio. En mi calle reventaron las aceras y el asfalto tres veces en diferentes ocasiones a lo largo del año para obras variadas que, por lo visto, a nadie se le ocurrió hacer de golpe. Empecé a ir en bici al trabajo y ya casi no me da miedo. Se murió nuestra vecina y nos enteramos dos meses después. Dije adiós a la etapa colegial de mis hijas casi con más alivio y alegría que cuando fui yo la que dejó el colegio. Discutí con Juan por la monarquía, los referéndums y la manera de colocar las cosas en el maletero. He comido cinco veces en uno de mis restaurantes favoritos; tantas, que ya me dijeron «vienes tanto que ya es difícil sorprenderte». Clara cumplió 18 y le escribí 50 cartas para celebrarlo. Me operaron para quitarme un bulto que tenía en la espalda y me compré ropa nueva con mi nueva talla de pecho. Publiqué en SModa, en Babelia y en EL PAÍS. «Tú eres Molinos, ¿verdad?», me dijo Pepa Bueno al encontrarse conmigo en el estudio de Miguel Yuste. Salí en la lista de quinientas mujeres más influyentes de España entre Ana Rosa Quintana y Nuria Roca. Soñe varias veces con jubilarme y aún más frecuentemente con ir desnuda por la calle. Voté por correo una vez y otra acompañé a mi hija en sus primeras elecciones. He hecho ejercicio por la mañana una media de 4 días a la semana y lo he odiado todas y cada una de las veces. Una seguidora me regaló una camiseta con la frase «Desde tan abajo no explico» y le estoy dando vueltas a hacer una tanda de camisetas para vender/regalar. Llegué a la fiesta de Carlos y me dijeron «esta noche te van a acosar», me asusté pero luego resultó que el «acoso» era amigable y venía por parte de dos fans de Cosas que (me) pasan que me leen desde Luxemburgo. Me encontré con otra fan en el aeropuerto de Bruselas y otra más en la oficina de Correos de mi barrio. En Bruselas di un taller en inglés sobre monetización de podcasts y un desconocido me regaló tres bombones por responder a todas sus preguntas. Escribí el diario del viaje a París y el de La Provenza. Le regalé a Juan Tallón un libro con dos escritores famosos en bolas en la portada y aprovechó para sacar de ahí una columna. Yo he sacado este texto de copiarle a él la idea. Nos fagocitamos o, mejor, nos inspiramos. Sobre todo cuando no estamos discutiendo. Estuve en Viso del Marqués y en Calatrava la Nueva. Volé en avioneta sobre los Pirineos. Pinté la piscina enterita y volví a sentir la emoción del primer llenado del verano. Casi me baño en bolas en un torrente glaciar, casi. En un podcast trabajé con argentinos y de ellos aprendí la palabra enrostrar. Dejé un cuaderno y una pluma en mi mesilla y casi cada noche he anotado algo en él.
Mil palabras para recordar el 2023.
Buenos días, Ana. Casa vez que te leo pienso: esta mujer tiene una vida guay. Cómo disfrutas de tu gente, de tus viajes, tu capacidad para hacer reseñas, la posibilidad de relacionarte con personas de otras latitudes... Gracias por compartirlo. Para mí es una forma de vivir una vida bastante diferente de la mía. Todo lo bueno para ti en el 2024, Ana.
Feliz año, Ana. Fantástico resumen, ha sido un revulsivo. Que nos sigas inspirando. Un abrazo grande desde Barcelona.