Nací el 12 de febrero de 1973 en el Sanatorio del Rosario de Madrid. La primera hija para mis padres y la primera nieta para mi abuelo José Luis, que pensó que era tan guapa que a lo peor me robaban en el nido. (Hace diez años, cuando conté esto por primera vez, no sabía nada de los niños robados; ahora que lo sé, no tengo claro si mi abuelo sabía aún más de este tema de lo que se sabe ahora y por eso tenía miedo). Que yo sepa no me robaron y hoy cumplo cincuenta años, que es una cifra muy redonda, muy rotunda y que me coloca, sin ninguna duda, en la categoría de gente mayor. Soy mayor. «No, mujer, no digas eso, estamos en lo mejor». Sí, no tengo dudas sobre eso. No querría volver a tener treinta, no los echo de menos y creo que si no me muero de manera repentina, algo que le puede ocurrir a cualquiera, me quedan muchas cosas buenas y malas por pasar.
Hoy cumplo cincuenta años, soy mayor y en las últimas semanas he hecho una lista de cosas que he aprendido y que me ha parecido interesarte dejar apuntadas para conmemorar mi cumpleaños.
Sin orden ni concierto ni sentimiento, tal cual las he ido apuntando en mis cuadernos:
La gente que no discute con sus hermanos no es de fiar. Si no tiene más que palabras de halago hacia ellos puedes estar seguro de que tienen una relación tan estrecha entre ellos como la que tienes tú con el conductor de autobús que cogiste en primero de carrera para ir a la universidad.
Nunca sabemos nada de las relaciones de pareja de los demás. Y de la que menos sabemos es de la de nuestros padres. Estoy convencida de que hay una variante especial del «síndrome de Peter Pan»: la variante en la que gente de más cuarenta años sigue creyendo que sus padres han vivido siempre un amor de película, nunca han discutido y han sido absolutamente felices toda la vida.
Tus padres serán siempre unos desconocidos. Atreverse a conocerlos no es para todo el mundo.
Si puedes evitarlo, y me resulta complejo pensar un escenario en que no se pueda, no vivas jamás en una urbanización cerrada con piscina. Si te ves obligado por algo, no elijas jamás una de las viviendas que da a la zona de piscina o zona verde. Eso es el infierno, peor que vivir con vistas a la M-30.
No les diga a tus hijos lo que tienen que estudiar. No los manipules ni les digas cosas como «haz esto que tiene mucho futuro». El futuro no existe.
Haz siempre la cama antes de salir de casa.
Lleva siempre un cuaderno a las reuniones de trabajo. No, el portátil no es lo mismo. Una tablet tampoco. No es lo mismo.
Aprende a encender una chimenea y abrir una botella de vino. No necesitas nada más para pasar una buena tarde.
Ordenar la despensa como si fueras a participar en una competición es una estupidez que no dice nada bueno sobre tu capacidad para entretenerte.
No tienes ningún mérito ni ninguna responsabilidad en lo que sea que tus abuelos hicieron o dejaron de hacer. Tampoco eres responsable de la conquista de América, la Inquisición o ganar el Mundial.
Durante toda tu vida adulta se puede votar a todo el espectro político. Vas a equivocarte muchas veces, no pasa nada. Lo malo es equivocarse siempre, desde los 18 hasta los 80 y estar convencido de haber acertado siempre.
Cambia de opinión.
No presumas jamás de ser coherente como valor absoluto. Es muy fácil desmontar esa afirmación. No pasa nada, es imposible ser coherente todo el tiempo, con todo, siempre. Tampoco puedes volar ni tener ordenado el armario de los tuppers. Vive con ello.
Cuando alguien te da mala espina desde el principio es por algo. Confía en ese instinto. Me sobran dedos de una mano para contar los casos en los que esa primera sensación resultó ser falsa. De hecho, me sobran todos.
Si alguien te regala un libro que sabes que no vas a leer no lo guardes en casa «por si acaso Fulanito viene un día y quiere verlo». Fulanito olvidó qué libro te estaba regalando según lo pagó en la tienda. Dónalo.
Cuanto mayor eres, más tiempo necesitas para salir de casa desde que te levantas. No es que seas más lento, es que ya sabes que para lo que te espera fuera no merece la pena correr.
Por lo que más quieras: desayuna sentado, tranquilo y en silencio.
Nadie nunca necesita más tuppers de los que ya tiene: Necesita menos pero que cierren bien y no absorban la grasa.
De los dos días del fin de semana reserva por lo menos uno para no hacer nada, para no tener planes. Yo suelo reservar los dos pero es que a mí lo que más me gusta es mi casa.
Ve siempre a los tanatorios. Da pereza, siempre es mal momento y es facilísimo agarrarse a cualquier excusa para no ir. Ve. No es un compromiso social, tiene su sentido. Cuando te pasa a ti te das cuenta de lo que vale y después no recordarás a quién no estuvo, pero guardarás un cariño especial al que venció la pereza y la incomodidad y se acercó a decirte que estaba contigo en ese momento.
En el trabajo guarda todos los emails enviados. Te harán falta en el futuro. «Adjunto te reenvío el correo en el que te explicaba todo lo que dices que no sabías».
El rencor no es un defecto, es una virtud. No emponzoña el alma ni corrompe el espíritu. El rencor te mantiene alerta y evita que alguien vuelva a hacerte daño. Guárdalo, no lo pierdas. Recuerda a Iñigo Montoya.
La jubilación es un objetivo vital muy respetable.
Déjate las canas cuando quieras, cuanto antes mejor. No parecerás más mayor, parecerás la edad que tienes y cuanto antes te acostumbres mejor. Piensa en el dinero que vas a ahorrarte y, en el tiempo, eso sí que rejuvenece.
La gente que no discute con sus padres no es de fiar.
Ten siempre ropa de estar en casa, ropa con solera, que cuente tu historia, que sepa que en 1999 lloraste de dolor de ovarios, en 2005 te emborrachaste comiendo tarta y que te encanta cenar yogur griego con compota de manzana.
No tengas impresora en casa. Es un trasto y siempre está sin tinta cuando la necesitas. Además: tus hijos, que fueron los que pidieron tenerla, jamás cambiarán los cartuchos.
Controla tu afán consumista con respecto a los electrodomésticos. Antes de comprar nada, deja pasar el tiempo. Si cinco años después siguen en el mercado, empieza a planteártelo. Si no sabes de lo que hablo, mira a la roomba que tienes muerta de risa en alguna esquina de tu casa o la cafetera de cápsulas que ahora usas para dejar los trapos de cocina mientras decides si la llevas al punto limpio.
Lee en papel. No, no se lee igual.
Ninguna preocupación laboral, si la empresa no es tuya, vale una noche de insomnio. Piensa en todas las que has pasado ya. ¿Qué pasó con ellas?
El deseo de «llegar a algo en el trabajo» es una enfermedad, es una trampa. Huye. En el trabajo la única ambición que hay que tener es llegar pronto a casa.
El lavavajillas tiene que ser Fairy. Es más caro, sí, pero es por algo.
El Cuarteto de Alejandría hay que leerlo con más de cuarenta años.
No te cases por segunda vez. A partir de los cuarenta, y si ya has pasado por un matrimonio e hijos, aspira a ser novios: ése es el plan bueno.
Los amigos llegan y se van. O los echas o te echan. Muy pocas amistades son para toda la vida, pero que algunas tengan una duración limitada no quiere decir que no sean valiosas.
Un «te quiero» es verdad hasta que deja de serlo. Eso no implica que en su día fuera mentira.
Usa cepillo de dientes eléctrico.
Deja la mesa del desayuno preparada cuando te acuestes. Cuando te levantes y la veas, pensarás que alguien te cuida, aunque seas tú mismo. (Sé que esto suena a que merezco que me quemen las pestañas con un lanzallamas por cursi pero funciona).
Lleva un diario cuando viajas. No, no vas a acordarte de todo. No, ni siquiera mirando las mil quinientas fotos del móvil que no vas a ordenar nunca.
Si te pintas los labios todo el mundo te dirá que estás más guapa.
Aprende a posar para las fotos: se sonríe con todos los dientes, se baja la cabeza y se saca el mentón hacia fuera como si fueras una tortuga saliendo del cascarón. «Feels weird, look nice». Funciona.
Viaja mucho a Francia.
Que a ti te guste algo, que te apasione y que te esfuerces en enseñárselo a tus hijos no hará que a ellos les guste. A lo mejor sí, pero puede que no.
Haz listas de cosas que ya no existen para que no se te olvide que una vez tuvieron algo que ver contigo: palulú, microbuses amarillos, teléfonos de rosca, candados para esos teléfonos, galletas de vainillina de la Caja Roja, …
Cuando se dice de alguien que«es como es», ese alguien es siempre imbécil o un impresentable. Acabemos con ese eufemismo.
Hay que entusiasmarse con lo que te gusta. El entusiasmo es contagioso, divertido y de colores. No hay que confundirlo jamás con la intensidad, algo terriblemente cansino.
Escribe a mano. Con pluma, boli o lápiz, pero escribe. Escribe cartas, en un cuaderno o en papeles sueltos, donde sea pero escribe a mano.No, no vale lo mismo dejarlo en notas del móvil. No te acordarás igual.
La mentira más grande que nos contamos a nosotros mismos es: «no necesito apuntar esto porque seguro que me acuerdo». Esta no es mía (se la leí a Kevin Kelly) pero como sigo cayendo en esa mentira, la dejo aquí para recordarla.
Celebra tu cumpleaños.
Ésta la dejo en blanco... para lo que aprenderé este año.
Me encanta mi cumpleaños.
¡Me ha encantado leer este post! Tengo algunos puntos preferidos, pero me parece que el 3 se lleva el premio mayor.
16 y 42 son La Verdad Absoluta, y las canas también. Muchas felicidades, de una que lleva una temporada en la cincuentena.