Hasta hace seis meses tenía dos cuadernos en uso: uno de lecturas, para ir escribiendo sobre lo que leía y copiar las páginas con las esquinas dobladas, y un cuaderno diario en la mesilla de noche. Un buen día pensé1 que no quería seguir haciéndolo así y que si alguna vez alguien, en un futuro, lee mis cuadernos, quizá tenga más sentido que vea lo que iba leyendo en cada momento de mi vida. Si ese alguien llega a septiembre de 2024 se encontrará con que mis lecturas no tenían nada que ver las unas con las otras, mientras que mi vida corría paralela a ellas usándolas para zambullirse y escapar de las preocupaciones.
Al lío.
Mientras escribo, de Stephen King, llegó a mí porque cuando le dije a Bárbara Ayuso que quería leer alguna cosa suya me dijo: «Qué ilusión, te presto un par de ellos pero este te lo regalo». Cuando King ya es famoso, multimillonario y sobrepasa los cincuenta, un buen día le parece buenísima idea lanzarse a escribir un libro con consejos para escribir. Aunque seas millonario, famoso y tengas más de cincuenta años puedes tener malas ideas y esta es una de ellas: no porque el libro esté mal, ni mucho menos, sino porque el propio King confiesa en él que llegó a un punto en que esta obra le hizo muchísima bola y no sabía cómo continuar, cómo terminarla. Resulta que, como todos los que leemos estos libros con curiosidad ya sabemos, dar consejos sobre cómo escribir es complicado; hacerlo sin que sea un tostón, suene a obviedad o a consejo de todo a 100 casi imposible. Pasa con todo, uno puede saber hacer algo porque tiene facilidad, porque le sale con cierta naturalidad, pero explicarlo es otro cantar. Si te paras a pensar cómo haces algo muchas veces te das cuenta de que no sabes cómo haces aquello que se te da bien. Sí sabes cómo lo haces cada vez mejor, pero no qué es lo que en tu interior te empuja a saber hacerlo desde el principio.
El libro se estructura en tres partes: una primera de memorias sabrosa de cotilleos e interioridades que a mí me sirvieron para saber algo de su vida. A mi amiga Kar esta parte le interesó cero, pero a mí me pareció pertinente y, además, es amena. Saber, por ejemplo, que con diez años ya sabía que quería escribir y mandaba relatos a revistas me hizo pensar que está claro que King siempre tuvo vocación y que, además, sobrevivió al rechazo con tranquilidad, sabiendo que era por ahí por donde tenía que ir.
«A la edad en que todavía no hay que afeitarse, el optimismo es una respuesta perfecta al fracaso».
No podríamos ser más distintos. A la edad en la que yo no tenía que afeitarme el pesimismo era mi actitud vital, no solo frente al fracaso sino ante la vida en general. El optimismo llegó a mi vida muy tardíamente, a la edad en la que me dejé el pelo blanco, más o menos.
La segunda parte del libro se centra en los consejos para escribir propiamente dichos. La leí con interés y pensando si algo de lo que dice King podría aplicarse a lo que yo escribo, que no es ficción. Me gustó que lo primero que señala es que para escribir hay que leer mucho.
«Por otro lado, la buena literatura enseña al aprendiz cuestiones de estilo, agilidad narrativa, estructura argumental, elaboración de personajes verosímiles y sinceridad creativa».
La buena literatura, añado yo, te pone en tu lugar y a veces hace llorar de envidia mezclada con admiración al observar lo que un autor es capaz de hacer con las palabras.
King también explica que no hay que forzar el vocabulario, hay que ampliarlo pero sin esforzarse por elegir de la lista de sinónimos la palabra menos utilizada, porque en ese caso tu texto parecerá algo ajeno a ti, construido a martillazos para que encaje. Sobre la gramática, y teniendo en cuenta que se escribió en inglés, aconseja huir de los adverbios, algo que yo trato de evitar desde hace años con éxito desigual. Me gusta también que hable de rutina de escritura, de marcarse un límite de palabras, de páginas o de horas para escribir diariamente como método para conseguir algo. Eso es verdad: cuando este verano escribí el cuaderno de vacaciones, esa obligación diaria dejó muy pronto, al segundo o tercer día, de ser obligación y se convirtió en algo, si no fácil (porque no lo es nunca), casi rutinario, una tarea a la que me podía enfrentar sabiendo que habría algún resultado aunque no fuera perfecto.
«Escribir es una labor solitaria y conviene tener a alguien que crea en ti. Tampoco es necesario que hagan discursos. Basta, normalmente, con que crean».
La última parte es una crónica de un atropello que sufrió mientras daba un paseo cerca de su casa y que casi lo mata. Fue un accidente gravísimo del que salió con dolores imposibles, frustrado, aterrorizado y en shock. En esas condiciones decidió acabar este libro que cierra así:
«Ha habido muchos momentos en mi vida en que escribir ha sido un pequeño acto de fe, como escupirle a la cara a la desesperación. La segunda mitad de este libro ha sido escrita con ese espíritu. Me ha salido de las entrañas. Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida. Lo averigüé en verano de 1999, cuando estuvo a punto de matarme el conductor de una camioneta azul».
Mi brazo/ Un roble, de Tim Crouch, me lo traje de casa de Tallón porque Juan llevaba años hablándome de un relato en el que el protagonista decide un buen día, de niño, que va a mantener su brazo derecho en alto para siempre. Al llegar a casa y ponerme a leer lo primero que descubrí es que Mi brazo no es un relato, es una obra de teatro pensada para ser representada con un solo actor que, manejando fotografías proyectadas en una pantalla y una serie de figuritas, muñequitos, va contando la historia. Pensé además, con los datos de Juan, que era un relato de humor y tampoco. No voy a destriparlo, pero el protagonista, un chaval gordito con complejos que vive con sus padres y su hermano Anthony en la isla de Wight, decide un buen día que a partir de ese momento mantendrá el brazo derecho en alto. Es una decisión impulsiva, nada meditada, quizá resultado de cierta rebeldía o por querer llamar la atención en un hogar insulso, triste, que poco a poco se convierte en un propósito vital, en algo que define a ese chaval para siempre.
«No sé qué pasó para que me convirtiera en semejante hijo de puta».
Es una historia desasosegante. El chaval no te cae bien, no le entiendes y lo único que quieres es que baje el brazo, que deje de hacer el gilipollas por cabezonería, no quieres que se siga haciendo daño así mismo, pero llega un punto en el que te exaspera tanto su tozudez que ya te da igual. Estoy convencida de que Crouch quiere decirnos algo con esta obra, estoy segura de que si me tomo la molestia de bucear en internet encontraré sesudos análisis sobre ella y su significado más allá de la anécdota, pero me da muchísima pereza. No quiero saberlo, prefiero quedarme con el impacto que la historia tuvo en mí, con cómo la recuerdo y las ganas que me dieron de ver esa obra si alguien la trae a España.
Un roble, también incluída en el volumen, es otra obra de teatro aún más extraña que Mi brazo. No voy ni a hacer el intento de contarte de qué va, pero te diré que hay un padre, una niña atropellada y un culpable. También me encantaría que alguien la adaptara y la trajera aquí.
Esto me pareció una genialidad:
«PADRE: Morado. Se nos aceleró el pulso con el morado. Llamamos a la profesora de piano en marrón. Se nos puso un nudo en el estómago en verde. El policía se acercó por el camino en gris. Lo vimos llegar desde la ventana en naranja. Se quitó el sombrero al llegar a la puerta en dorado. Blanco. A Dawn le fallaron las piernas en blanco».
En septiembre, al editar un episodio de Qué estás leyendo (el podcast de libros de EL PAÍS). descubrí a Ignacio Martínez de Pisón del que no sabía nada más allá de su nombre y que era escritor. Me gustó, me cayó bien y recurrí una vez más a Juan para preguntarle si lo había leído y si me lo recomendaba. «Compra Enterrar a los muertos». Con esa confianza ciega que tengo en él, lo compré sin tener ni idea. En Enterrar a los muertos Martínez de Pisón narra una serie de acontecimientos de la Guerra Civil partiendo de la amistad entre el escritor americano John Dos Passos y el escritor y profesor José Robles Pazos. Se conocieron en un tren a Toledo en 1916 y fueron amigos hasta 1937, cuando Robles desapareció en Valencia, a donde se había trasladado con su familia para continuar con su labor de traductor para el gobierno. Las sospechas sobre su destino fueron en aumento hasta que se confirmó que había sido asesinado por los servicios secretos soviéticos. Dos Passos volvió a España al conocer la desaparición para confirmar su muerte pero se vió inmerso en una red de desconfianza entre el gobierno, los comunistas, los anarquistas y un conflicto cada vez mayor con Ernest Hemingway que les llevó a romper su amistad.
Si te interesa la Guerra Civil es un libro que te gustará; si no, puede ser un poco ladrillo. A mí lo que más me ha gustado es la historia de Robles y su familia, de la que no sabía nada. Y también esta descripción de Dos Passos de la tristeza de vivir en Madrid durante la guerra mientras se alojaba en el Hotel Palace (mi abuelo paterno también vivió allí en aquellos años: era el ingeniero del hotel)
«La entrada es triste; la cena una melancólica función. Es como estar en cuarentena. Nos sentimos como baúles colocados en el desván de alguien».
Lo que queda de luz, de Tessa Hadley, lo terminé en mi primera tarde de domingo en Madrid mientras, desde mi sofá, veía como se hacía de noche y me reflejaba en la cristalera del salón: un momento que encaja a la perfección con el tono general de esta novela, en el que se describe con minuciosidad la luz en todos los espacios en los que se desarrolla la trama. Alex, Christina, Lydia y Zachary son dos matrimonios amigos desde hace años. Alex y Zachary fueron al mismo internado, Christina y Lydia al mismo colegio y desde ahí han estado siempre unidos por unos lazos de amistad que, desde fuera, al lector le resultan un poquito forzados. El cómo se forman las parejas cuando tienen veintitantos años resulta también poco creíble, pero lo compras por el bien de la novela y porque las primeras cincuenta o sesenta páginas tienen una consistencia muy interesante en la que entras sin dudar, interesada por esos matrimonios consolidados, con vidas ya construidas que a esas alturas se mueven poco, se balancean como se puede mover un árbol mecido por el viento pero que no parece que vayan ni a partirse ni mucho menos a desarraigarse y cambiar de sitio.
«¡Ella y Alex eran tan distintos! Unidos por casualidad en su juventud, la casualidad de que él la escogiera por lo que creía que era ella. Desde aquellos inicios, ambos habían mudado de piel muchas veces. El matrimonio simplemente significaba aferrarse al otro durante la sucesión de metamorfosis. O no conseguirlo».
A partir de esas sesenta páginas el resto de la novela se construye con diferentes flashbacks muy bien trabajados estructuralmente por Hadley, con saltos en el tiempo que van encajando para que el lector tome cada vez más distancia. Es algo así como si en las primeras páginas hubieras estado viéndolos a ellos sentados en un salón, actuando solo en una habitación de una vivienda, y según avanzas en el libro fueras alejándote cada vez más hasta verlos interactuar por toda la casa a lo largo del tiempo y el espacio para comprender sus vidas al completo.
«A Christine le gustaba, le transmitía una intensa sensación de triunfo, ocultarle algo a su marido. Sabía que Alex no prestaba atención a sus opiniones y que no las sopesaba con las propias. Le gustaba hablar con hombres o que las mujeres le escuchasen: en compañía, le sorprendía que las mujeres se hiciesen notar con demasiada insistencia y en tal caso se retiraba a su privacidad, a su ironía. Christine luchaba mentalmente contra la indiferencia de Alex. Él no mostraba indiferencia hacia sus estados de ánimos o sus sentimientos, sino sólo hacia sus ideas. Si la amaba, era por lo que ella era inconscientemente. No se oponía a que Christine tuviese opiniones, pero eso no equivalía a que las escuchara como, por ejemplo, hacía con un libro que modificaba su forma de pensar».
¿Me ha gustado? Pues con moderación. Es una buena novela, entretenida, se lee con agrado e interés. Mi incapacidad para decir si me ha gustado está en que, a pesar de tener la edad que tienen ellos y haber estado casada, casi todo lo que les ocurre, piensan y hasta cómo hablan me resulta ajeno. Por supuesto que esto no quiere decir que para que una novela me llegue tenga que identificarme por completo con los personajes o lo que ocurre, ni mucho menos, pero en este caso me he sentido siempre al otro lado de un cristal, como si ellos estuvieran en un zoo y yo los viera actuar, pero sin entender por qué hacen lo que hacen. Me estoy acordando de que en una de mis novelas favoritas, Todo cuanto amé, de Siri Hustvedt, también hay dos matrimonios y un escritor y una artista, pero aquella novela me descolocó la vida mientras que ésta me ha dejado con una sensación de domingo por la tarde, cómoda pero intrascendente.
Septiembre transcurrió despacio, se fue apagando poco a poco de camino a octubre, un mes que me gusta, un mes en el que se cambia la luz, se apaga el día antes y leo más. A ver cómo se dan las lecturas.
He estado pensando que necesito darle un poco de orden a lo que escribo, por mí y por ti. ¿Qué significa esto? Pues que, a partir de este mes, las lecturas encadenadas te llegarán el primer miércoles de cada mes y los podcasts encadenados el tercer miércoles. Ese es el plan y mi intención es cumplirlo, pero ya veremos, porque luego lo mismo la vida me atropella y no es posible. Aun así, lo intentaré.
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¿Por qué he estado releyendo esos cuadernos? Pues porque he estado enviando unas tarjetas chulísimas que he diseñado para las socias fundadoras y en cada una he copiado una cita de esas que llevo años recopilando en esos cuadernos. Ha sido una lectura bastante curiosa ver quien era hace veinte, quince, doce o siete años.
Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Sobre "On writing" de King, muy diferente mi experiencia: me salté la biografía inicial pq no soy lectora suya (me gusta leer sobre mis escritores mitificados pero él no lo es) y me aburrió. Ahora, la final, tras el accidente me emocionó mucho pq parte del principio "escribir me salvó la vida", algo con lo q los q escribimos nos identificamos, aunque tal vez no tan literalmente como él. Luego toda la parte de técnica me pareció muy chula, en primer lugar pq ... escribe sin estructura!! Se va sorprendiendo a él mismo pq no sabe el final ni qué va a pasar ("la vida no tiene trama" y "la trama y la espontaneidad de la creación son incompatibles"). Yo también escribo así y pensaba "que lo estaba haciendo mal" pq todos los manuales/ el mundo entendido te dice q has de tener una estructura. Bueno, y mil cosas más bonitas de subrayar: "escribir es seducir", "escribe sobre lo q te gustaría leer", "escribe rápido y luego edita/escribrir es humano, editar divino"... bueno, es q pondría mil citas pero si alguien quiere, está aquí...
https://divagandodivagando.blogspot.com/2021/12/on-writing-de-stephen-king-escribir-es.html
Sobre "Lo q queda de luz", recuerda q hace poco hablamos de "Crossing to safety" de Wallace Stegner q tb va de la relación de dos parejas durante las décadas, y ese es el Gran Tema. Sin embargo en "Todo lo q amé", para mí las parejas son el fondo, el background del verdadero tema (apasionantísimo) q es la psicopatía del crío.
hugs
di
Yo sólo he leído dos libros de Stephen King. Mientras escribo, que no terminé pero que sí me interesó lo que leí y Elevación. ESE es un libro que tengo siempre presente. Y ese libro lo tienes que leer sí o sí, aunque yo no sea Juan Tallón, y si no sabes nada de él, mejor. Es un libro sencillo y sin pretensiones pero que, a lo tonto a lo tonto queda ahí, en el recuerdo. O al menos, en el mío.
A mi favor te diré que creo que no llega a las 170 páginas y que no es de terror.
¡Saludos!