A veces, cuando me enfrento a este texto pienso que siempre hago refritos de cosas que he leído, visto o escuchado y que, a lo mejor, debería ser original, única, dedicar tiempo a pensar algo verdaderamente diferente. A veces también pienso que me repito, que escribo siempre el mismo texto, las mismas ideas recicladas, pero cuando estoy a punto de cerrar el ordenador y no volver a escribir nada, pienso que esto se llama Cosas que (me) pasan y vuelvo a recuperar la confianza porque, además, ¿a quién le importa lo que escriba? O mejor dicho: lo que importa es lo que me apetece escribir a mí.
No he leído El arte de amar, del poeta romano Ovidio, y por eso el otro día me sorprendió encontrar esta cita de su obra en un artículo en el New Yorker:
“Don’t fake an excuse, either, for sticking around. Don’t check the calendar. Don’t keep looking over your shoulder back at Rome.”
El artículo se titula The new business of breakups y trata sobre eso, sobre el negocio montado alrededor de las rupturas amorosas. Mientras apuraba el té y miraba el reloj de reojo para ver si me iba a dar tiempo a terminarlo antes de ducharme y vestirme, pensé que ya tardábamos en hacer negocio de esto. Vivimos en una sociedad en la que cuando algo, (y esto ya lo he escrito varias veces), lo que sea, no nos gusta, nos molesta, nos pone tristes, nos incomoda, nos desagrada o nos duele, miramos a nuestro alrededor y abrimos internet para buscar una solución mágica que, de la manera más rápida posible, nos quite de encima esa incomodidad, malestar, disgusto, angustia, tristeza o dolor que nos aflige, que lleva afligiéndonos día y medio y que nos parece insoportable. El capitalismo feroz que empezó a captarnos por el aspiracionismo de tener un coche mejor, una casa en propiedad, ese jersey o esos pantalones de tal marca, dió un paso más y empezó a proponerte cambiar tu cuerpo para parecer más delgada, más joven, tener los dientes perfectos, los ojos del color que elijas, la nariz que prefieras elegida de un catálogo, los párpados ideales, las cejas impolutas, las pestañas increíblemente largas y el pelo que tú quieras. Después, cuando consiguió que dudes del valor de todo lo que eres y desprecies todo lo que tienes porque no es suficientemente bueno, fue a por tus sentimientos. Lo que sea que estás sintiendo está mal porque, si tienes dinero, el remedio para estar siempre bien está en tu mano. Si tienes ansiedad, medita y haz yoga nidra en un retiro especial de media hora que cuesta como media hipoteca o bájate esta app que en su versión gratis solo te servirá anuncios pero por 6 € al mes te enseñará a respirar para que no la tengas. Si estás triste pinta mandalas, sal a correr con un anillo de actividad que te diga a cada minuto lo que duermes, lo que comes, lo que respiras, lo que piensas y lo que sientes para que tengas así perfecto control sobre tus emociones... Y ahora, si te rompen el corazón, como he descubierto en el artículo, además de podcasts y libros y aplicaciones, resulta que hay toda una industria con retiros para corazones rotos, hoteles con semanas dedicadas a la curación del desamor y mil quinientos terapeutas distintos especializados en explicarte cómo sobrellevar esa nueva ruptura amorosa que te ha dejado del revés.
Lo sé, lo sé: Siempre ha habido rupturas amorosas y siempre ha habido gente lucrándose de ellas. Si fuera una escritora seria me habría documentado para poder explicar algo sobre brujas, adivinos y diversos mangantes que vendían «remedios de amor» o estafadores que por unas monedas explicaban la técnica perfecta para que el amante volviera, pero ni soy una escritora seria ni tengo tiempo para documentarme. Además, en esto todos tenemos experiencia, que levante la mano el que no ha tenido nunca una ruptura amorosa, y todos hemos intentado que aquello que nos estaba doliendo muchísimo, que nos parecía que no podríamos soportar y que no se iba a acabar nunca, dejara de dolernos de alguna manera. ¿Y cómo lo hacíamos?
Pues básicamente intentando distraernos, dando una turra impresionante a nuestros amigos y tratando de olvidar, para lo cual era muy importante seguir los consejos que ya daba Ovidio hace 2.000 años y que sirven igual ahora mismo. Hay que dejar de buscar excusas para seguir enganchado a esa relación; él hablaba de quedarse en Roma, pero en nuestra época sería obsesionarse mirando compulsivamente las redes sociales de esa persona, no mirar el calendario para ver cuántos días han pasado desde tu ruptura, y dejar de esperar que el otro o la otra vuelva. Ovidio también recomendaba buscarse una afición que valga para distraerse. O sentarse delante de la tele a ver pelis que te hagan llorar como si no hubiera mañana. Eso es más o menos lo que hemos hecho todos aunque siempre hay gente más melodramática a la que, a pasar estos trances, ayuda hacer grandes gestos. Mi amiga Guadalupe, por ejemplo, cuando un tal Lucas la dejó cuando estábamos en primero o segundo de carrera, después de las llantinas, las charlas interminables en las que todas le aseguramos que él volvería con ella y las sesiones de insultar al tal Lucas hasta agotar los calificativos, decidió que lo que de verdad iba a ayudarla era hacer una hoguera en el jardín con todo lo que tenía de él: cartas, fotos, una camiseta, un jersey, entradas de conciertos, ese tipo de objetos que, por entonces, se acumulaban en una relación. Hicimos la fogata, nos emborrachamos (aunque ahora ella lo niegue) y Lucas, por supuesto, pasado un tiempo se convirtió en historia.
Yo nunca he hecho una fogata de desamor pero sí he tenido rupturas amorosas dolorosas1. Lo he pasado mal, muy mal, pero nunca se me ocurrió buscar un remedio más allá de mí misma, un remedio que pudiera conseguir pagando. Sí, me habían dejado, me habían roto el corazón, me habían jurado amor eterno, había sentido amor eterno, amor especial, amor de ése que crees que existe en el mundo solo para que tú lo experimentes porque es tan especial que nadie más, nunca, en la historia de la Humanidad lo ha sentido, y todo se había roto en mil añicos dejándome destrozada, triste y sintiendo que el suelo había desaparecido bajo mis pies. ¿Cómo era posible? ¿Qué había pasado? ¿Qué era lo que no había visto, lo que había hecho mal? No podía ser, aquello tenía que ser un fallo de programación, un error que pronto sería subsanado. Yo también creía que el otro volvería, se iba a dar cuenta de lo especial que era lo nuestro y de que en el fondo me quería tanto que no iba a poder vivir, no iba a poder respirar sin mí. Yo también diseccioné mis relaciones hasta el último detalle para, unos días, confirmarme a mí misma que todo aquello había sido verdad y, otros, intentar encontrar en qué momento la cagué.
En el artículo leí sobre planes para una ruptura que, por lo visto, funcionan como los planes para el parto (otra cosa que tampoco tuve, yo fui allí a improvisar), coaches para ayudarte con el desamor, ¡dietistas de rupturas! que, sinceramente, me decepcionarían muchísimo si nada más entrar por la puerta de la consulta no te dicen «mira, come lo que quieras, helado, chocolate, chorizo de Pamplona, alubias de tu abuela o palmeras de chocolate, queso en vena o una bolsa de ruffles al jamón, lo importante es que comas algo que te reconforte y de la dieta ya nos preocuparemos en un par de semanas» porque, la verdad, estar con el corazón roto y tener que comer proteína y kale (que alguien me explique por qué, de manera voluntaria y sin que nadie le amenace con raptar a su hijo o cortarle los pulgares, come ese matojo) me parece de una crueldad que roza la tortura. Hay también hoteles que ofrecen «estancias sanadoras para rupturas» en las cuales te puede dar un masaje corporal exfoliante para librarte de cualquier resto de tu expareja. ¿Qué más? Hay una app que te guía, previo pago, por un curso con diecisiete módulos para convertir tu ruptura en un avance y hasta inyecciones de ketamina para reducir los síntomas de tristeza y depresión cuando te dejan.
Increíble.
La periodista se apunta a un retiro de tres días titulado Healing from Heartbreak: A Woman’s Path from Devastation to Rebirth que a mí, sinceramente, me parece algo a lo que no iría ni aunque me pagaran. Aparte del terrorífico nombre no entiendo el propósito. Si hay algo bueno en una ruptura (hay muchas cosas buenas, pero eso solo lo ves pasado el tiempo) es que te permite ser maravillosamente egocéntrico. Lo único que importa en el mundo es tu ruptura, tu dolor y hablar todo el tiempo, con todo el mundo, con todos tus amigos que se pongan a tiro, de tu increíble historia de amor. Que, por supuesto, era la más especial jamás vivida en la Tierra y cuyo fin te ha causado a ti más dolor que a nadie. ¿Para qué vas a querer ir donde haya otras personas compitiendo por esa medalla de oro en las olimpiadas del desengaño amoroso? Ya que tienes dolor quieres protagonismo, nada de ser actor de reparto en tu propio sufrimiento. Mucho más sentido tiene la visita que hace la periodista (que, por cierto, se llama Jennifer Wilson y se dedica a investigar esta historia cuando un rollo que ha tenido durante unos meses la deja por un mensaje de whatsapp) a un terapeuta del duelo. A él le pregunta cuál es el peor duelo y él le da la respuesta perfecta: el tuyo.
La periodista pasa meses documentándose sobre el tema, viajando a hoteles, probando apps, terapeutas, consejos, escuchando podcasts y audiolibros y probando dietas. Al final, en la cocina londinense de la enésima terapeuta y mientras toma un té contándole su ruptura, dando la turra aunque sea periodista y lo disfrace de documentación, se da cuenta de que siempre elige hombres que no le importe que la dejen.
Vuelve a Nueva York y escribe: «No hay atajos mágicos. Al día siguiente de volver a casa, volví a correr en el parque, una vieja costumbre que decidí retomar». Sentí cierta envidia de Jennifer, que ha podido pasar su ruptura haciendo lo que Ovidio recomendada: viajar, distraerse y, lo que digo yo, comentar con todo el planeta su ruptura y encima cobrar por ello.
No hay que dejar que nadie saque beneficio de tu dolor. No hay caminos cortos ni soluciones mágicas para los sentimientos. Lo que ha merecido la pena, aunque fuera corto, duele cuando se pierde y el dolor siempre hay que atravesarlo, no se puede rodear, aunque sea difícil, aunque quieras ignorarlo y saltártelo, aunque creas como Doc, el personaje de Cannery Row, de John Steinbeck, que «Es fácil decir: “El tiempo todo lo cura y esto también pasará…” ; “la gente olvidará…” ; y cosas como ésa cuando se trata de algo que no te afecta. Pero cuando te afecta no pasa el tiempo, la gente no olvida y tú estás en medio de algo que no cambia»2.
Al final, antes de lo que crees, de lo que creemos, se pasa, se acaba, se olvida y te das cuenta de que sí que podías vivir sin esa persona.
Tampoco ha sido para tanto, que al releer veo que se me ha ido la mano con el drama: Duras, duras he pasado por dos. Pero claro, tampoco he tenido una vida amorosa como para que hubiera muchas más.
Hay que leer Cannery Row. Está en mi top 3 de libros favoritos pero no es fácil de encontrar.
Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Has pensando en suscribirte? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Tendrías acceso a este despelleje y a todos los demás, al club de escucha y al chat. La próxima sesión del club es hoy, 19 de enero y en el chat estoy compartiendo cosas de Orbela. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita y varias tarjetas necesarias para tu vida con frases como “Me quiero ir a casa a leer” o “Desde tan abajo no explico”. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
No vale que antes de las 8 de la mañana de un domingo ya me esté comprando online Cannery Row porque acabo de leer las Uvas de la Ira y lo citas como imprescindible. Eso sí, en inglés, no he encontrado nada en español...
“el dolor siempre hay que atravesarlo, no se puede rodear” y mejor ni intentarlo, porque si no, la niebla que te envuelve cuando finalmente lo atraviesas es más espesa, más larga y huele peor. Palabrita del niño jesú.