Con algo de retraso aquí traigo las lecturas encadenadas de julio, un mes que no se terminaba nunca y en el que, como todos los años, laboralmente parecía el fin del mundo hasta que te paras y piensas: pero, vamos a ver, ¿a qué esta agonía por terminar cosas si cuando vuelva en septiembre seguirán aquí estas u otras igual de importantes e intrascendentes? En cuanto a las lecturas encadené libros que no tenían nada que ver entre ellos, cada uno con una procedencia diferente y que llegaron a mis manos en el momento adecuado.
Cuando tenía 13 ó 14 años cayó en mis manos IT, de Stephen King, en una edición de Círculo de Lectores. Ni sabía quién era Stephen King ni de qué iba el libro ni me asustaron las casi mil páginas: por aquel entonces tenía muchísimo tiempo para leer. Recuerdo el miedo que pasé y una escena de sexo en un coche que en ese momento de mi tierna adolescencia me dejó bastante sobrecogida. ¿Eso era lo que se sentía? Desde entonces no había vuelto a leer nada de King, no por desinterés sino porque no se me había ocurrido. A principios de julio, al pasar por la estantería de la escalera por la que paso veinticinco veces al día, vi Historias Fantásticas y me dije: pues mira, es un buen momento. Es una colección de relatos que me han gustado mucho: algunos, como el del planeta de las dunas asesinas, me recordó a Bradbury; y el último del volumen, El brazo, se parece muchísimo, muchísimo, muchísimo a Mañana y tarde, de Jon Fosse, que leí hace un par de meses. Se parece tanto tanto que me puse a averiguar de qué año eran cada uno para saber quién se había inspirado en quién. Por si alguien tiene interés, el cuento de King es anterior: es de 1981 mientras que la novela de Fosse es del año 2000. No paro de dar la brasa a distintos buenos lectores de mi entorno para que hagan esas dos lecturas y poder contrastar mi sorpresa, pero por ahora ninguno me ha hecho caso. Volviendo a los relatos, me gustó mucho, me entretuvo, me interesó y, sobre todo, me admira cómo King sabe escribir para meterte dentro de la historia con dos párrafos, atraparte y sacarte de ella en el momento justo dejándote mirando al vacío y pensando: ¿qué ha pasado? Como cuando vas en una montaña rusa.
La casa de Jampol, de Isaac Bashevis Singer, llevaba tanto tiempo en la estantería que, cuando mi mirada tropezaba con él, me sentía culpable y pensaba: a lo mejor debería regalarlo. No sé por qué me preocupo: al final siempre les llega el turno. Creo recordar que lo compré en la Cuesta de Moyano porque en algún momento leí a Muñoz Molina hablar de este autor.
Me ha gustado muchísimo. Singer nació en 1903 en una zona de Polonia que, por entonces, formaba parte de Rusia, y más adelante se crió en Varsovia. En 1935 huyó a Estados Unidos, donde vivió el resto de su vida hasta 1991. Era hijo y nieto de rabinos. La casa de Jampol es la construcción de todo un mundo alrededor de la figura de Jakob Calman, un comerciante judío en un pequeño pueblo polaco que empieza a prosperar en 1865, después de la rebelión de los nobles polacos contra los rusos. Es un tipo listo, espabilado para los negocios, que empieza a ver oportunidades y las aprovecha. Al mismo tiempo es profundamente religioso y quiere lo mejor para su mujer y sus tres hijas, a las que busca maridos adecuados para ellas y también para él. A partir de su vida y sus relaciones familiares, Singer construye un universo completo de personajes relacionados entre sí por amoríos, por intrigas, por odio, por conveniencia, por compasión. Cada uno de esos personajes tiene una personalidad completa y compleja que da sentido a sus decisiones, equivocadas o no, que el lector acepta porque tienen sentido, lógica. Hay que prestar atención a la construcción de la trama y al mundo interior de esos personajes, la lucha entre la religión tradicional y la progresiva secularización. Últimamente, ya lo comenté cuando leí La casa de caramelo, de Jennifer Egan, se me olvida cuánto se puede disfrutar de una buena y verdadera ficción.
La casa de Jampol es una buena novela para disfrutar de un mundo que nos es ajeno, una especie de Downtown Abbey de judíos polacos, ricos y pobres, religiosos y ateos, hombres y mujeres. La recreación de esa sociedad me recordó a Crimen y castigo, que releí el verano pasado. Me llamó la atención cómo los personajes femeninos son muchísimo más íntegros, más serios, más responsables. Ellos, los hombres, están dominados por la lujuria, el egoísmo, la avaricia o el deseo de poder: son todos débiles.
«Era un cálido y soleado día de septiembre. Corría el periodo que los campesinos denominaban Babie Lato - verano de la mujer -, el periodo en el que el aire transportaba sutiles aromas, olor a paja, olor a pino, olor a tierra».
Aún nos queda el teléfono, de Erica Van Horn, me lo recomendó Tallón hace meses, un día que quedamos a desayunar de improviso. «He venido en el tren leyendo esto y te va a gustar». Lo compré en La Guarida, la librería de Cercedilla, junto con otros cuantos que, espero, vayan cayendo durante el verano. Aún nos queda el teléfono es un libro muy breve en el que Erica Van Horn, que tiene 70 años y vive en Irlanda, cuenta historias de su madre, que tiene 96 y vive en Estados Unidos. Las dos juntas llevan años redactando el obituario de la madre, que considera que es un trabajo que hay que dejar hecho antes de morir, dejando claro por qué quieres que te recuerden y cuáles son los logros que a ti te parecen importantes.
«He estado tratando de recordar cosas sobre mi madre ahora, mientras viva. Me da miedo que cuando muera mis recuerdos adquieran una pátina distinta. Ella quiere contar su vida a su manera. Yo necesito recordarla a mi manera. Necesito aferrarme a las parte de ella que me generan ternura y necesito recordarme aquellas cosas que me resultan molestas. A mi madre le interesa su versión de los hechos. A mí me interesan los detalles. Estoy recopilando las cosas que puede llegar a olvidar».
La ausencia de un ser querido está sembrada de detalles que en su vida, o en la convivencia diaria, son invisibles y pasan desapercibidos pero que, cuando desaparecen, dejan un hueco gigante y, sobre todo, inesperado.
«La panera de mi madre está llena de bolsas de plástico. El pan no se guarda en la panera. El pan se guarda en el congelador».
Cuanto más invisible es el detalle, más grande es su vacío.
Me gustó mucho.
El invencible verano de Liliana, de Cristina Rivera Garza, estaba en esa remesa de libros comprados para el verano. Me lo recomendó Almudena Barragán un tórrido día de julio en el que quedamos por la tarde a tomar un café aprovechando que ella había venido de México para pasar una semana celebrando el cumpleaños número 100 de su abuelo. Almudena es periodista en El País México y está especializada en información sobre violencia contra la mujer en Latinoamérica, ha seguido varios casos de madres que buscaban a las hijas que les desaparecieron, etc. Esa tarde nos sentamos a charlar y, por supuesto, yo le hablé del podcast de La Casa Grande y ella a cambio me recomendó este ensayo de la escritora mexicana Cristina Rivera Garza, que además ha ganado este año el Premio Pulitzer.
En estas memorias, reconstrucción, obituario, crónica de un duelo que no termina nunca, Cristina Rivera Garza recuerda a su hermana Lilliana, asesinada por su exnovio en julio de 1990. Liliana tenía veinte años y estudiaba Arquitectura en Ciudad de México. Era joven, lista, atractiva, querida por sus amigos y su familia, era independiente, tenía inquietudes, las cosas claras y, sin embargo, no fue capaz de salir de la relación con su primer novio. Digo «no pudo» y no «no quiso» porque para lo que me ha servido escuchar La Casa Grande mientras terminaba este libro es para entender que no es tan fácil salir de una relación así; de hecho, no es nada fácil, es complicadísimo y lo era aún más hace treinta años. Para Cristina, para sus padres y para los amigos, a la tragedia de la muerte se suma el drama de no haberlo visto venir, de no darse cuenta, de sentir que si ella no se lo contó quizá fue por algo que ellos hicieron. Les arrasa la culpa de no haber hecho nada para ayudarla porque ni siquiera se dieron cuenta de que necesitaba ayuda.
«Aquí mismo, por donde pasamos hoy. Un pie sobre una huella. Muchas huellas. Más pies. Nos confundimos ahora. Los pies que se ajustan a las siluetas invisibles de otros pasos. Las siluetas que se abren para dar cabida a nuestros pies. Somos ellas en el pasado, y somos ellas en el futuro, y somos otras a la vez. Somos otras y somos las mismas de siempre. Mujeres en busca de justicia. Mujeres exhaustas y juntas. Hartas ya, pero con la paciencia que solo marcan los siglos. Ya para siempre enrabiadas».
El invencible verano de Liliana es tristísimo y durísimo. Después de treinta años Cristina decide hablar con sus padres de Liliana, decide pedir el expediente policial y se atreve a abrir la cajas con todos los papeles y cuadernos de Liliana para reconstruir sus veinte años de vida a través de sus escritos y también las cartas y recuerdos de sus amigos. Al final, son los padres los que escriben y se te encoge el corazón.
«Yo a Liliana le di mucha libertad. Como a ti. Siempre he creído en la libertad porque solo en la libertad podemos conocer de qué estamos hechos. La libertad no es el problema. El problema son los hombres». (Esto lo escribe el padre, 30 años después)
Después de la publicación del libro, a Cristina le llegó una pista sobre el asesino. Había muerto a los 53 años ahogado en California, donde llevaba viviendo treinta años con un nombre falso.
¿Estamos mejor que hace treinta años? Sí.
«A gran parte de los feminicidios que se cometieron antes de esa fecha (México, 2012) se les llamó crímenes de pasión. Se le llamó andaba en malos pasos. Se le llamó ¿Para qué se viste así? Se le llamó una mujer siempre tiene que darse su lugar. Se le llamó algo debió haber hecho para acabar de esa forma. Se le llamó sus padres la descuidaron. Se le llamó la chica que tomó una mala decisión. Se le llamó, incluso, se lo merecía. La falta de lenguaje es apabullante. La falta de lenguaje nos maniata, nos sofoca, nos estrangula, nos dispara, nos desuella, nos cercena, nos condena».
¿Estamos bien? No.
Julio terminó con primicia y privilegio. Pude leer, un mes antes de que esté disponible, El mejor del mundo, la nueva novela de Juan Tallón, que saldrá el 4 de septiembre. No quiero adelantar mucho porque lo mejor que tiene Juan es siempre la sorpresa. Juan es como ese amigo que nunca sabes qué va a contarte pero con el siempre sabes que pasarás un buen rato, que te sorprenderá, te interesará, te hará reir y, a veces, emocionarte. ¿Se parece El mejor del mundo a Obra Maestra, Rewind o cualquiera de sus novelas anteriores? No. Juan da aquí un salto para contar la historia de Antonio Hitler, un tipo ambicioso, peleado con su padre, que quiere triunfar en los negocios, en la vida, ser el mejor del mundo. Uno de los méritos de esta novela está en cómo Juan consigue que el lector, en este caso yo, sienta al principio mucha distancia hacia Antonio, con el que no comparte nada ( o no quiere reconocer que comparte), para poco a poco ir encariñándose con él, comprendiéndole. Quieres acompañar a Antonio en el giro que da su vida para ver a dónde va. El mejor del mundo está lleno de Juan, de la vida diaria de todos, desde el pollo empanado para cenar a cómo todos reconocemos los ruidos de nuestras casas o cómo es la luz que ilumina el pasillo de nuestra casa cuando nuestra pareja está en el baño con la puerta abierta. ¿Son detalles importantes para la novela? Lo son para construir una vida, para dotarla de peso, realismo y consistencia. En la vida de Antonio podríamos estar todos. Leed a Juan siempre.
Y con esto y un bizcocho, volveré en septiembre con todo lo que estoy leyendo estas vacaciones, que se me están dando muy bien.
Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Hola Ana, muchas gracias por tu post.
Para mí Bashevis Singer es un escritor imprescindible. Y aunque sus libros inciden una y otra vez en los mismos temas, judaísmo, exilio, familia, me resultan siempre muy interesantes si los voy espaciando. "El certificado" es muy recomendable para empezar con él, por ejemplo. Y como relato, "La destrucción de Kreshev" también es recomendable (aunque desasosegante).
Gran autor que, además, ganó el primer Premio Nobel de Literatura escribiendo en yiddish.
Respecto a la violencia contra las mujeres en México, recomiendo "Las muertas" de Jorge Ibargüengoitia (no necesariamente ejercida solo por hombres). Un librazo
Y qué curioso lo del relato de Stephen King y "Mañana y tarde". A mí este último me encantó así que buscaré el que comentas para contrastar.
Que bien que te ha gustado el libro de Isaac Bashevis Singer! Tenía un poco de miedo por si te resultaba pesado lo del mundo judío y sus tradiciones, aunque esto es lo que le confiere su exotismo. Te recomiendo los relatos de Nueva York y Varsovia, ( por cierto hay uno que se llama “ Mujeres” , donde ves que las mujeres si tienen sus vicios) , y luego “El mago de Lublin “y otro autobiográfico , “ Amor y exilio” que recuerda de alguna manera a “ Un cuento de amor y oscuridad “ de Amos Oz. Y por cierto, “La familia Moskat”, muy complejo…. No pararía , porque es uno de mis favoritos y me acompañó desde pequeña! Me alegro que lo has descubierto!