Bueno, bueno, bueno, qué ganas tenía de escribir esta entrega de Lecturas Encadenadas. Marzo fue un mes de lecturas fantabuloso. Leí mucho y muy bien. De cinco libros, cuatro fueron un completo éxito, una ristra de lecturas para recomendar sin parar y para todos los gustos. Hacía mucho tiempo que no tenía un mes tan estupléndido de lecturas. No sé como ha sucedido porque de los cinco libros, tres ni siquiera estaban en mis estanterías cuando empezó el mes. ¿Qué probabilidades había de que tres lecturas estupendas llegaran a mi vida a la vez y me encantaran? Muy pocas.
Al lío.
En febrero Tallón vino a Madrid a una presentación. «Vente». «Voy». «No puedo ir». «Pues vaya». Presentaba un libro de Sergi Pàmies y cuando le pregunté cómo había ido y si tenía que leer a Pàmies me dijo: «Por supuesto, busca por ahí de segunda mano sus primeros libros». Confío en Juan porque me ha descubierto grandes lecturas e incluso cuando no acierta me da tremendas alegrías, como cuando me recomendó el peor libro que he leído nunca y cuya lectura me permitió escribir un despelleje memorable. (Está muy mal autocitarse, pero como la falsa modestia no sirve para nada, aquí enlazo esa cumbre de mi prosa destructiva).
Según terminamos de hablar, busqué y en Wallapop encontré Infección. Lo leí del tirón en el avión a Roma y lo disfruté tanto tanto... Me ha gustado muchísimo, me ha encantado. Creo que desde que leí Manual para mujeres de la limpieza, de Lucia Berlín, y Los cuentos escogidos de Shirley Jackson, no me habían gustado tanto unos cuentos. Los relatos de Pàmies son brillantes, agudos, divertidos, ingeniosos y están muy bien escritos. Sé que la expresión «muy bien escritos» puede parecer simplona, pero es que esto es algo que, ahora mismo, muy pocas veces se puede escribir así de rotundo sin mentir. Pàmies maneja el lenguaje como le da la gana y lo utiliza para llevarte a lugares que, antes de leer su cuento, nunca en tu vida habías imaginado. Parte de una situación normal, cotidiana, prosaica, algo incluso simplón y puede que hasta ridículo en su nimiedad, para de ahí, poco a poco, ir construyendo una ficción tan extrema y extraña que al salir del cuento dices: «Vaya viaje…», pero te descubres con una sonrisa en la cara y queriendo contárselo a alguien. Me ha recordado un poco a David Foster Wallace por ese uso de la cotidianeidad, de elementos conocidos como las calles, las personas, las situaciones, de una manera completamente nueva y diferente. Es como si al entrar en una habitación todo lo que hay en ella fuera conocido pero todo estuviera utilizado de una manera que jamás habías imaginado: sillas como tenedores, platos como alfombras, lámparas como sofás. ¿Extraño? Extrañísimo. ¿Interesante? Mucho. Si además todo presenta una armonía, en este caso de lenguaje, y una belleza inesperada... ¿Qué más le puedes pedir a un cuento? Ya te lo digo yo: nada.
El otro día lo comentaba con una amiga: estoy harta de novelas de autoficción ancladas en una realidad a la que le falta ponerle el nombre y apellido del autor y de su novio, novia, ex marido, jefe o amante para saber que te están contando su vida. Me encanta la literatura basada en la vida de los escritores, adoro a Roth, a Richard Ford, a Auster, a Natalia Ginzburg, a Jean Paul Dubois y a muchos otros que usan su vida para construir literatura, pero no puedo más con gente que cree que su vida es literatura. Por eso me ha gustado Pàmies, porque ahí no hay nada de vida, todo es ficción llevada al extremo y, además de todo lo comentado, con un sentido del humor maravilloso. No puedo más tampoco con intensidades y el continuo «drama de vivir». No pido carcajadas y chiste fácil, pero quiero ironía e ingenio y sentido del humor, quiero que lo que leo me lleve a un sitio que no conozco, que no imagino, no a mi armario de los tuppers. No me había dado cuenta de que echaba tanto de menos el sentido del humor hasta que leí Infección y pensé: qué gusto.
Contaba en los encadenados de febrero que en uno de los libros había una faja en la que Sergio del Molino comentaba algo como «desde la primera página sabía que era una obra maestra». Eso es lo que me pasó a mi con Infección; tras el primer relato, que se llama El alma de la lubina, pensé: «Joder, qué bueno es esto».
«Cada vez que intenta escribir, dibuja. Se sienta, toma la estilográfica, piensa en la primera palabra para empezar un cuento, pero, cuando toca la hoja en blanco, la mano se le escapa».
Aún así no me confié, porque con los relatos nunca sabes si han puesto el bueno al principio para engancharte y desde ahí todo va ir a peor. En Infección todos son buenos aunque, por supuesto, si tuviera que hacer un ranking tendría clara mis preferencias. Podría seguir escribiendo sobre Infección pero no quiero extenderme más. Solo dejo aquí otra muestra de la maestría de Pàmies, en este caso con esta descripción que hace en el relato Fosforescencia de esos primeros besos que te das con alguien, cuando solo tocarte te provoca un millón de escalofríos.
«Cuando dos lenguas se abrazan como si hiciese mucho tiempo que no se hubieran visto ¿cómo se dice?, se pregunta. Cuando las bocas, los cuerpos, son vestíbulos de hotel con millares de personas que corren, que reclaman, que se saludan, que pierden la maleta, que dejan mensajes en recepción, que celebran el nacimiento de un hijo, la victoria de un equipo, el regreso de un amigo, la llegada del primer hombre a la luna, ¿cómo se dice?»
Corred a Wallapop o la biblioteca y leed Infección.
Mi amiga María Jesús me regaló Tengo algunas preguntas para usted, de Rebecca Makkai y la acompañé a la Fundación Telefónica cuando presentó junto con la autora esta novela que tiene todo para ser entretenida: un crimen, un podcast y un internado, pero que lo consigue solo a medias. La protagonista es una podcaster de éxito que veinte años después vuelve al colegio donde estuvo interna para dar un curso de creación de podcasts y se encuentra con que una de sus alumnas ha decidido que el tema de su proyecto será investigar la muerte de su compañera de cuarto, Thalia.
¿Es la novela de tu vida? No, es regulera y se le ven todas las costuras. Es, como diría mi hija Clara, una novela «sin más». La primera parte con Bobby recordando cómo era su adolescencia, sus traumas y demás tiene un pase, aunque da mil quinientos rodeos para contar cualquier cosa. La segunda, centrada en un relato pormenorizado de un juicio, es un continuo ir y venir hasta llegar al TÍPICO giro de guión final de cualquier thriller: ¿Quién es el asesino? Si Makkai hubiera sido menos ambiciosa en su propósito de contar mil intensidades sin interés y se hubiera centrado en la trama «cluedo» sería una novela vacacional perfecta.
«Nos abrazamos como viejos amigos, porque lo éramos. No hace falta haber sido amigo de alguien para ser viejos amigos después».
Cuando le dije a Tallón que Infección me había gustado tantísimo me dijo. «Ja, ya tengo regalo por tu cumpleaños». (Breve inciso de contexto de estos regalos: Cuando Juan y yo empezamos a ser amigos no nos regalábamos nada porque no éramos amigos que se regalan cosas. Cuando llegamos a esa etapa, a ser amigos de los que se preguntan «¿dónde me recomiendas ir de viaje de novios?» o se piden favores como «necesito que cuando me veas en este acto se note muchísimo que somos muy amigos» empezamos a regalarnos libros. Al principio, intentábamos -yo más que él- regalarnos, si no el mismo día del cumple, por lo menos en febrero, porque los dos cumplimos en la misma semana. Según nuestra amistad fue estrechándose más, ese plazo fue dilatándose y, por ejemplo, el año pasado le envié su regalo en octubre. Por supuesto la gracia de ese retraso es poder, de vez en cuando, soltarnos pullas del tipo «¿y mi regalo?»). Este año, con mi entusiasmo por Pàmies se lo dejé facilísimo y un buen día abrí el buzón y ahí estaba: Debería caérsete la cara de vergüenza, el primer libro de Pàmies.
Este volumen es también de relatos y, aunque también es fabuloso, le falta un pelín de la brillantez y madurez de Infección. Aún así, como digo, está lleno de hallazgos e ingenio. El relato que da nombre al libro es impresionante. No voy a contar más. No voy a repetir lo que ya he dicho antes de Pàmies, pero si quieres leer cuentos que te sorprendan y se queden contigo, es tu autor. Pero empieza por Infección.
Dejo aquí esta perfecta definición del pre-divorcio:
«Conclusión: llegados a este punto de mutua indiferencia era inútil soportarse eternamente»
También por mi cumpleaños, mi amigo Pablo me regaló El color de las cosas, de Martin Panchaud. Otro gran éxito lector, me gustó muchísimo y es, con mucha diferencia, el tebeo más original en su planteamiento formal que he leído nunca. Cada personaje está formado por dos círculos concéntricos de diferentes colores y todo se ve desde arriba, con una perspectiva extraña a la que crees que no vas a poder hacerte pero a la que te acostumbras y acomodas. A mi me dió la sensación de ir descubriendo poco a poco las claves para interpretar los dibujos y me sentí un poco como cuando aprendí a descifrar los jeroglíficos del periódico con mi abuela. Solo las partes más específicas cuentan con una perspectiva frontal, llamémosla normal.
Aparte de la innovación formal, la historia está muy bien. Simón es un chaval de 14 años al que su madre, que se dedica a hacer tartas, le manda a entregar un pedido al vecindario. A partir de ahí, y por una serie de circunstancias fortuitas, se desencadenan una serie de acontecimientos que cambian la vida de Simon y también su manera de ser, de enfrentarse al mundo, de apreciar la realidad.
Es un tebeo redondo en forma y fondo que te recomiendo muchísimo, sobre todo si ya eres lector de tebeos. Si es un formato que te resulta ajeno quizá no sea el mejor principio. Si vas a empezar con los tebeos, empieza por Maus, una obra maestra.
La última lectura del mes también fue un regalo de cumpleaños: La casa de caramelo, de Jennifer Egan. De esta autora americana ya leí, hace unos años, su novela más famosa: El tiempo es un canalla, que me gustó mucho. Me lancé a leer La casa de caramelo, como hago siempre, sin leer la contraportada, sin buscar reseñas ni referencias, a cuerpo gentil, a ver qué me encontraba. Y lo que me encontré fue otra ficción original y diferente que me llevó, durante mis vacaciones en Cicely, desde los años sesenta hasta el 2035 a través de las vidas entrelazadas de sus personajes. No es una novela coral ni una saga familiar aunque sí lo es, no es ciencia ficción ni nos cuenta una distopía aunque sí lo es, y en ella se mezclan la primera persona, la tercera y hasta un capítulo narrado a través de unas instrucciones. Leyendo esta novela no paraba de pensar: ojalá ser tan lista y tan brillante como Jennifer Egan. No es envidia ni ambición, ni siquiera interés en intentarlo, es admiración.
«Si un análisis acaba con un misterio, es que no era tal; sólo nuestra ignorancia hacía que pareciera misterioso. Igual que el relato de un crimen después de saber quién es el culpable. ¿Alguien relee una novela policiaca? El cosmos, en cambio, ha sido un misterio para el ser humano desde mucho antes de que supiéramos nada de astronomía o del espacio, y ahora que lo sabemos lo es aún más»
Es curioso que mi descubrimiento de los relatos de Pàmies, el tebeo de Panchaud y esta novela de Egan se hayan encadenado en mis lecturas. Los tres autores parten, como ya te he dicho antes, de la realidad más prosaica para, a partir de ella, crecer y crecer y crecer en fondo y forma para llevarme a lugares que desconocía y a los que he llegado gracias a su imaginación. Esa es la magia de la literatura.
Ha quedado largo pero era necesario.
Lo he pasado tan bien, lo he disfrutado tanto, que me enfrento a los encadenados de abril sabiendo que la decepción me espera a la vuelta de la esquina. Hasta los encadenados de abril.
Extraordinaria glosa de uno de mis escritores preferidos. Conocí a Pàmies en una cafetería de Sitges en la que presentaba su libro L'Instint, que me dedicó con la frase "Per l'Agustí instintivament! Por eso recuerdo que fue el día de los inocentes del año 94. Desde entonces, además de leer sus libros anteriores, casi todos de relatos exceptuando alguna novela, leo puntualmente, casi el primero, todas sus publicaciones; la última de ellas, "A la una seran las tres" ("seran" va sin acento en catalán) que, como no , es excelente. Sergi Pàmies, hijo de la escritora Teresa Pàmies y del político Gregorio López Raimundo, es además traductor (de Apollinaire y Amélie Nothomb como autores más conocidos), escribe artículos semanalmente en La Vanguardia, siempre con su toque de humor, colabora en programas de radio y televisión y es prescriptor de series y programas de TV entre otras cosas. Otro escritor fantástico, en la linea de relatos cortos con humor del bueno, es Quim Monzó. Incluso tiene un libro publicado conjuntamente con Pàmies. Monzó hizo público su hartazgo con el pirateo prometiendo no escribir ningún libro más, promesa que ha cumplido. Al igual que los de Pàmies, sus libros están también traducidos al castellano. Un abrazo y felicidades, como siempre, por tu blog.
Excelente aportación para la lista de lecturas pendientes, gracias.
Maus también es el que siempre recomiendo para los que se inician en la lectura de tebeos.... así pensando en las últimos tebeos que me han gustado, y si tu "camello comiquero" no te lo ha recomendado, apunta Ronson.