Qué maravilloso fue el mes de agosto, las vacaciones, el tiempo libre, las vistas, la comida, las siestas, la compañía, escribir cada día el cuaderno de vacaciones. Ya casi no me acuerdo, agosto ha muerto aplastado por el trabajo, el trabajo, el trabajo, el trabajo, el trabajo. Menos mal que siempre me quedará la lectura.
No más lamentos. Al lío con las lecturas encadenadas que hay mucho y muy bueno. Ya sabes que escribo esto para que lo leas entero incluso si no tienes la más mínima intención de seguir mis recomendaciones. Me gustaría que lo leyeras solo por el placer de ver qué cuento.
Ya conté en julio que de manera casual me reencontré con Stephen King y me apeteció seguir con él. Mi amiga Bárbara Ayuso es una fanática de este autor, así que le pedí que me recomendara dos o tres obras suyas para leer con criterio y no lanzarme a tontas y a locas. Se presentó con tres libros para dejarme: una novela, un ensayo y una colección de relatos. Decidí empezar por Cementerio de animales, que devoré en un par de tardes en los sofás de Cicely, con el rumor de los Juegos Olímpicos de fondo. Me sumergí en ella sin saber nada, pero al terminarla entendí por qué es una de sus novelas más famosas. Es una grandísima historia de terror construida a la perfección, alternando periodos en los que todo es armonía con otros en los que estás aterrorizado. Esa alternancia provoca que, como lector, te pases toda la novela con el corazón en un puño porque ya no te fías de King. La vida diaria de la familia Creed, el padre médico, la madre ama de casa, los dos niños ideales haciendo cosas de niños ideales y muy listos, la casa estupenda, el paisaje, todo es maravilloso hasta que empiezan a ocurrir acontecimientos que hacen que vaya torciéndose. «No, no, no… por ahí no», piensas. Pero claro, no tiene sentido porque te has metido en una historia de King para pasar un poco de acojone, no para que esto sea La Casa de la Pradera. Es como si vas al parque de atracciones y te subes a la montaña rusa pero luego dices: «a mí lo que me gusta es cuando va por lo planito». Pues chica, para eso sube a las barcas esas de troncos que van por el río ese asqueroso de agua marrón.
No puedo contar nada del argumento porque entonces te lo reviento, pero te recomiendo sin duda que leas Cementerio de animales. A lo mejor eres una de esas personas que, por desconocimiento, cree que las novelas de King son terror sin más, que no hay buena literatura ni nada de interés para ti. Te equivocas. No pasa nada, aquí estoy yo para decirte que te lances a descubrirlo. Cementerio de animales me gustó muchísimo, me lo pasé fenomenal. Y, además, si caíste en el hype de Mariana Enríquez y su supuesto terror en Nuestra parte de noche, que es un libro al que le sobran 200 páginas, no te puedes perder a King para saber lo que es escribir terror bien sin que sobre nada.
«Sin duda se equivoca quien piensa que existe un límite para el horror que puede experimentar la mente humana. Por el contrario, parece ser que, según van cerrándose las tinieblas, empieza a actuar una especie de multiplicador que, por poco que nos agrade admitirlo, la experiencia demuestra de múltiples maneras que, cuando arrecia la pesadilla, el horror engendra horror, que una desgracia fortuita acarrea otras, acaso provocadas, hasta que el horror lo llena todo. Y tal vez la incógnita más estremecedora sea cuánto horror puede soportar la mente humana sin perder la facultad de lúcido raciocinio».
De Leila Guerriero no había leído nada salvo algunas columnas sueltas en EL PAÍS. Este invierno, al editar un episodio de Qué estás leyendo (el podcast de libros de El País) en el que la entrevistaban, descubrí que me caía bien, me interesaba lo que contaba y hasta me apunté una recomendación que hizo, El ladrón de orquídeas, que me compré al segundo y que me gustó muchísimo. Por todo esto, y porque me lo había recomendado gente con criterio, compré su último libro, La Llamada, en la librería La Guarida, de Cercedilla. Me gustó muchísimo, se nota que Leila Guerriero está curtida en literatura de no ficción anglosajona por el manejo que tiene de la información, por cómo se preocupa de contar lo que ocurre detrás, cómo ha conseguido los datos, las entrevistas haciendo que el lector entienda el interés que ella tiene por esa historia, consiguiendo así hacer que a él también le interese y quiera seguir avanzando en la lectura. Silvia Labayru es argentina y cuando tenía apenas 20 años, en diciembre de 1976, fue secuestrada por los militares argentinos y llevada a la ESMA donde fue torturada, maltratada y después obligada a parir en una mesa a su hija Vera que, por lo menos, fue entregada a su familia. Siguió secuestrada y fue violada por varios militares aunque estaba en un régimen un poco extraño que le permitía salir a ver a su hija, a su marido, viajar a Brasil, Estados Unidos o Uruguay. Cuando fue liberada se exilió en España donde vivió más de treinta años, tuvo varias parejas, otro hijo, una vida. Fue repudiada por el exilio argentino que consideraba que si había sobrevivido era porque delató a otros o fue cómplice.
Leila Guerriero reconstruye la historia de Silvia Labayru a través de horas y horas de conversación con ella y con un montón de amigos, familiares y conocidos de Silvia con los que intenta contrastar toda la información. El mérito de Leila, y es enorme porque lo consigue, es intentar mantenerse lo más neutral posible y trazar un retrato objetivo de todos ellos. Les deja hablar, los describe y los confronta a la versión de los otros. Ella no opina sobre lo que ocurrió, pero sí señala lo que no cuadra o las sensaciones que tiene hablando con ellos: si cree que mienten, si cree que olvidaron, que maquillan la realidad, que se sienten tristes, alegres, preocupados, lo que sea. De Silvia traza un retrato bastante equilibrado, no hay hagiografía. Ella no cae bien, tampoco cae mal, es como si gracias a lo que hace Guerriero, la vieras en todas sus facetas, con todas sus contradicciones, como las tenemos todos. Estoy pensando que, si eso se pudiera decir, Guerriero hace un retrato cubista de Silvia, quiere que la veamos en todos sus planos, aunque choquen y no encajen, porque así es como somos todos. Quiero señalar también un recurso de Leila (tomado también de la literatura de no ficción anglosajona) y es cómo siempre da detalles de las entrevistas: cómo las hace, si son por teléfono, por videollamada o en persona; cómo es el lugar en el que se reúne con los entrevistados; como van vestidos, si se les ve cansados o alegres… Todos esos pequeños detalles que permiten, como he dicho antes, que el lector se involucre en la investigación y pueda también formarse una opinión: a quién cree, quién le cae mejor, de quién se fía.
Silvia se salvó porque su familia era la que era y porque era guapa, pero ¿colaboró con los militares? No importa, nadie que no estuviera allí puede juzgar eso. Para sobrevivir y para evitar el miedo todos haríamos de todo, incluso lo más impensable.
Me ha gustado muchísimo este párrafo que se repite casi palabra por palabra a lo largo del libro, que deja clarísimo su propósito y también sus limitaciones. Me parece una genialidad:
«Entonces, a lo largo de cierto tiempo, nos dedicamos a reconstruir las cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas pasaran, y las cosas que dejaron de pasar para que pasaran esas cosas. Al terminar e irme, me pregunto cómo queda ella [Silvia] cuando el ruido de la conversación se acaba. Siempre me respondo lo mismo: “está con el gato, pronto llegará Hugo”. Cada vez que vuelvo a encontrarla no parece desolada sino repleta de determinación: “Voy a hacer esto y lo voy a hacer contigo”. Jamás le pregunto por qué.»
Hay que leer La llamada, es uno de los libros del año pero con razón. Y si ya lo has leído, o cuando termines, te recomiendo la entrevista.
De Kallifatides en 2021 me encantó Otra vida por vivir, un ensayo autobiográfico en el que contaba cómo había decidido dejar de escribir. Theodor Kallifatides es griego, pero se exilió en Suecia después de la II Guerra Mundial y ha vivido allí toda su vida, escribiendo casi toda su obra en sueco.
Campesinos y señores, la novela que compré también en La Guarida, forma parte de una trilogía ambientada en la II Guerra Mundial en su país natal. Comienza con la llegada de los alemanes a Yaos, un pequeño pueblo en el interior del país. El libro se estructura en tres partes, que van, poco a poco pincelado el pueblo y sus habitantes; después los estamentos de poder (la iglesia, la política, los ricos); y una última que titula Los años difíciles, dedicada a los conflictos entre el pueblo y esos estamentos y los alemanes. La situación es de guerra, de ocupación militar, pero todo está impregnado de costumbrismo, de esa manera de hacer la vida de los griegos tan particular y que aplican a su nueva situación de pueblo ocupado. Todo está impregnado de un humor muy negro y, a veces, escatológico. Hay además grandísimos personajes: el loco del pueblo, el terrateniente, el maestro, el herrero, el matarife, el judío, los hijos del albañil. Todo un universo.
«Si un yalita viaja al extranjero, suele encontrarse entre los más bajos que se muestran ahí voluntariamente. Entonces se consuela diciendo que es alto para ser yalita. Un verdadero yalita no se compara más que con otros yalitas».
Esto hace que, si bien en un principio me recordó a Cantos de sirena, de Charmian Clift, lo que en la escritora inglesa era superioridad moral aquí aparece como retrato fiel por parte de Kallifatides de sus compatriotas. No hay condescendencia y sí crítica y aceptación. Hay además un componente político muy importante, porque Kallifatides deja clara su postura frente a los políticos griegos que vendieron el país tras la guerra. Me ha gustado mucho, así que continuaré con los otros dos tomos.
«Algunos líderes cayeron en la contienda, por supuesto, pero la mayoría son hoy ciudadanos adinerados. Unos pocos incluso llegaron a ser parlamentarios y ministros cuando terminó la guerra y Grecia tuvo su primer gobierno “inglés”. Hay que agradecérselo a Churchill, aquel gran hombre cuyas memorias siguen siendo un éxito de ventas para vergüenza de todo el que sea capaz de sentir vergüenza. Aunque quizá no haya tantos».
Terminé el mes con El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez. También de él había leído el año pasado Volver la vista atrás, que me gustó mucho, así que decidí seguir apostando por este autor colombiado a ver si lo nuestro se convertía en una relación estable. Y ya te puedo confirmar que sí, porque El ruido de las cosas al caer me ha gustado aún más, no le sobra ni le falta nada. Es una novela bonita: sé que esto puede parecer vacío, como no decir nada, pero es que es así. El narrador, Antonio Yammara es un joven profesor de derecho en Bogotá, la ciudad en la que ha vivido siempre, incluídos los años duros de Pablo Escobar y la violencia desatada en sus calles. En unos billares conoce a un señor, Ricardo Laverde, con el que charla de manera superficial de vez en cuando pero al que su vida quedará ligada para siempre. Ese acontecimiento que los une transforma a Antonio y ahí la novela da un giro que resulta inesperado para el lector, que viaja al pasado a conocer la historia de Colombia con otros personajes que llenan el espacio, porque Vásquez es un gran constructor de personajes. Ahora, mientras escribo estas líneas, tengo todavía en la memoria las casas que habitan, la ropa que llevan, cómo hablan. Vásquez escribe realidad, si se me permite decirlo así.
Es una novela de descubrimiento, una saga familiar, una crónica colombiana y una historia de amor. No quiero contar más porque hay que llegar a ella virgen, sin tener ni idea, para ir entrando en la historia poco a poco, de la mano de Antonio que va llevando al lector hasta el centro mismo de lo que le ocurre a él y a Colombia. No te la pierdas.
Me ha encantado esta frase que Ricardo Laverde le dice a Antonio al poco de conocerse y que yo usaría en el trabajo casi cada día.
«Mire Yammara, me cortó con voz pausada pero firme, “yo mi vida no se la cuento a cualquiera. No confunda el billar con la amistad, hágame el favor”».
Y para cerrar, esta cita, que es muy muy cierta.
«No hay manía más funesta, ni capricho más peligroso, que la especulación o la conjetura sobre los caminos que no tomamos»
Leed a King, a Leila Guerriero, a Kallifatides y a Vásquez.
Agosto fue un gran mes de lecturas.
Agosto fue un gran mes. Sin más. Voy a echarlo mucho de menos.
Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Hola Ana!!!!
Mil gracias por tus recomendaciones. Agosto ha sido un gran mes, un mes maravilloso, y tu cuaderno de vacaciones ha sido un placer más que he podido disfrutar a diario, gracias.
Pero sólo escribo para decirte la envidia que me da pensar que acabas de redescubrir a Stephen King y los maravillosos placeres que aún te quedan por vivir. Yo, que he leído y releído todas sus novelas, desearía empezar desde la casilla de salida para poder volver a disfrutar virgen desde el principio. De verdad espero que te divierta y te aterre tanto como a mí!!!
Un saludo,
Carmen.
Yo descubrí también a Juan Gabriel Vásquez el año pasado, me encantó, y tengo su nuevo libro esperando en parrilla de salida.
Me los apunto todos, pero lejos de dssmontarlas, sigo alimentando mis listas...
Gracias!