Esta semana en el HOLA he leído «El plan más especial de Marta Ortega con “su familia elegida” en Madrid». Por si no lo sabes, que no tienes porqué, Marta es la hija de Amancio Ortega y yo, ilusa de mí, al leerlo he pensado «cómo son de ridículos los del HOLA que para no decir familia política dicen familia elegida». Luego, al profundizar en la noticia (por si el plan especial era ir a tirarse hachas o a pagar impuestos), he descubierto que la familia elegida no es la de su marido, son sus amigos. No puedo con la expresión «familia elegida» para hablar de tus amigos, me parece de una cursilería rayando el ridículo. «Bueno, Ana, es que no todo el mundo tiene una familia tan guay como tú». Ajá. Yo tengo una familia cojonuda por un lado y, por el otro, una panda de impresentables con los que hace más de quince años que no me relaciono. Eso da igual. Entiendo la intención de la expresión «familia elegida», pero creo que consigue lo contrario de lo que pretende. Si tu familia es un espanto, si no te aceptan como eres, si te rechazan, etc... y tienes la suerte de contar con amigos cojonudos y maravillosos, ¿por qué tienes que denominarlos con un sustantivo, «familia», que para ti no tiene ninguna connotación positiva? No lo entiendo, es que me parece ridículo. Dejando de lado el ejemplo de Marta Ortega (que es ya una mamarrachez absoluta, porque ya te digo yo que ella no va a «elegir» otra familia porque la suya le sale muy muy rentable), si tu familia es repugnante y tienes unos amigos cojonudos, pues olé ahí. Por supuesto que cada uno diga lo que quiera, pero yo escucho o leo «me voy de vacaciones con mi familia elegida» y pienso que has entrado en un reality.
Esta semana también leí un artículo en EL PAÍS sobre el papel de los críticos culturales hoy en día. A mitad del mismo, más o menos, aparecía el verdadero motivo de ese artículo:
«En el fondo del debate entre crítica profesional y crítica amateur subyace la pérdida de relevancia, por distintos motivos, de la primera, un asunto que no es nuevo».
Los críticos, porque no olvidemos que yo diría que el 70-80% de ellos son hombres, están perdiendo influencia, poder, casito. Antes, hace veinte años, treinta, un crítico de cine, de teatro, de literatura era una especie de reyezuelo que, sentado en su tronito, opinaba sobre una película, una serie, una obra de teatro, un libro o un restaurante y la plebe, nosotros, la recibía como si aquello fuera sabiduría suprema, la verdad verdadera, las tablas de la ley. No importaba que muchas veces lo que escribieran fuera solo un ejercicio de exhibicionismo erudito incomprensible para la mayoría de la gente, pero si fulano había dicho que aquello era malo o bueno era por algo, porque él sabía. Con el tiempo, internet y más gente haciendo crítica comprensible, el tronito de los reyezuelos se fue quedando pequeño, pequeño, pequeño y ahora, aunque griten, apenas nadie les escucha. Y claro, están un poquito rabiosos. A esta democratización de la opinión (porque una crítica cultural es siempre una opinión y es subjetiva) se ha sumado otro elemento que en el artículo no se menciona y es el COLEGUEO. Llevo pensándolo y comentándolo mucho tiempo: no hay crítica cultural relevante porque la mayor parte de la crítica cultural es un contubernio de colegas, de editoriales con críticos, de críticos con autores, de autores con medios, de medios con editoriales. Un columnista famoso que publique libro sabe que no va a encontrar ni una mala crítica de su libro en medios oficiales. Eso sí, lo mismo entra en Goodreads y se encuentra con que los lectores que sí han leído su libro dicen «madre mía, que vergüenza ajena», «es horrible», «es espantoso». Frente a este choque de realidad es mejor pensar «ay, qué pena que no se valora la crítica literaria profesional» antes que hacer un pelín de reflexión y considerar que, a lo mejor, has escrito una mierda de libro y solo recibes buenas críticas por el contubernio de colegas. Pero ¡qué sé yo, que ni soy columnista, ni tengo colegas, ni soy crítica cultural!
Siguiendo con el tema, esta semana también he leído a Leonardo Padura hacer una crítica durísima de la última novela de Jo Nesbø, el autor noruego de thrillers. No he leído nada de Nesbø y no sé cómo es. Pero el resentimiento que destila Padura porque Nesbo vende millones con algo que él desprecia pero que el público compra es tronchante.
«Plagada de símiles efectistas y fáciles (“ojos más azules que los de Steve McQueen”) la prosa del best seller noruego nunca levanta vuelo. Sus tramas, anegadas en sangre, solo importan por la curiosidad que generan, no por las indagaciones en otras profundidades que nunca ejecuta. Su literatura es solo artificio, nunca propuesta artística. Y, sin embargo, vende, triunfa, incluso obtiene premios. Comprobar lo que ocurre con este y otros autores de su categoría, más que indignación lectora, provoca angustia ciudadana. Y no es que un fenómeno como Nesbø sea algo nuevo. Sino porque crece, como esos parásitos inoculados en sus personajes y que provocan unos irreprimibles deseos de follar».
Ay, Padura, se le ve tanto el plumero. Está mal autocitarse, pero yo que admiré muchísimo su novela El hombre que amaba a los perros, despellejé sin contemplaciones su novela Como polvo en el viento, en donde Padura se casca este párrafo de muchísimo bochorno que a lo mejor escribió después de leer a Nesbø:
«Horacio se acercaba a ella por la retaguardia, la tomaba con firmeza por las caderas y, empuñando su miembro todavía endurecido o vuelto a endurecer, delicada pero insistentemente le recorría con el glande cobrizo el perineo húmedo -quita que estoy sucia, había dicho ella; quiero más, reclamaba él, dale a bañarte, insistió ella sonriendo-, en un movimiento deslizante que iba y volvía del ano a la vulva… Un pene descubierto, de cuya uretra podría haberse escurrido una gota remanente de semen, que por un enorme capricho biológico, al ritmo in crescendo del Bolero de Ravel, había iniciado el largo viaje hacia el inicio de una nueva vida. ¿Era posible?»
Esta semana puse un mensaje en Bluesky: «Ojalá ser un señor heterosexual y me pagaran una pasta por escribir todas las semanas la misma columna. Esta semana, Carlos Boyero escribiendo otra vez sobre cómo él despreciaba la tele hasta que llegó HBO y le dió Los Soprano. OTRA VEZ».
Esta semana hice lo que se hace siempre en la segunda semana del año, la primera en la que hay que ser funcional: devolver y cambiar regalos. Se me dio regular. Salí del edificio sin saber que estaba jarreando, hecho este del que me di cuenta muy rápidamente porque noté el pie derecho mojado. Dado que llevaba botas altas que me había puesto precisamente por si llovía me extrañó, pero continué caminando como si el calcetín no estuviera cada vez más empapado porque, obviamente, si llevas botas altas no se te puede estar mojando la planta del pie. Cuando ya no pude seguir ignorando los síntomas, levanté el pie derecho para comprobar que la suela de la bota estaba rajada haciendo que lo que era obvio que no podía estar pasando se convirtiera en realidad. Como soy de ese tipo de personas, o quizá la única en el mundo, que cuando tiene que hacer algo que odia lo hace contra viento y marea para librarse de ello cuanto antes, seguí caminando bajo la lluvia. Cambié un jersey, devolví un libro, pedí una tarjeta regalo por él y encargué otro que me llegará en una semana. Cuando llegué a la siguiente tienda a devolver un jersey no conseguí encontrar en mi mochila el ticket correspondiente pero ahí me di cuenta que la tarjeta regalo del libro la había perdido entre una tienda y otra. Volví sobre mis pasos porque pensé que en plena Gran Vía nadie iba a recoger una tarjeta regalo para comprar libros, no es el público objetivo. No la encontré, miré el reloj y me dije: yo creo que me da tiempo a cambiar un regalo más. Cambié un pantalón por un bolso y llegué veinte minutos tarde al cine, entré pero no quedaban asientos. Salí y me fui a casa. Cuando vacié la mochila al llegar encontré el ticket que antes había estado buscando. Después, me quité los calcetines y el del pie derecho lo escurrí en la bañera. Las botas están en la puerta de casa esperando a que las lleve al zapatero.
La vida es esto, la concatenación de minúsculos inconvenientes diarios y las reflexiones que brotan en mi cabeza mientras leo el HOLA y el periódico haciendo de acompañante en el hospital y preguntándome si alguien decidió pintar la puerta del baño de la habitación del hospital de azul brillante para intentar que pasara más desapercibido el hecho de que a la puerta le falta un trozo, parte de la madera está arrancada como si la hubiera mordido un oso. ¿Sabes que en las casas alrededor del Lago Tahoe cada vez hay más osos y si te vas a vivir allí lo que tienes que poner es un felpudo anti osos debajo de cada puerta y ventana? Seguro que no, pero aquí estoy yo para darte esta información que espero se quede grabada a fuego en tu memoria. Nunca sabes si te hará falta.
Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Has pensando en suscribirte? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Tendrías acceso a este despelleje y a todos los demás, al club de escucha y al chat. La próxima sesión del club es el 19 de enero y en el chat estoy compartiendo cosas de Orbela. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita y varias tarjetas necesarias para tu vida con frases como “Me quiero ir a casa a leer” o “Desde tan abajo no explico”. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Como polvo en el viento me pareció un pestiño insoportable, lo abandoné sin haber leido ni la mitad, con cierto reparo, por sus buenas críticas y las recomendaciones que me habían llegado. Pero hace mucho tiempo que decidí abandonar libros, y salirme del cine, si lo que tengo delante no me interesa lo suficiente. Hay mucho por leer o ver como para perder el tiempo.
Tu post me ha hecho pensar en un ensayo de Virginia Woolf (de 1929) sobre la crítica literaria. Ella comenzaba su ensayo de esta manera: "La credulidad del ser humano es realmente algo asombroso. Tal vez existan buenas razones para creer en un rey, en un juez o en un alcalde. Cuando los vemos avanzar con sus túnicas y sus pelucas, con sus heraldos y sus escoltas, nuestras rodillas comienzan a temblar y bajamos la mirada. Pero qué razón podría haber para creer en los críticos literarios es algo imposible de explicar. No tienen ni pelucas ni escoltas. Si los vemos en persona, no se diferencian en nada del resto de la gente. Y, sin embargo, basta con que esas criaturas insignificantes se encierren en una habitación, mojen su pluma en tinta y se refieran a sí mismos como "nosotros", para que todos creamos que de alguna manera están elevados, inspirados e infalibles. Una peluca crece en su cabeza. Una toga cae sobre sus hombros". Para continuar diciendo que los críticos del momento no siempre estaban capacitados para evaluar la literatura actual -quizás aclamada por el público peor no por la crítica- en el tiempo en que se les exige que lo hagan, y hablaba del caso de Hemingway (!) a quien acusaban de tener una forma literaria fugaz y de poco contenido. Vamos, que los perdonaba porque claramente no habían tenido tiempo a profundizar bien en una obra que acababa de ser publicada... pero eso no les redimía para después poder hacer una buena crítica y profundizar más en un autor.
De Woolf siempre me ha maravillado el humor, la educación y la elegancia con la que dice las cosas mientras pega con un caño. Pero bueno, perdón, que me estoy yendo por los cerros de Ubeda, lo que me ha gustado de tu post es que deja ver que la cosa no parece haber cambiado mucho en los últimos cien años. Y leyendo lo que dices de Padura, una pensaría que no está familiarizado con la literatura pulp (literatura popular) del siglo pasado y que tan buenos escritores trajo consigo. No creo que la novela negra sea muy diferente en ese sentido, en cuanto a público y éxito. Yo sí he leído a Jo Nesbo y, por supuesto, no es un Hemingway, tampoco tienes que buscar un 'Cumbres borrascosas' en él, pero no creo que sea la intención de sus libros.
PS: tu trayecto con el calcetín mojado y todos esos paquetes para cambiar mientras ibas perdiendo cosas me ha hecho soltar la carcajada.