No nos paramos a pensarlo pero la condición de “hijo” no es absoluta. Tampoco es absoluta ni inmutable ni eterna la relación que establecemos con nuestros padres. No siempre somos hijos de la misma manera, no lo sentimos igual y nuestra visión y percepción sobre nuestros padres cambia poco a poco, a veces imperceptiblemente y otras con una brusquedad que nos corta el aliento.
Durante una serie de años nuestros padres son “papá y mamá”, ni siquiera tienen nombres, no existen fuera de su relación con nosotros, hasta que un día todo cambia.
«Yo tendría siete o nueve años. Pero cuando dije mi nombre – Richard Ford – exclamó: “Ah sí, tu madre es esa señora de pelo negro, bajita, mona, que vive más arriba de esta calle.” Aquello me afectó y me afecta todavía. Creo que fue la primera imagen que tuve de mi madre como de otra persona, como alguien a quien los otros veían y describían: una mujer mona, no. (…) Sin embargo, recuerdo aquello como un momento significativo de mi vida. Breve pero importante (…) Desde entonces creo que nunca pensé en ella de otro modo, como Edna Ford, una persona que era mi madre y que también era alguien más». Mi madre. Richard Ford
Una vez que asimilas que tus padres además de ser tus padres tienen una vida, unas inquietudes más allá de ti, que tienen un pasado en el que tú no existías, una vida en la que no contaban contigo, comprendes que a pesar de ser las personas que mejor te conocen y las que más te querrán en tu vida, jamás las conocerás del todo. Son igual de inabarcables que el resto de la gente, igual que tú.
«Fue uno de esos momentos en que los padres te sorprenden, no porque hayas aprendido algo nuevo sobre ellos, sino porque has descubierto otra zona de ignorancia». Nada que temer. Julian Barnes
Más adelante en la vida y dependiendo de las circunstancias de cada uno llega el momento en que el anclaje de tu vida cambia. Hasta ese día, ese preciso momento, tus padres son el punto de retorno, el sitio seguro al que volver, el centro del que te alejas pero al que sabes que siempre puedes volver, el punto inamovible y fuertemente anclado. A partir de ese día, navegas solo sabiendo que ahora eres tú el anclaje de tus padres. Es un cambio de perspectiva vital muy drástico, que provoca mucho vértigo y que es difícil de encajar.
«Recibí una carta de mi madre. Ella también estaba asustada y no sabía cómo ayudarme. Por primera vez en mi vida pensé que para mí no había protección posible, que debía arreglármelas sola. Comprendí que en el afecto que sentía hacia mi madre siempre había tenido la sensación de que ella me protegería y me defendería en las desgracias. Pero ahora solo me quedaba el afecto; toda petición y espera de protección habían desaparecido; y pensaba que en el futuro debería ser yo quien la defendiera y la protegiera, porque mi madre ya era muy mayor, le faltaba el ánimo y estaba indefensa». Léxico familiar. Natalia Ginzburg
Cuando descubres que tus padres son vulnerables y que tú debes ser su soporte, descubres algo mucho más terrorífico, que tienes capacidad para hacerles daño, que tus actos pueden dolerles y que esos actos pueden ser involuntarios o voluntarios, que puedes ser cruel a propósito y que no por ser tus padres están a salvo de sentirse heridos.
«El momento en que reconoces por primera vez que tu padre es vulnerable al prójimo es bastante duro, pero cuando comprendes que es vulnerable a ti, que aún te necesita más de lo que tú ya no crees necesitarle a él, cuando comprendes que podrías asustarle, incluso dominarle si lo desearas… en fin, es una idea tan contrapuesta a las inclinaciones filiales corrientes que parece no tener sentido». Me casé con un comunista. Philip Roth
Cuando tienes hijos, una nueva luz ilumina a tus padres. De golpe un millón de cosas que jamás te habías parado a contemplar porque ni siquiera las habías visto, se hacen visibles a la luz de tu paternidad. Sientes entonces una mezcla de gratitud y admiración por tus padres que a duras penas puedes expresar. Sólo esperas que en algún momento los momentos de incomprensión con tus propios hijos lleguen a iluminarse igual para ellos.
«No hacen falta muchos años de paternidad para creer que por fin has comprendido a tus propios padres, y yo he llegado a ese punto con los míos hace mucho. Como la mayoría, me he vuelto más agradecido por cuanto me dieron y siento más respeto por el admirable valor que debieron de necesitar para verme marchar, en mi caso, a una vida totalmente distinta a la nuestra». América, América. Ethan Canin
Todos sabemos o pensamos o esperamos que nuestros padres mueran antes que nosotros; absurdamente creemos que al ser ley de vida estaremos preparados y lo que ocurre es que su muerte nos quita de un plumazo toda la madurez acumulada en esa relación y durante un tiempo, durante el tiempo “en un submarino” que dura el luto, volvemos a ser los niños que fuimos y nos sentimos desamparados.
«La muerte de nuestros padres, a pesar de lo preparados que estemos, a pesar de la edad que tengamos, remueve cosas muy profundas, provoca reacciones que nos sorprenden y puede liberar recuerdos y sentimientos que habíamos creído enterrados hace mucho tiempo. En ese periodo indefinido que llamamos duelo, podríamos estar en un submarino, silencioso en el fondo del océano, conscientes de las cargas de profundidad, tan pronto cerca como lejos, golpeándonos con recuerdos». El año del pensamiento mágico. Joan Didion
Y aunque no sabemos cuándo será, cuál será ese último momento con ellos, lo recordaremos siempre. La última vez, la última palabra, el último gesto.
«Good bye Daddy” I said, and I went down the stairs and got my train, and that was the last time I saw my father». Reunión de John Cheever
Escribí este texto hace casi siete años. Vuelvo a él de vez en cuando. Hoy hace 26 años que murió mi padre. La noche anterior, como en el cuento de Cheever le dije: «mañana nos vemos» y nunca más nos volvimos a ver. Con él mi relación se quedó anclada en ese momento mágico de la vida en el que crees que siempre estarás protegido, en el que siempre puedes recurrir a tus padres para lo que sea. A la constancia de que no sabía nada de su vida, mejor dicho, que no sabía nada de la vida que había tenido antes de ser mi padre llegué mucho después, cuando ya había muerto, revisando fotos de su juventud y dándome cuenta de que no podía preguntarle quién era esa chica en la que se apoyaba en una foto en Benidorm. Mis hijas nacieron seis y ocho años después de su muerte así que tampoco pude nunca entenderle como padre al convertirme en madre. Eso también me lo perdí, nos lo perdimos.
La relación con nuestros padres parece ir a alguna parte, creemos que alguna vez llegaremos a donde están ellos, seremos como ellos, sabremos lo que ellos saben, seremos como ellos… pero no.
«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». Mi madre. Richard Ford
De una manera irracional y absurda siempre he sentido que en algún momento volveré a encontrarme con él. No soy creyente, él tampoco lo era, no creo en la reencarnación ni en nada de eso pero si lo pienso fríamente esa meta existe en mi cabeza. No llegará nunca, como dice Ford, y por eso me centro en el aquí y el ahora; en recordarle cada año el 1 de noviembre.
Me encanta la foto de tu padre. Este 1 de noviembre cobra un significado especial cuando hemos perdido a alguien, aunque sea ley de vida.
Mi padre falleció de repente y no nos pudimos despedir. Fue en pandemia, alejados de todo y de todos, sin contacto. Cuando escribí unas letras para su funeral hablé, entre otras muchas cosas, de los prismas de una persona, de la multitud de caras.
Cuando se marchan, hay mil cosas de ellos que nunca sabremos y una parte de nuestra propia vida se marcha con ellos.
Gracias por tus palabras. Es un buen homenaje a tu padre.
Gracias una vez más por este texto el 1 de noviembre. Siempre vuelvo a ellos cuando no se como expresar como me siento con respecto a la perdida de mi padre. El tiempo a suavizado el dolor, este año han hecho 15 años. Su nieta, mi hija mayor y la única que conoció, ha empezado este año la Universidad. El otro día pensaba que él nunca la verá convertirse en médico, quizás yo tampoco nunca se sabe, pero en ese momento ese pensamiento me dolió como si hubiera muerto hace 15 días, supongo que será algo de luto hacia delante. Un abrazo