Ayer escribí una carta. Iba a especificar que a mano pero no hace falta, las cartas ya son siempre a mano, lo demás son correos o mensajes. Escribí y después, rellené los espacios en blanco encima de algunas palabras y los márgenes con dibujos de colores. Pinté flores, estrellas, ondas marinas y patrones geométricos, las mismas flores, estrellas, ondas y líneas que llevo dibujando toda mi vida cuando me estoy aburriendo o cuando estoy muy concentrada. Lo mismo que dibujo mientras edito episodios en audio, me ayuda a concentrarme. Si alguien está pensando «qué mona ,también sabe dibujar» que se apee de esa idea ahora mismo: no sé dibujar ni pintar ni tengo ningún tipo de gusto para combinar colores. Si dibujé todas esas cosas (también pinté corazones y tetas, acabo de acordarme) fue porque estaba replicando las cartas que me escribía con una amiga cuando teníamos trece, catorce, quince años. Escribir a mano es diferente, muy diferente. Mi cabeza funciona de otra manera mientras deslizo la pluma y mientras escribía y dibujaba me transporté a esa edad, a nuestra amistad de entonces y a las cosas que hacíamos. Y, de repente, solté una carcajada: yo era repelente.
Voy a acotar. Creo que no era repelente todo el tiempo, solo de vez en cuando. Como hacemos todos en el pozo del olvido he ido tirando todos esos recuerdos de uno mismo de los que, de alguna manera, se arrepiente: palabras que no querrías haber pronunciado, caídas estrepitosas de hacer mucho el ridículo, equivocaciones garrafales, declaraciones de amor patéticas, borracheras vergonzantes, etc1. El pozo del olvido como todos sabemos tiene al fondo una cama elástica y cuando tiras algo ahí, rebota siempre, vuelve y te golpea en la frente en el peor momento. Pues algo así me pasó cuando solté la carcajada, un recuerdo repelente apareció en mi cabeza.
Cuando teníamos trece o catorce años, de vez en cuando, en Los Molinos conseguíamos convencer a nuestros padres para dormir varias amigas en casa de alguna. Era el planazo, cenar guarradas y hartarnos a charlar como si no nos lo hubiéramos dicho todo ya. Casi siempre dormíamos en la misma casa porque era la que tenía más espacio. Cenábamos, charlábamos y cuando nos encerrábamos en el dormitorio, en algún momento yo inventé un juego que consistía en que, por turnos, íbamos leyendo hasta que nos equivocábamos en una palabra, confundíamos una letra o algo así y entonces pasaba el turno. Ayer entre flor y flor, entre corazón y corazón, tuve un flash de ese dormitorio, de la luz, casi del olor a leonera con cuatro o cinco protoadolescentes encerradas en él y de todas amontonadas en torno a un libro mientras una de nosotras leía. Todas al acecho del error. «¡Ya! ¡Me toca! ¡Te has equivocado!». Sentí a la vez ternura y ganas de abofetear a mí yo adolescente. ¿Cómo se me ocurrió aquello? ¿Cómo demonios me inventé un juego tan horrible? ¿Cómo es posible que mis amigas aceptaran participar? Con esos años no tenía nada con lo que destacar: no era guapa, ni estilosa, ni jugaba bien al fútbol, ni corría, ni era buena al futbolín y, además de esa carencia de atractivos, tenía que estar en casa a las nueve y media de la noche. Recordemos que mi madre no me dejó ver Verano Azul cuando se puso en TVE porque «esos niños son maleducados, dicen palabrotas y faltan al respeto a sus padres» y que, a pesar de esta laguna emocional y sentimental y de no tener conversación con mis amigos durante un verano entero, conseguí llegar a la edad adulta. ¿Qué era en lo único que destacaba? En ser una friki de la lectura. Ahora que lo pienso supongo que mis amigas aceptaban jugar por amor, porque era lo único que se me daba bien y en lo que podía incluso destacar y "arrasarlas", cuando me tocaba a mí el turno, leía durante veinte páginas sin equivocarme. El juego, entonces, se acababa porque o bien se aburrían o bien se dormían. No sé porque mis amigas jugaban conmigo a eso. Puede que fuera por pena, pero hoy voy a creer que fue por amor y que se merecen que pase una tarde dibujando corazones, flores, tetas y estrellas con rotuladores de colores y recordando que tengo un pasado repelente.
Que levante la mano el que no lo tenga. Sabremos quién miente.
Podcasts encadenados
Como me arrasa la vida y no tengo tiempo para escribir un post en condiciones, he pensado en añadir una coda final con recomendaciones puntuales de podcasts. Hoy recomiendo este episodio de Death, sex and Money con Fran Lebowitz. Lo escuché ayer mientras iba por la calle, de camino al trabajo, y me iba riendo a carcajadas. De nada.
*Que el pozo del olvido es una fuente inagotable de recursos sobre los que escribir lo sabemos todos los que escribimos. Con el tiempo, ademas, aprendes a que escribir sobre esos momentos, los desactiva.
Ya está corregido, Gracias
Lo siento pero a repelente no me ganáis ninguna. De hecho este mismo comentario ya es el más repelente de todos, así que algo ha debido quedar del niño repelente que fui.