Esto cada año es más difícil, me pregunto si alguna vez será imposible, si llegará el momento en que por tu cumpleaños ya te lo haya dicho todo o no tenga nada más que decirte. O peor, que lo que tenga que decirte o no decirte sea tan doloroso que sea mejor dejar de escribirte estas cartas.
Cumples veintiún años. Ayer por la tarde mientras cocinaba para la merendola de esta tarde pensaba: 21 años, la edad de comprar alcohol en Estados Unidos, la edad de ser adulta por completo, pero tú has sido adulta por completo casi desde que eras una niña. Siempre te has tomado la vida muy en serio, quizá demasiado, quizá eso lo hayas sacado de mí, quizá venga de ser hermana mayor. Tu padre y tu hermana son los pequeños de la casa y por eso se parecen en que siempre ven la vida siempre desde la alegría y la despreocupación. Tú no eres así, no lo dices, no lo cuentas, pero miras a tu alrededor valorando desde donde puede llegar el problema, el daño, el dolor y te proteges, a veces demasiado, te parapetas tras una pantalla de falsa indiferencia, poniendo una distancia ficticia para ponerte a salvo. Cuando eras pequeña sufrías por si nos moríamos, por si lo que te dábamos para comer te mataba, por si en el hospital “fallabas”. Ahora eres menos trágica pero siempre estás pensando que vas a suspender el examen, que no te llamarán para ese trabajo que esperas, que no te darán la beca o que te habrá aumentado la miopía. “Ojalá ser Clara que todo le sale bien” dices muchas veces. Te diré que a mi también me gustaría ser Clara, es difícil no querer ser tu hermana, la verdad.
Te estás tomando la vida muy en serio tanto que a veces me sobresalto. De todas las cosas emocionantes que me están, nos están pasando, con Orbela, una de las más especiales para mi fue cuando te pedí que vinieras a ver la casa antes de comprarla, para ver que te parecía y me dijiste: claro. Cuando fuimos, te observé dar la vuelta por el jardín, entrar en la casa, recorrer sus recovecos, subir al piso de arriba, imaginarte viviendo ahí y cuando te pregunté «¿Qué te parece si la compro? me dijiste: «me gusta. A mi me gusta nuestra casa de Madrid pero entiendo que quieras venirte a vivir aquí». Me emocioné porque me sentí reconocida como persona aparte de como tu madre. Fue uno de esos pasos de gigante que los hijos dan, bueno, que vosotras vais dando de vez en cuando y que hacen que veros crecer sea siempre algo prodigioso. Cuando tengas hijos, si los tienes, creerás, cómo hemos creído todos, que llega un punto en que se han hecho adultos y ya desde ahí no hay sorpresas, algo así como creer que en la vida de un hijo hay una meta y una vez que se cruza ya no hay evolución, crecimiento, novedades. No es así para nada. Un hijo, una hija nace y su sola existencia parece ya algo prodigioso, aterrador pero impresionante, luego empieza a gatear, camina, habla, come solo, controla esfínteres, va al colegio, ¡aprende a leer!, monta en bici, aprende a nadar, hace amigos, va al colegio solo, se ocupa de sus cosas, se hace la cama, se ducha solo, un buen día se convierte en un ser ordenador, otro resulta que ha terminado el colegio, que ya sabe conducir, ¡que va a la universidad!, que se pone a trabajar, que se organiza un viaje por Europa y lo hace con una plantilla de excel, que es capaz de sacarse el certificado digital, abrirse una cuenta bancaria, presentar una reclamación... y de ver a su madre como una persona completa, disociada del aspecto “es alguien que cuida de mi” y sabe ver que su madre tiene unas necesidades, unos anhelos que pueden ser diferentes a los suyos pero que se pueden compartir, que deben ser compartidos. Todo eso has sido tú y ahora ya, cuando hoy cumples veintiún años, sé que no se acabará nunca, que seguirás sorprendiéndome año a año hasta el final.
Todo lo que me gustaba de ti de niña me sigue emocionando: tu risa suelta y rasgada que tiene su mejor versión cuando la provoca tu hermana, tu mirada azul intenso, las pestañas eternas que no sabes que tienes, como te acurrucas sobre mi, en el sofá, cuando vemos una peli, tus manos de dedos largos y blancos que te gusta que te acaricie, lo en serio que te tomas el desayuno... pero has ido añadiendo cosas nuevas a esa lista: el orden en el que mantienes tu cuarto, lo bien que tiendes la ropa, tu interés por el cine clásico, tu forma de conducir, como ya no te cierras en banda a las novedades sino que estás siempre abierta a probar una canción nueva, una nueva receta, un restaurante...hasta un peinado, una joya o un jersey. Eres de cambio lento, de ir poco a poco, no hay necesidad de correr, mejor mirarlo todo con calma, hacer un excel, darle una vuelta, contarmelo pero sin querer que te de mi opinión, solo para vocalizarlo y ordenarlo, guardarlo un rato y al final: saltar, probar, atreverse. Me gusta esta nueva faceta tuya, esta de no tomarse la vida tan en serio y probar a dejarse ir un poco. Sin volvernos locos que por algo tienes alma de ingeniera.
Lo estás haciendo tan bien que a veces siento que ya no tengo nada que enseñarte, nada que decirte que no suene cursi, supérfluo o estúpido.
Ojalá te guste tu carta, tu cumpleaños, tu vida.
Feliz cumpleaños, princesa de los ojos azules.
Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Has pensando en suscribirte? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Madre mía, Ana! Menos mal que estas niñas solo cumplen una vez al año y son solo dos, porque vaya llantinas que nos sacas
Qué bonito y qué cierto todo lo que dices.
Muchas felicidades a la homenajeada, y a los que la rodeais, por la parte que os toca
Saludos
Precioso. Me encanta la relación que se entrevé en estos post de los cumpleaños. Menhubiera gustado tener una relación así con mi madre.