En esta casa desde la que te escribo ahora mismo reina ahora mismo una tranquilidad maravillosa. Estoy sentada en el porche con el portátil en las rodillas (que se recalienta como un coche antiguo indicándome que en el algún momento tendré que comprarme otro), mientras escucho pájaros, alguna que otra chicharra y las campanas de la iglesia del pueblo que llevan toda la mañana sonando. No hay más ruidos, ni fuera ni dentro de la casa. Lo más raro es que no haya jaleo familiar. No escucho pasos, ni gente abriendo y cerrando los armarios de la cocina para prepararse el desayuno, ni gritos de «¡Mamáaaaa!», o «Joe tíooo… me toca a mí», ni «voy a bajar a la compra, ¿hace falta algo más que lo apuntado?». Nada. Mi madre anda por ahí, en la otra punta del jardín, creo que está pintando unas maderas para construir una caseta para las herramientas. (Mi madre es McGyver y el tipo de Bricomanía y tu abuela la que bordaba en una sola persona). Estamos solas. Llevamos solas cinco días y lo estamos disfrutando mucho, sobre todo por el contraste con las tres semanas anteriores en las que esta casa ha estado sumida en un bullicio familiar muy divertido pero un poco cansado. Quince personas a comer o cenar cualquier día, o quince en la piscina, gente entrando y saliendo, el equipo de fútbol de María que vino a pasar el día, los amigos de mi sobrino, mis otros sobrinos, dos perros, visitas variadas entrando y saliendo. Bullicio, bullicio, bullicio. Turnos para el baño, para el sofá, para hacerse con el control del mando, para pelear por los macarrones que sobraron de la comida o el último magnum del congelador. Es muy divertido, pero agotador, y ahora nos estamos recuperando.
La recuperación consiste en comer usando la cocina lo menos posible. Gazpacho, ensalada y fruta con yogur es una dieta perfecta para estos días en los que mi madre y yo somos un cruce entre Paseando a Miss Daisy y Vivian Gornick y su madre en Apegos feroces.
«La relación con mi madre no es buena, y a medida que nuestras vidas se van acumulando, a menudo tengo la sensación de que empeora».
Una de las cosas que hacemos para equilibrar nuestra relación es ver series y pelis juntas. El proceso es el siguiente: lo que vamos a ver lo elijo yo. Si le gusta, se convertirá automáticamente en un descubrimiento suyo, apropiación de recomendación podríamos llamarlo, y se pasará semanas recomendándolo a sus amigos. Si, por el contrario, no le gusta, empezará a rebullir en el sofá y hará comentarios del tipo «esto es un poco raro, ¿no?» o «¿Qué es esto que me has puesto?», a los que soy totalmente inmune y ni pestañeo. Eso sí, se pasará semanas señalándoles a mis hermanos «las cosas que vuestra hermana me obliga a ver».
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