El sábado pasado me fundí con el sofá durante cuatro horas y media para ver The Perfect Couple en Netflix. Debo decir, en mi descargo, que mi plan no era verme los seis episodios del tirón. Lo que yo pretendía era verme un par de ellos, dormirme quizás algún trozo y aprovechar el resto de la tarde para hacer otras cosas. Pero estaba muy cansada, había silencio en casa y la serie me atrapó como te atrapa la mirada un accidente que no puedes dejar de mirar. Si hubiera sido buena, después de un par o tres de episodios hubiera dicho: lo dejo aquí y luego sigo, o mañana… para disfrutarla bien. Como es tan atroz, me quedé ahí, contemplando el abismo, incapaz de apartar la mirada de ese infecto despropósito argumental del que no se salva absolutamente nada. Por no salvarse, no se salva ni la supuesta mansión en la que están y que contemplas en muchos planos aéreos, pero de la que por dentro solo ves tres o cuatro habitaciones de tamaño modesto y con poco o nada que envidiar. Podría ser la casa de cualquier policía del condado de Tocate en cualquier estado. Un bluff de mansión.
Es tan mala que entra en la categoría de merecedora de despelleje.
Hay que prestar atención, pero no porque yo lo vaya a contar mal sino porque, como nada tiene sentido, es fácil perderse en el ir y venir de personajes actuando como NPC (non playable character) y balbuceando frases incongruentes con sus supuestas personalidades, la trama o la escena. No bromeo: es así de horrible. No: es más. Por primera vez en mi vida temo no estar a la altura para transmitir todo el horror que se esconde tras esos colorinchis.
A ver cómo sale.
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