Ojalá no saber quién te llama cuando suena el teléfono. Ojalá no saber cómo es el país, la ciudad, la casa, la playa, el bosque que vas a visitar. Ojalá desconocer lo que vas a poder comer en un restaurante o de qué va una peli o qué opina del feminismo el autor del último libro que has leído. Ojalá no saber qué tiempo hará mañana ni la semana que viene y desconocer el camino para llegar a un lugar donde no has estado nunca. Ojalá películas sin tráiler y libros sin contraportadas, teléfonos que no guarden los contactos y donde solo salgan números que ya no seas capaz de recordar como hacías hace 30 años. Ojalá una cita a ciegas en la que no sepas hasta las actividades extraescolares del otro y si en algún momento de su vida estuvo de vacaciones en Peñíscola o tuvo una pareja con la que se hizo fotos ridículas. Ojalá perder el rastro de gente que pasó por tu vida y poder quedarte mirando al infinito pensando en qué habrá sido de Menganito y elucubrar presentes de Menganito en los que está triunfando y tú te alegras o es un desgraciado y tú también te alegras. Ojalá poder mantener esa intriga sin la posibilidad de teclear «Menganito» y descubrir que va a boxeo o escribe poesía, da cursos de liderazgo empresarial o tiene una casa rural en Soria.
Ojalá un poco de emoción. Ojalá un poco de tranquilidad. Ojalá un poco más de sorpresa. ¿Más incertidumbre? No sé, a lo mejor costaba acostumbrarse de nuevo a eso, pero si podíamos vivir con la tensión de no saber si esa llamada al teléfono fijo colgado en la pared del pasillo de nuestra casa sería para nosotros y salíamos disparados de nuestro cuarto diciendo «¿Es para mí?», podríamos sobrevivir a tener que mirar por la ventana para saber si llueve, hace sol o hay un viento huracanado.
¿Recuerdas cómo era no saber?
*****
Me da igual la ropa que lleva la gente, lo que está de moda o la última tendencia. Me da igual hasta lo que llevo yo puesto. Me da igual perderme la última obra de teatro, el último estreno y probar el restaurante más de moda. Me dan igual los eventos. Me da igual el puesto que ocupa alguien en una empresa, jamás busco a nadie en LinkedIn. Hay pocas cosas que me impresionen menos que el cargo laboral de una persona, me parece algo completamente intrascendente. Capitán General de las Sardinas, Califa en lugar del Califa, un cargo con tantas letras que casi pareces Teo deletreando el abecedario: «Fulanito es CEOPTROD» Consejero Económico Omnipotente Principal Total Responsable de Órdenes y Dineros. Pues muy bien, Fulanito. ¿Sabes hacer canelones? ¿Hablas durante el desayuno? ¿Se te pierden los calcetines al poner la lavadora y te salen desparejados? Esas son cosas que me interesan mucho más de alguien que su título en la firma de correo.
******
Este edición de la newsletter es solo para suscriptores de pago. Si te gusta leerme, si quieres reirte, puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat. Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Continúa leyendo con una prueba gratuita de 7 días
Suscríbete a Cosas que (me)pasan para seguir leyendo este post y obtener 7 días de acceso gratis al archivo completo de posts.