“We all have three voices: the one we think with, the one we speak with, and the one we write with. When you stutter, two of those are always at war.”
«Todos tenemos tres voces: con la que pensamos, con la que hablamos y con la que escribimos. Cuando tartamudeas, dos de ellas están peleando».
Me encontré esta frase hace un tiempo, no sé si meses o semanas porque desde que me he organizado y trato de guardar las cosas que me llaman la atención mi Notion es un mar de ideas desordenadas. Me llamó la atención lo de la voz con la que pensamos y la voz con la que hablamos pero lo que más me gustó fue lo de la voz con la que escribimos. ¿Qué pasa si no escribes? ¿No tienes esa voz? ¿O, como ahora vivimos en la era del mensaje, esa voz de escribir también está en los mails y en los mensajes? ¿Tengo yo la misma voz cuando escribo aquí, o en mi cuaderno, que cuando escribo mails de trabajo o mensajes del tipo «sacad la basura», «tended la lavadora» o «los episodios están mal numerados»? Si no es la misma voz, entonces serían cuatro. Multitud casi al borde de la personalidad múltiple. Cacofonía cerebral1.
¿Cómo es la voz con la que pienso?
Pues depende. Veo mucho por ahí lo de la importancia de que te trates bien, que no te dirijas a ti misma con una dureza sin sentido y te hables como hablarías a alguien que quieres. A mi esto siempre me ha sonado muy marciano porque aunque, por supuesto, muchas veces me haya dicho a mí misma, con voz muy seria: «Ana, eres gilipollas y has hecho el ridículo», «Ana no tienes ni idea, mejor calladita» o «Ana, escribes fatal»; después hay otra voz (y creo que la tenemos todos) que te dice que eres tan gilipollas como los demás y que, total, nadie se acuerda de lo que dijiste y, además, si lo dijiste fue por algo. Confieso que yo tengo una voz que con bastante frecuencia y convicción me dice: «teníamos razón». A pesar de regañarme o ser un poco engreída, a veces la voz con la que pienso es bastante más brillante que aquella con la que hablo. Es más ocurrente, más calmada, más medida y cero impulsiva. Me imagino a esa voz, la de pensar, paseando por mi cabeza con las manos a la espalda, quizás llevando un batín, dando vueltas y meditando, parándose a contemplar un punto perdido en el horizonte de mi cavidad craneal, analizando mi realidad y tratando de darme buenas ideas o herramientas para que la voz con la que hablo, chillona, a veces infantil y siempre demasiado impulsiva, no la cague demasiado. La voz con la que pienso, cuando nos despertamos por la noche, siempre me dice lo mismo: «a ver si mañana intentamos hablar menos». Otra cosa no, pero la voz con la que pienso tiene muchísima paciencia conmigo.
La voz con la que hablo es una cabra montesa, un saltamontes, un colibrí. Es de colores estridentes y va vestida como una mamarracha. A veces es amarilla yema de huevo o azul «marica ilusión»2 o verde «ser feliz». Otras es marrón brillante, como de zapatos de colegio recién untados de betún y cepillados a conciencia un domingo por la noche, o negro áspero. Va como pollo sin cabeza y, muchas veces, se me descontrola. A veces no es grave porque dice cosas interesantes, ingeniosas, divertidas; o profiere improperios estilosos y certeros. Pero cuando se desmanda es terrible. Brinca, salta y hace mortales mientras la voz en batín de mi cabeza se escabulle a sus aposentos y dice «vamos a no pensarlo ahora». ¿Estamos todos continuamente escuchando a la voz con la que pensamos decir «no, no, no... ¿pero qué cojones estás diciendo?» mientras la voz con la que hablamos se dispara sin control? Creo que solo unos pocos deben estar libres de este diálogo continuo y agotador. Los niños quizá lo experimenten con menos intensidad y en la vejez supongo que esa tensión tiene menos interés: te la pela todo. Abres la boca y sueltas lo que sea porque además siempre puedes alegar que no te acuerdas.
La voz con la que escribo lleva gafas, tiene un escritorio mal iluminado y cuando va a beber algo de la taza que tiene a su lado siempre está vacía. No sé como es. Estoy ahora mismo utilizándola y no la veo: es más como verme a mí misma o la imagen idealizada de mí o la proyección de lo que me gustaría ser. La voz con la que escribo no es lo que soy sino lo que me gustaría ser. A veces, cuando releo algo de lo que he escrito, me sorprendo: «¿Esto lo escribí yo?». Casi nunca me avergüenza (como la voz con la que hablo) sino que me admira. A veces tanto que, si no fuera porque sé que nadie se tomaría la molestia de escribir por mí, pensaría de verdad que alguien me está suplantando. La voz con la que escribo a veces va de la mano de la voz con la que pienso pero su relación es un poco como la de Lady Halcón y Etienne de Navarre: se aman y se necesitan pero solo consiguen estar juntas unos breves momentos. Es una voz jodida, porque siempre suena mejor en mi cabeza, siempre aspira a más y nunca llegamos. La voz con la que escribo es envidiosa, quisiera ser como otras, como la de Richard Ford o Shirley Jackson o Natalia Ginzburg o Amos Oz o tantos otros. Es una voz que, en presencia de esas otras, se achanta, se sienta en una esquina y me dice: «Ana, coño, no tenemos vergüenza». Creo que mi voz de escribir se parece a Peggy Olson, de Mad Men.
La cuarta en discordia sería la que uso cuando escribo mails y mensajes. Suena como una máquina de escribir, es automática y poco interesante, es una voz de utilidad, casi nunca se divierte y refunfuña muchísimo.
¿Algo de esto tiene sentido? Ni el más mínimo.
Mi voz de pensar se ha retirado a sus aposentos murmurando.
Mi voz de hablar acaba de gritar «por fin hemos terminado el post, ya podemos ponernos a leer!».
La de escribir se plantea empezar a fumar.
Tengo pendiente de ver Las tres caras de Eva, una película sobre personalidades múltiples que la madre de mi amigo Juan me recomendó hace mil años, concretamente 8, cuando paseábamos por un pueblito de La Provenza. ¿Cómo llegamos a esa conversación? Ni idea, pero esto me ha quedado muy Isabel Coixet.
Sé que esta expresión ha sorprendido. Viene de una anécdota de mi familia materna que no tiene que ver, para nada, con la homosexualidad sino con una lavadora portátil, la mili del hermano más joven de mi madre y Mallorca. Es una definición de color que, sinceramente, me parece bastante más descriptiva que azul normando o verde provenza.
A algunos (lo digo por una amiga), lo de descubrir "que somos tan gilipollas como todos" nos ha costado años y mucha terapia
Fan, de la nueva descripción de cierto tono de azul. Deliciosa voz que escribe y describe el resto de voces. Un placer leerte!