No sé desordenarme. No me sale, me cuesta la vida. Hace unos meses, cuando leí No me acuerdo de nada, de Nora Ephron, me hizo mucha gracia un pasaje en el que contaba que en su casa, de su madre, había aprendido:
«Aprendimos a creer en Lucy Stone, el New Deal, Norman Thomas y Edward R. Morrow. Nos enseñaron que la religión organizada era la raíz de todos los males y que Adlai Stevenson era Dios. Nos adoctrinaron en las normas de mi madre: No comprar nunca un abrigo rojo. La carne roja evita las canas. Puedes levantarte de la mesa pero mejor no te levantes de la mesa. Las fajas te destrozan los músculos abdominales. El fin y los medios son lo mismo».
Yo tuve una vez un abrigo rojo al que dediqué un post y soy la prueba viviente de que la carne roja no evita las canas, pero eso da igual. De mi madre, en mi casa, yo aprendí otras cosas como que el arroz siempre tiene que ser Sos, que uno nunca tiene que compararse con otro y, sobre todo, aprendí a ordenar el día. ¿Quizás demasiado? Puede ser.
No sé desordenarme. Y me da cierta envidia la gente que lo consigue. Levantarse a la una y media y desayunar como si fueran las nueve de la mañana, sin preocuparse porque se le está echando encima la hora de comer. Les da igual. Ya comerán a las seis de la tarde un cocido madrileño y cenarán tortitas a las doce. ¿Qué más da? No pasa nada. Y tienen razón: no pasa nada. No es algo para hacer todos los días y no lo hacen a diario, pero son capaces de soltarse de las rutinas, los horarios y las costumbres sin problema para volver a agarrarse a la liana de la vida ordenada cuando llegue el día siguiente o el lunes. Yo no. No sé por qué. ¿Acaso me da miedo que, si descarrilo de mi ordenamiento vital, no seré capaz de volver a engancharme y terminaré vestida como Stevie Nicks en una feria medieval vendiendo almizcle para las contracturas musculares? Bueno, eso me daría terror (con el debido respeto a todas las imitadoras de Stevie Nicks) pero no, no es el miedo lo que me impide desordenarme. No sé lo que es. O sí: siempre me importa qué pasará después, cuáles serán las consecuencias de dejarme ir. ¿Me arrepentiré? ¿sufriré? ¿Me volveré adicta al desorden? Cuando era niña me dolía tanto la cabeza cada tarde que mi madre, que con cuatro hijos obviamente no nos hacía mucho caso cuando nos quejábamos, acabó llevándome al médico, y allí acabaron derivándome a Psiquiatría. Resultó que me dolía la cabeza de pura preocupación por lo que pudiera ocurrir al día siguiente en el colegio. Ahora no me duele la cabeza, no me preocupo tanto, pero dejarme ir no me sale.
Nunca he sido de llegar a casa a las ocho de la mañana después de una juerga ni de levantarme a las dos de la tarde, ni de salir a buscar helado a las cuatro de la mañana porque no podía dormir o porque tenía antojo. Nunca me echo la siesta a las ocho de la tarde ni me levanto a las cinco aunque esté en la cama con los ojos como platos. No llevo ropa de verano en invierno ni tengo los jerseys de lana a mano por si en verano hay una noche fresca. ¿Por qué? No lo sé. Algo en mi interior me tiene atada a un orden mental, físico y organizativo que no me deja desordenarme, dispersarme, descolocarme. Cuando alguna vez lo he conseguido, no ha pasado nada, ni lo de Stevie Nicks, ni me he dado a las drogas, ni me ha fulminado un rayo divino. Me he desordenado y vuelto a mi ser sin mayores problemas.
Escribo esto en viernes. Lo escribo ahora porque sé que mañana no tendré tiempo. La frase con la que empieza se me ocurrió la semana pasada. ¿Es este el texto de una mujer de mediana edad, aburrida y plana, que sueña con ser alternativa y hippie? ¿Lo borro todo? Decido entonces ir a mis notas de cosas que en algún momento podrían inspirarme y resulta que me encuentro con esto:
”An adventure is a crisis that you accept,” he said. “A crisis is a possible adventure that you refuse, for fear of losing control”.
Saqué esta cota de un perfil de Bertrand Piccard, un aventurero de esos que están forrados y que, en su caso, se ha dedicado a hacer cosas como vueltas al mundo en globo y a sumergirse en el océano a profundidades absurdas. Piccard sabe desordenarse muy requetebién y, además, está forrado, que es algo que ayuda muchísimo a recuperar el orden tan pronto como te has aburrido de ser aventurero. En fin, eso da igual. ¿Me retrata la cita de Piccard? ¿Trato de no desordenarme para no perder el control? Sí, seguro que sí.
Mientras escucho a mi vecino disfrutando de la relación casi pornográfica que tiene con su soplahojas, la parte de atrás de mi cerebro está pensando en que mañana me toca mudarme a Madrid y está jugando al Tetris colocando todas las piezas necesarias para ese movimiento: tienes que hacer la maleta, recoger el ordenador y los trastos de trabajar, las pesas, la bolsa del táper. Además tienes que ir a comprar fruta y verdura y ternera y pollo. Luego irte a Madrid, descargar todo en casa, organizarla y probablemente ir a la compra de cosas como leche, mantequilla y gel de baño para luego volver a organizar todo, hacer el planning de comidas de la semana y pasarte el domingo cocinando. Veo caer las piezas de colores una sobre otra intentando que encaje todo. ¿Encajar para qué? Me paro a pensar. Para nada. ¿Qué más da si llego y no hay nada en la nevera? Algo habrá, algo comeremos. Puedo ir a la compra el lunes o incluso el martes. ¿Sería capaz de llegar al miércoles? No, seguro que cortocircuito. Así me paso los días, pensando con antelación en encajar las piezas, como si en algún momento fuera a terminar el puzzle y, entonces, solo entonces, fuera a ser capaz de relajarme, desordenarme y olvidarme de todo.
No sé desordenarme y eso no es sexy ni atractivo.
No sé desordenarme y no sé cómo arreglarlo.
No sé desordenarme, ni dejarme ir, ni relajarme tanto como para que todo me de igual.
A lo mejor necesito algo drástico, como llevar prendas de ganchillo, vender aceites esenciales y tener un puesto de esas piedras que venden ahora para masajearte la cara.
Son las seis de la tarde. ¿Y si desayuno?
Cada domingo, lo primero que hago nada más abrir el ojo, es pescar el móvil, refrescar Gmail y leer tu correo... Eres mi chocolate con churros de los domingos💘
¿Lo he escrito yo?🤔
Yo creo que es miedo. Puro miedo a perder el control. En el fondo tenemos un punto de locura que no queremos dejar salir. De ahí el orden.