Me gustaría que el tema de estas newsletters se me ocurriera el lunes, que aparecieran en mi cabeza como una pequeña llamarada que solo tuviera que ir alimentando con astillas de anécdotas, frases o imágenes durante todo el día para poder llegar al martes con un esquema que esbozar y dejar listo para, el miércoles, desarrollarlo en una primera versión. Me encantaría poder dejarlo reposar los jueves, para que cogiera cuerpo y fondo como los guisos de cuchara o el estofado; y el viernes, al terminar de trabajar y justo antes de darme ya el permiso definitivo para vaguear, releerla, editarla, darle el toque final y dejarlo todo programado para poder zambullirme en las horas muertas del fin de semana sin preocupaciones, sin angustias, con la satisfacción del deber cumplido. Y bien cumplido. No pasa nunca. Las semanas de muchísima suerte se me ocurre algo el jueves por la mañana, algo que no es ni siquiera una llama, es casi siempre un rescoldo apenas caliente de algo que pensé hace meses o años o que ha surgido de una idea escuchada, una frase cogida al azar o algo que he leído. Intento mantenerlo con vida el viernes, esperando que no se apague, y que para cuando el sábado por la mañana (con suerte) o por la tarde (en una especie de carrera contra el tiempo) no me parezca una basura y consiga sacar algo medianamente decente. Algo que, al menos, no produzca vergüenza ajena.
Me gustaría saber qué fue de los hombres de mi pasado con los que me enrollé o estuve a punto. Incluso con aquellos con los que no llegué a nada a pesar de que los dos lo estábamos deseando. Esto es curiosidad malsana y me hace sentir un poco como una de esas heroínas de novelas victorianas que se pasan años soñando con amores perdidos y escribiéndose cartas, hablándose de usted, en las que todo está dicho pero no escrito.
Me gustaría vivir media hora dentro de la cabeza de alguien que es un sinvergüenza mayúsculo para saber cómo se siente ser alguien abyecto y despreciable.
Me gustaría tener jengibre, cilantro y apio en casa cuando me pongo a hacer una nueva receta que tiene estos ingredientes. Me encantaría que el jengibre, el cilantro y el apio no se me pusieran malos en la nevera porque no se me ocurre nada que hacer con ellos o se me olvidan al fondo del cajón.
Me gustaría que mi madre dejara de decirme: «como no me habías dicho esto… » cuando se lo he dicho 20 veces. Me gustaría que no me repitiera todo 20 veces. Me encantaría no estar aterrorizada por el temor a acabar como ella. Me pregunto si de verdad olvida o sencillamente llega un momento en tu vida en que tu cerebro se cansa de recordar y te dice: «paso, que nos lo recuerden todo el tiempo». Esto supongo que no le ocurre a toda esa gente, hombres sobre todo, a los que cuando les dices que tenéis un plazo para cualquier cosa te responden: «recuérdamelo». ¿Perdona? ¿Acaso tengo cara de Google Calendar? ¿Qué te hace suponer que yo tengo tiempo para recordarte las cosas de las que tú tienes que acordarte?
Hablando de esto, me gustaría tener más pinta de estar ocupada, terriblemente ocupada. Una de esas pintas que hacen que alguien se te acerque y te diga«“perdona que te moleste, sé que estás a mil cosas, pero, ¿podrías, en algún momento, ayudarme con esto?» No me pasa nunca. Por lo que sea, mi cara, mi postura, mis ademanes, la manera en la que hablo o escribo o atiendo una llamada, jamás refleja que estoy ocupada. Cuando Dios, el destino, el ADN, o la confluencia de planetas decidieron qué dones me entregarían, dijeron: «vamos a hacer que para el resto del mundo esta personaja nunca parezca ocupada.» Y lo hicieron muy bien.
Me encantaría vivir en la cabeza de alguien a quien le llega el mensaje de «Tu apuesta en Loterias y Apuestas ha sido premiada con… » y al abrirlo se lleva el susto de su vida cuando el mensaje termina «… 23 millones de €». Ni siquiera sé cómo vendría escrito. ¿23 millones de euros? ¿Veintitrés millones de euros? ¿23.000.000 ? ¿Qué pasa luego por tu cabeza? ¿Cuántas veces lo compruebas antes de estar seguro de que sí, eres millonario y, sobre todo, al día siguiente no tienes que ir a trabajar?
Me gustaría ser capaz de memorizar poemas.
Y tener un estudio fijo con un cuaderno sobre la mesa en el que apuntar todas las citas y frases interesantes que leo a lo largo del día. Sé que podría hacerlo en una aplicación, sé que hay miles, pero cuando las he probado siempre me parece que al escribirlas con un teclado pierden la magia, los colores, lo que sea que ha hecho que me llamara la atención y me inspiraran.
Me gustaría ser capaz de recuperar el pensamiento que tenía de niña cuando escuchaba a mis padres decir que tenían «muchas cosas que hacer» y yo pensaba: «¿Qué cosas? Nada de eso es importante». Ojalá saber apreciar que muchas de las cosas que ahora me ocupan no valen nada y dejarlas caer, olvidarlas, dejarlas atrás.
Creo que me gustaría sentirme protegida y saber si alguna vez alguien se ha sentido a salvo conmigo.
Me gustaría que no me diera remordimientos comprarme un perfume caro. Y cuando digo caro no me refiero a algo ordinario de 150€ o 200€. Eso es que me daría hasta vergüenza, pero con los perfumes me pasa como con las estanterías a medida o los tatuajes: los miro, los huelo en este caso, y pienso: ¿cómo puedo saber que seguirás gustándome dentro de seis meses?
Me gustaría saber si la inspiración funciona mejor cuando tu cerebro está sobreestimulado o si, por el contrario, brota cuando tu mente está aburrida, divaga, explora y recorre caminos intransitados en busca de algo interesante a lo que darle vueltas.
Me pregunto cómo será tener una mente aburrida.
Fantaseo con que los días duren más para poder hacer menos. Y con que mañana aparezc,a a lo largo del día, la llama de lo que leerás el próximo domingo.
Como parece que te gusta leer Cosas que (me) pasan me animo a preguntarte si has pensando en suscribirte? Si te suscribes hoy, tienes una semana gratis para probarlo todo y ver si te merece la pena. Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Tendrías acceso a la newsletter extra del último domingo del mes, al club de escucha y al chat. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita y varias tarjetas necesarias para tu vida con frases como “Me quiero ir a casa a leer” o “Desde tan abajo no explico”. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Me ha encantado el "¿Perdona? ¿Acaso tengo cara de Google Calendar? ¿Qué te hace suponer que yo tengo tiempo para recordarte las cosas de las que tú tienes que acordarte?"
Soy hombre pero intento no usar de secretario a nadie jajaja
Eres de las poquísimas newsletter que según empiezo a leer ya no puedo parar. Otras las leo cruzadas a ver si hay algo interesante, o las guardo para más tarde, o ese más tarde nunca llega. Pero tú, inspirada o no, me provocas zambullirme, bajar el ritmo, saborear, dejar que mi mente divague con mis pensamientos y recuerdos enredados con los tuyos. Me provocas, como dicen los portugueses, “ler devagar”.
Gracias por seguir escribiendo.