Los años bobos: el bodrio tristón

Esta hubiera podido ser yo viendo Los años nuevos sino hubiera estado tomando notas para escribir este despelleje

Como persona que lleva casi diecisiete años escribiendo para contarle al mundo su minúscula vida a lo mejor no soy la persona más adecuada para decirle a un director de cine como Rodrigo Sorogoyen que su vida amorosa y sus experiencias vitales no son tan interesantes ni tan especiales ni tan diferentes, como para ser objeto de análisis pormenorizado durante diez episodios de casi sesenta minutos cada uno, seiscientos minutos, dando la TURRA MÍTICA con ellas.

Como persona amante de los directores de cine que destilan sus vidas, sus traumas, sus historias amorosas reales, pasadas o nunca consumadas, en películas, señores como Woody Allen o Richard Linklater, por poner un par de ejemplos, a lo mejor no soy la persona más adecuada para decirle a Sorogoyen que se podía haber ahorrado Los años bobos y la humanidad no se hubiera perdido nada. De hecho, hubiéramos dejado de perder seiscientos minutazos de nuestras vidas.

Como persona que escribe, entre otras cosas, por la diversión, agradezco muchísimo a Sorogoyen este esfuerzo absolutamente titánico por perpetrar una de las series más aburridas, si no la más, que se ha hecho nunca. Ha creado un nuevo género: ha pasado de la comedia romántica al bodrio tristón.

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