Desconfío muchísimo de la gente con carisma. Y no, no es envidia. Encuentro que la gente con carisma ocupa muchísimo espacio. Llegas a una fiesta, una reunión, una comida y la persona en cuestión apenas deja hueco para el resto de los invitados. Nada más detectarlos aparece en mi interior un pequeño malestar, una inquietud. Intento no dejarme llevar, como hacía en mi juventud, por ese primer pálpito. No quiero que el primer vistazo, la primera impresión condicionen mi percepción. Me digo a mí misma: «Ana, espera. A lo mejor te estás perdiendo algo. A lo mejor el carisma de esa persona que ahora mismo llena la habitación hasta el techo, ocupando cada resquicio, los huecos entre los libros, entre los muebles, entre los cuerpos es inofensivo. A lo mejor esa persona tiene un carisma de escasos poderes. Algo que despliega como un pavo real para impresionar pero que, con el pasar de las horas, volverá a plegar y se convertirá en alguien normal, interesante o no, divertido o soporífero, pero sin florituras».
Leo en el DRAE que el carisma es la «especial capacidad de algunas personas para atraer o fascinar». Interesante. No dice por ninguna parte que esa especial capacidad sea positiva. Los hipnotizadores también tienen una especial capacidad para atraer y fascinar, y no digamos los manipuladores. De hecho, creo que el carisma es la principal arma de los estafadores. No se puede estafar a nadie si eres un ficus de plástico. Lo primero que tienes que tener es carisma para engatusar, para echar un «encantamiento» que los atrape en tus redes.
I thought he was over the top with charm. And I think people who have a lot of charm use it, often use it to the room, and...
La otra noche, en mi insomnio nocturno, escuché esta frase en un podcast. Un hombre con muchísimo carisma, durante una cena, intentaba convencer al resto de comensales de que podían confiar en él. Les decía que si querían hacer un buen uso de su dinero, él podía aconsejarles para invertir bien. Una de las asistentes a la cena, una mujer, decía esa frase y, en seguida, me sentí identificada. He dicho antes que intento sacudirme el prejuicio contra la gente muy carismática y lo intento, pero no porque creo que vaya a estar equivocada, sino porque, a mi edad, estoy intentando ser mejor persona, más «buena»: No dejarme guiar por el prejuicio, el resentimiento o el rencor. ¿Para qué? No lo sé. Debe de ser una etapa de mi vida. Ya se me pasará y me convertiré en la vieja cascarrabias que me apetece ser.
Como decía antes, la gente con carisma siempre me ha dado repelús, como las arañas peludas, los talones agrietados o la textura de los callos. Es un rechazo visceral que no puedo controlar y que me pone en alerta. Mi cuerpo dice: no lo toques, no te acerques, no lo mires. Como si me fuera a dar una reacción alérgica. Hace muchísimo años, casi cuarenta, mis hermanos y yo estábamos en la parada del autobús en el Paseo de la Castellana esperando el M-47. Era lo que entonces se llamaba un microbús porque era de más lujo. Eran más pequeños, con asientos más cómodos y, en teoría, no admitían pasajeros de pie. El porqué de que hubiera líneas «de pobres» y líneas «de lujo» era algo que por entonces no me preocupaba, pero me fastidiaba muchísimo que al ser más pequeños siempre vinieran llenos y tuviéramos que esperar muchísimo. El M-47 cubría el trayecto Callao-Barrio del Pilar. Aquella tarde teníamos la impresión de llevar horas esperando cuando llegó aquella señora. Mediana edad, con un sombrero gracioso, regordeta, simpática. Enseguida empezó a hablar con nosotros, nos ofreció caramelos, nos preguntó por nuestro colegio, nuestros padres, lo que nos gustaba. Mis hermanos pequeños charloteaban encantados mientras yo me mantenía más apartada, mirando al horizonte para ver si el autobús llegaba. Ni rastro. En un momento dado la señora empezó a decir que ella no podía esperar más y que iba a coger un taxi y que si queríamos nos llevaba a casa. «¡Sí, sí!» decían mis hermanos entusiasmados. A mi también me tentaba la idea del taxi: la comodidad de ir sentados, la rapidez de llegar a casa pronto, poder merendar y quitarnos el uniforme, pero algo en mi cabeza me decía que no, que aquello no podía ser. La señora era cada vez más insistente y mis hermanos me miraban con cara de «Ana, por favor, que vamos a estar aquí mil años, ya llevamos dos mil». Y el autobús no venía. La señora insistía más y yo que había empezado a negarme con educación «No, de verdad que no, muchas gracias, no hace falta», ante su insistencia tuve que ponerme firme y decir que no. En ese momento ella cambió de actitud. Estaba enfadada, molesta. Se asomó al carril central, paró un taxi y creo que nos dijo algo que no recuerdo. Sí recuerdo el alivio al ver que se había marchado. Todavía ahora, cuarenta años después, sigo pensando que esquivamos un peligro.
Tener carisma no es, ni de lejos, lo mismo que ser encantador. La gente encantadora provoca ternura, ganas de estar con ellas, de ser sus amigos, de conocerles. A la gente carismática se la contempla con una admiración teñida de miedo: «Oh, ¿qué pasará si no le gusto? ¿Me echará de su círculo de privilegiados? ¿Usará su carisma contra mí?». Alguien encantador no provoca ese efecto. Estar con alguien con mucho carisma es cansadísimo. Sin quererlo, o mejor dicho aunque no quieras, te obligas a estar alerta, atento, precavido. Y más cuando el carismático te convierte, sin querer, en tu peor versión de adolescente inseguro. De repente te encuentras pensando en si tendrás nivel suficiente para que esa persona derrame sobre ti unas gotitas de carisma. Quién sabe, quizá una pregunta personal que te dirija, una mirada, una apreciación sobre tu ropa, tu pelo, tu sonrisa, algo de tu trabajo o de tu vida, una risa por uno de tus chistes. Esa continua necesidad de estar a la altura del carismático, de su apreciación es agotadora y te hace sentir inseguro. En el fondo estás deseando que termine ese contacto, volverte a tu cueva de gente normal, mediocre con sus momentos de brillantez, a tu cueva donde puedes ir en chanclas sin estar pendiente de que Campanilla venga a rociarte con sus polvos mágicos.
La gente encantadora sin embargo te recarga la vida. Puedes tener un día de mierda, encontrarte con esa persona y, de repente, sentir que algo en ti brilla, que el día no es tan malo, que te puedes reír, que eres interesante, gracioso hasta en tu desgracia. De la gente encantadora te da pena despedirte, pero aún así, cuando lo haces, cuando no queda más remedio, te marchas sonriendo y pensando «qué bien me ha sentado».
Y por último hay una gran diferencia entre el carismático y el encantador. El encantador siempre te recuerda. Incluso se alegra de verte. Demuestra una alegría que, si no es sincera, se parece tanto que a ti te vale. Te la crees.
Un carismático rara vez te recuerda cuando se vuelve a encontrar contigo. A no ser que, por alguna razón, quiera algo de ti: ha descubierto que tienes un puesto importante, o quiere zumbarse a tu prima, o pedirte una casa que tienes en Socuéllamos, o tiene pensado estafarte. En ese caso, te recordará. Si no, fingirá que es la primera vez que te ve.
Por supuesto, te recordará si eres otro carismático. Les encanta estar juntos. No sé si has visto alguna vez a dos o tres personas carismáticas juntas. Es como un documental de La 2: se aparean, se hacen carantoñas, se creen invencibles, se ríen con superioridad. Muestran un desdén descuidado por el resto de la gente mientras cuchichean y deciden a quién, mortal sin carisma, van a permitirle acercarse a ellos. Es asqueroso, pero no puedes dejar de mirar.
Dios me libre de los carismáticos.
Huye de cualquier cosa que huela a carisma.
Busca el encanto.
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“Y más cuando el carismático te convierte, sin querer, en tu peor versión de adolescente inseguro. De repente te encuentras pensando en si tendrás nivel suficiente para que esa persona derrame sobre ti unas gotitas de carisma.” Me revuelven las tripas. Me hacen pequeñita y tener ganas de ser invisible.
Yo creo q estás hablando del espectro del carisma: hablar de lo q me parece más un "charming psychopath" en un lado y el "encantador" q sería un carimástico blanco, sin ese narcisimo, ganas de controlar, etc. Como sabes, acabo de terminar "La ciudad de los vivos" de Lagioia y Prato era un carismático oscuro de libro, explotaba las debilidades de la gente para su beneficio, pero todo el mundo estaba encantado con él cuando entraba a la habitación (hasta q alguna gente le empezaba a pillar, claro...). Lo q está claro es q alguien con ese aura no lo intenta, no intenta gustar... eso es lo menos cool q hay.
Lo de varios carismáticos oscuros juntos, no sé... cómo manejan el foco? Hay un refrán algo así como "no se pueden tener dos gallos en el mismo corral"...
hugss
di