Primer miércoles de mes. Cuando escribo esto no sé si ha ganado Trump, como me temo, o ha ganado Kamala y vamos a poder vivir los próximos cuatro años con cierta tranquilidad, sabiendo que no nos despertaremos cada día con una idea horrible como decidir que las mujeres no puedan hablar, vender Alaska a Putin, regalar Ucrania a Rusia o deforestar por completo Estados Unidos, por ejemplo. Lo escribo y me doy cuenta de que no soy capaz siquiera de imaginar las atrocidades que Trump puede cometer.
En octubre he leído poquísimo, no he tenido tiempo, me he quedado dormida cada noche para despertarme al cabo de dos horas y ponerme a escuchar podcasts hasta el amanecer. He tenido muchos saraos, he estado con mucha gente y ha sido divertido, pero claro: socializar es incompatible con leer con calma. ¿La parte buena de esto? Que esta entrega de Lecturas encadenadas será corta. Espero.
Yo fui a un colegio de pijas, los Sagrados Corazones «Paraíso», en una calle pija de Madrid, la calle Padre Damián, rodeada de otros colegios pijos como el San Agustín. No todo el mundo que iba a ese colegio era pijo, yo no lo era y había otras muchas niñas que tampoco, pero se respiraba pijismo. Por supuesto sufrí la presión de las marcas: Amarras, Don Algodón, Levi’s, Nike, Roc Neige, New Balance y otras muchas. Recuerdo la agonía de inseguridad que sufría porque yo quería un jersey de Don Algodón verde con hileras de nubes blancas y lo que conseguí es llevar uno que mi madre me tejió. Tampoco tuve nunca unas zapatillas de marca o unos Levi’s y lo más cerca que estuve de rozar el marquismo fue cuando mi madre le encargó a una prima que iba de viaje a Turquía que nos trajera polos Lacoste de imitación. Con qué orgullo los llevaba y cómo los cuidaba. Todas esas sensaciones de inseguridad, de sentirse inferior, de deseo aspiracional, de tener todas esas cosas y de envidia, por qué no decirlo, habla mucho Raquel Peláez en Quiero y no puedo. Una historia de los pijos de España.
¿Cuándo empezaron a existir los pijos en España? Esa es la pregunta que Raquel Peláez intenta responder partiendo de una raqueta de tenis que no era de la marca adecuada cuando ella era niña en Ponferrada. El recorrido histórico por la pijez española empieza nada más y nada menos que con Eugenia de Montijo para continuar con Alfonso XIII y saltar luego a Carmen Martínez-Bordiú y de ahí hasta nuestros días, hasta los pijos cayetanos e influencers. Para mí, la parte más interesante ha sido ese recorrido histórico hasta más o menos la época de la Preysler, que ya me suena muy cercana. Me gustó también la parte de los inicios de Marbella con Gunilla dándolo todo. Es curioso cómo personajes que en mi adolescencia o temprana juventud eran conocidísimos han caído en el olvido más absoluto. Me dan ganas de enseñárselo a todos esos influencers que creen que siempre estarán en la cresta de la ola... sin saber que van directos a la irrelevancia y el olvido.
«¿Qué es ser pijo?», se pregunta Raquel. Yo creo que definir la pijez es tan difícil como definir la grima. Hay muchas clases de pijos y lo único que creo que los une es que los que no lo somos les tenemos mucha tirria.
¿Te recomiendo Quiero y no puedo? Pues, como dice Alana S. Portero en la faja, es un libro que se lee como el Hola y que si te criaste en los 80 seguro que te vas a reconocer en muchas cosas. A mí casi me dolió acordarme de mi jersey tejido a mano y mis polos Lacoste falsos. Me ha dado ternurita mi yo de 12, 13, 14 años agonizando por esas chorradas, sintiéndose fatal por no ser pija y deseando serlo con todas mis fuerzas.
Mi segunda lectura del mes ha sido Mesa para dos, de Amor Towles. Llegó a mis manos por un regalo de Paloma, la madre de mi amigo Juan, que lo leyó y dijo: «Éste para Ana». De Amor leí en 2013 su primera novela, Normas de cortesía, de la que rescato lo que escribí entonces:
«Está bastante bien. Es entretenida, amena, se lee fácil y transcurre en Nueva York. ¿La recomiendo? Sí. ¿Está fenomenal? No. Probablemente leerla intercalada con relatos de Cheever hace que se le vean más los fallos, pero es que además parece ir y venir a ratos sin ningún propósito más allá de rellenar páginas y entretener para llegar al final. No estoy en contra de que las novelas entretengan, pero a veces la sucesión de anécdotas sin ninguna conexión descolocan un poco… A pesar de ello es una novela que sé que regalaré».
Qué ternura me da leer cómo escribía hace tantos años.
La siguiente novela de Towles, Un caballero en Moscú, la leí en 2021 y me entretuvo, pero sin enamorarme como para enloquecer.
Mesa para dos me ha gustado muchísimo. Está dividida en dos partes: La primera, Nueva York, recoge una serie de relatos estupendos. Todos me sorprendieron, me engancharon, me hicieron pensar en qué hubiera hecho yo y con algunos incluso me reí.
«La única ventaja de hacerte mayor es que pierdes los apetitos. Después de los sesenta y cinco años, uno desea viajar menos, comer menos y poseer menos. A esa edad, no hay mejor forma de acabar el día que con unos pocos sorbos de whisky escocés, unas pocas páginas de una buena novela y una cama king-size sin distracciones. Indudablemente parte de ese declive es el resultado de la inevitable degeneración de la forma física. Cuando envejecemos, nuestros sentidos pierden agudeza. Y como es a través de los sentidos que satisfacemos nuestros apetitos, es lógico que, cuando nuestros ojos, oídos y dedos flaqueen empecemos a desear con una intensidad menor. Además hay que tener en cuenta que el conocimiento que aporta la experiencia. Cuando nuestro pelo encanece, no sólo hemos probado la mayoría de los placeres de la vida, sino que lo hemos probado en diferentes lugares y momentos del día. Pero, a fin de cuentas, sospecho que el cese de los apetitos es, sobre todo, una cuestión de madurez».
Todos tienen en común un momento fortuito que desencadena una situación vital nueva, inesperada, no planeada. ¿No es así toda la vida? Un continuo planear para ir luego poniendo parches porque nos empeñamos en seguir ese plan imaginario en vez de adaptarnos a lo que viene. Y todos son diferentes. Unos están narrados por uno de los protagonistas, otros por parte de alguien cercano a uno de éstos, otros con un narrador omnisciente… pero todos, repito, son estupendos.
La segunda parte del libro, Los Ángeles, es una novela breve, una especie de spin-off de Normas de cortesía, que no hace falta haber leído para entender. De hecho, creo que es mejor que la novela de la que surge. ¿Qué cuenta esta novela sin título? Pues una historia casi de cine negro con malos muy malos, malos chapuceros, un policía retirado y tristón, una mujer listísima y muy guapa, Olivia de Havilland, un actor retirado y olvidado y chantajes. Lo tiene todo para convertirse en una película pero, si no llega a serlo, leyendo esta historia respiras cine clásico de Hollywood, mujeres con faldas de tubo y tacones, hombres de traje y con sombrero, hoteles de lujo, directivos de estudios y Lo que el viento se llevó. Se disfruta.
«El carácter de un hombre supone el mayor obstáculo para su propia educación, pensó Charlie. O es demasiado orgulloso, o demasiado testarudo o demasiado tímido para entregarse al proceso de descubrimiento. Muchas lecciones de vida llegan a través de pruebas o adversidades y el coste de esas lecciones no deben tomarse a la ligera. Pero al menos la mitad de lo que un hombre no ha aprendido a lo largo de la vida podría haberlo aprendido fácilmente. Ésta es una de las revelaciones que llegan con la edad, cuando uno comprende la naturaleza del descubrimiento pero ya no tiene tiempo ni energía para entregarse y disfrutarlo con todo su esplendor. Así pues, estamos condenados a acabar nuestros días en un camino de ignorancia que en gran medida nos hemos labrado nosotros mismos».
Lee Mesa para dos, que te va a gustar.
Si lo que me temo a estas horas se confirma... Si ocurre, si ha ocurrido ya cuando leas esto, mi propósito para los próximos cuatro años es refugiarme en los libros y vivir lo más al margen que pueda de la sobresaturación informativa. Asomarme lo justo al mundo para no desfallecer de ansiedad. Así que puede que las próximas entregas de lecturas encadenadas sean eternas.
Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. Si es así me haría muchísima ilusión que te suscribieras para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat. Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Creo que leer no va a ser suficiente en los.proximos 4 años.... puedes prepararnos una habitación de invitados en Ciceli para las adscritas? Somos limpias.y ordenadoras...🤦♀️
Uy, pues yo estoy con Quiero y no puedo (del que soy incapaz de retener el título) y no me está gustando nada. Puede que sea porque me esperaba otro tono más ligero y sarcástico y en realidad pretende ser más serio pero ahí cojea un poco. Por ejemplo, establece muchas relaciones causa efecto no obvias sin explicarlas. En fin que lo estoy terminando no sé por qué.
Lo mismo le doy una oportunidad a Mesa para dos. Leí hace mucho Normas de cortesía y no me gustó.