Tengo la tentación de empezar diciendo que esta vez seré breve, que esta entrega de lecturas encadenadas será corta porque en mayo he leído poco y no voy a tener mucho sobre lo que enrollarme pero no me fío de mi misma. Espero no aburrirte.
Este año me había propuesto releer a Patricia Highsmith y empecé a cumplir ese propósito volviendo a El grito de la lechuza, una de sus novelas que más me impactó en su día. Creía recordar la trama, lo que ocurría, y volviendo a ella he descubierto que lo que creía recordar me lo había imaginado. Ha sido como leerla por primera vez pero, eso sí, sabiendo que me sumergía en el ambiente característico de las historias de Highsmith. Como siempre con sus novelas, no puedes dejar de leer, todo se precipita desde el primer momento hacia la tragedia. Poco a poco, las decisiones que los personajes van tomando se van sumando una sobre la otra manteniéndose en un equilibrio inestable que el lector sabe que no durará mucho, que en algún momento se vendrá abajo. Aún así, y sabiendo como sabes que no hay remedio, cada vez que lees a Patricia quieres creer que esta vez será diferente, que algo bueno pasará. No ocurre jamás, pero no importa: te atrapa en su red y ahí estás sin poder parar de leer y de mover la cabeza diciendo: no, hombre, no, eso no.
En esta novela, además, no es la maldad (como en el caso de las de Ripley) lo que mueve la narración, y tampoco es el amor, es la inercia, la estupidez y unos celos enfermizos. La vida misma, vamos. Casi nada de lo terrible que ocurre en nuestro mundo es por maldad, suele ser por inercia, estupidez y celos.
No quiero contar nada de la trama porque uno de sus mayores atractivos es adentrarse en sus novelas sin saber a lo que vas, a dejarte sorprender. A Patricia Highsmith hay que leerla, debería ser obligatorio como los clásicos, porque además, como ya comenté, te lleva a una época sin prisas, a una época de teléfonos pegados a la pared, cartas y el periódico como fuente de noticias. Casi ninguna de sus historias podrían sostenerse en la época actual, se resolverían en tres búsquedas en Google y un poco de stalkeo en redes sociales. Mucho menos glamour.
En 2009 Frank Bascombe entró en mi vida. Ese año, su autor, Richard Ford publicaba nueva novela y como, por aquel entonces, yo leía reseñas de novedades descubrí que en ellas se mencionaba con insistencia El periodista deportivo, la primera novela protagonizada por Bascombe. Entonces los tres, Bascombe, Ford y yo, éramos más jóvenes y al terminar nuestro primer encuentro escribí que Ford lo cuenta todo con lentitud y parsimonia. Frank y yo no teníamos nada en común, pero algunas de sus ideas me resultaban atractivas.
Escribí que en su vida no pasaba nada espectacular pero que era inevitable cogerle cariño, querer seguir acompañándolo mientras trataba de recomponerse de la muerte de su hijo y un divorcio.
Vaya sí le he acompañado: estuve con él en El Día de la Independencia, Acción de Gracias, en Francamente Frank y ahora he vuelto a encontrarme con él en la última de sus aventuras: Sé mía.
Frank tiene ahora 74 años y vive una rutina de jubilado en la que es medianamente feliz y hasta se divierte. Se entera entonces que su hijo Paul tiene ELA y le queda poco tiempo de vida. Su historia empezaba con la muerte de uno de sus hijos y acaba con la muerte de otro, un círculo terrible. Ambos se embarcan en un viaje que les lleva al Monte Rushmore, un destino absurdo, pero ¿a dónde vas a ir cuando tu hijo se está muriendo? Cuando lo leía me acordaba de La luz difícil, de Tomás González, que también me gustó muchísimo. Allí un padre también acompañaba a su hijo y pensé en cómo la muerte de un hijo, aparte de ser lo más doloroso que puede ocurrirte, borra la vida que te queda, sea ésta mucha o poca.
«Últimamente, me ha dado por pensar en la felicidad más que antes. No es una consideración ociosa en ningún momento de la vida, pero ahora que me acerco a mi asignación bíblica estipulada (nací en 1945) ya no es un tema que pueda pasar por alto».
Y de eso va la novela, de ser feliz en un momento determinado de la vida, en momentos puntuales y breves, aunque se esté en medio de una situación terriblemente infeliz.
«Y, sin embargo, no estoy seguro de que la felicidad sea el estado más importante al que debamos aspirar. [...] Al parecer, en la mayoría de los adultos la felicidad disminuye en las décadas de los treinta y los cuarenta, toca fondo a principios de los cincuenta y, en ocasiones, vuelve a aumentar a partir de los setenta, aunque no hay certeza sobre tal cosa. Saber qué nos da miedo en la vida puede ser una medida y una habilidad más útil. Cuando un entrevistador le preguntó al poeta Philip Larkin: ¿cree que podría haber sido más feliz en la vida?, este respondió: No, no sin ser otra persona. Así pues, por término medio diría que he sido feliz. Lo bastante feliz, al menos, para ser Frank Bascombe y no otra persona. Y hace poco eso ha sido más que satisfactorio para ir tirando».
Como en todas las novelas de Bascombe no pasa nada y pasa la vida. Entiendo que a algunos lectores pueda resultarles lento, pesado, carente de interés, pero para mí estas novelas de Ford siempre han sido como asomarme a la vida de alguien pudiendo escrutarla hasta su más mínimo detalle. Ford, además, ha tenido siempre un talento especial para retratar la sociedad estadounidense y en Sé mía es especialmente crítico con ella.
Como con Highsmith, con Ford no soy objetiva. Es un autor al que soy fiel y del que tengo cientos de citas guardadas en cuadernos, en notas, en mi memoria. Esta fue la primera que anoté:
No hay nada tan alentador como saber que en alguna parte, una mujer que te gusta está pensando en ti y sólo en ti. Pero no hay nada tan hiriente como que ninguna mujer piense en ti. O peor todavía, que una mujer haya dejado de pensar en ti por culpa de tu estupidez. Es como mirar por la ventanilla de un avión y descubrir que la tierra ha desaparecido. No hay otra soledad que se le pueda comparar. El periodista deportivo, de Richard Ford.
Por tener, tengo hasta un libro dedicado por Ford, uno de mis tesoros.
Leed a Ford y ojalá os enamoréis de él como yo. Si no queréis empezar por Bascombe os recomiendo Entre ellos, las memorias que escribió sobre sus padres y que es una preciosidad para reflexionar sobre nuestros propios progenitores.
«Quizá sea algo característico de la relación con nuestros padres: la sensación de que se debería alcanzar alguna meta, luego la constatación de lo que inevitablemente es esa meta, para volver a centrar la atención en el aquí y ahora. A lo que está sólo aquí». Mi madre. Richard Ford
El último libro del mes llegó por sorpresa. Organicé una cena en mi casa para cuatro amigas de la infancia y una de ellas, al llegar, sacó Mañana y tarde, de Jon Fosse, y me dijo: «lo terminé el otro día y pensé: “a Ana le va a gustar”». Yo sabía quién era Jon Fosse porque este año ha ganado el Premio Nobel de Literatura, pero no estaba en mis planes leerlo. Aun así, como ya no hago planes y me tomo las cosas como llegan, decidí empezarlo esa misma noche.
Mañana y tarde es una novelita muy corta, de apenas 100 páginas que en otro momento hubiera podido leer en una tarde pero que me llevó más de una semana porque me caía de sueño cada noche. Me ha gustado mucho, me ha parecido original, diferente y arriesgada, cualidades que cada vez son más difíciles de encontrar en la literatura. Se estructura en dos partes de desigual peso y consideración en la novela. La primera es el monólogo interior de un padre, Olai, mientras espera que su mujer termine de parir al que él espera, por fin, sea su primer hijo varón al que quiere llamar Johannes. El monólogo es repetitivo y da vueltas sobre sí mismo y tiene todo el sentido porque así son los monólogos interiores. En ellos todos avanzamos dos pasos, retrocedemos cinco, damos vueltas y vueltas, tomamos desvíos antes de volver a empezar: imaginamos, proyectamos, tememos y recordamos para luego decidir. El segundo monólogo es de ese niño, Johannes, cuando ya es anciano. Una mañana se despierta en su casa, fría y solitaria desde que su mujer murió y sus hijos se marcharon, y comienza a pensar y dar vueltas y a repetirse dentro de sus pensamientos y en sus diálogos con su amigo Peter. Pronto Johannes se da cuenta de que ocurre algo extraño, de que hay algo diferente. El lector pronto comprende que el anciano está muerto pero él todavía no lo sabe. Él camina por el mundo hasta que su amigo Peter, muerto hace años, le dice: «tenías que desacostumbrarte a la vida».
Fosse es poeta y por eso (supongo, porque soy una completa ignorante en este tema) consigue describir el proceso de morir y la muerte como un lugar luminoso, un sitio al que casi apetece llegar o que, por lo menos, deja de dar miedo.
«Allí donde vamos no es ningún lugar y por eso tampoco tiene nombre.
¿Es peligroso? dice Johannes
No, peligroso no, dice Peter
Peligroso es una palabra, no hay palabras allí donde vamos, dice Peter
¿Duele?
Allí donde vamos no hay cuerpos así que no existe el dolor, dice Peter
Y el alma, ¿allí duele el alma? dice Johannes
Allí donde vamos no existe ni el tú ni el yo, dice Peter
¿Se está bien allí? dice Johannes
No se está ni bien ni mal, pero aquello es grande y apacible y un poco trémulo, y luminoso por decirlo en palabras que no dicen gran cosa, dice Peter»
Quizá a Frank Bascombe le hubiera gustado saber que su hijo iba a un lugar así. Leed Mañana y tarde, que os dará paz. Es precioso.
Y esto ha sido todo en mayo, si dejamos de lado la polémica monumental que se montó con el artículo que publiqué en SModa sobre por qué los hombres no van a clubes de lectura, ni de escucha ni a retiros creativos.
¡Ah, y compra tus libros en librerías de barrio! Pongo los enlaces a Amazon para facilitar saber de qué libro hablo pero mejor si sales de casa, te das un paseo y lo encargas. Hace muchísima ilusión ir a recogerlo cuando te avisan.
Y con esto y un bizcocho, hasta los encadenados de junio. Si lees algo de lo que recomiendo, ven a contármelo: me hará ilusión.
La próxima sesión del Club de Escucha Podcasts Encadenados, será este domingo, 16 de junio a las 19:30. Anímate, si te apuntas hoy tienes una semana gratis para participar y ver si te gusta.
Todo anotado Ana. Gracias por tanto
Me he leído tu artículo y algunos de los comentarios y diría que el problema es que no han sabido entender tu artículo. Les iría mejor si fueran a clubs de lectura jaja