Marzo ha sido bastante desastroso en cuanto a lecturas. Tengo la desagradable sensación de llevar bastantes meses encadenando lecturas mediocres intercaladas con alguna maravilla (Invierno, de Rick Bass, me viene ahora mismo a la memoria) pero en general la decepción es la tónica general en mi lectura. A lo mejor estoy eligiendo mal, o no es el momento, o no estoy leyendo bien porque o bien estoy demasiado cansada para leer bien o tengo demasiada prisa. Esto último me preocupa. A veces, cuando me meto en la cama y me pongo a leer, me doy cuenta de que voy con prisa, como si estuviera en un concurso. Me obligo, entonces, a leer en voz alta para pararme, para dejar de correr y coger un ritmo de lectura con sentido, sin que parezca que alguien me persigue, que me azuza para llegar al final de la página.
Al lío.
Cuando A me dice «toma, lee este tebeo» no discuto, ni siquiera pregunto de qué va o por qué cree él que debo leerlo. En este tema (y en casi todos) me fio al 100% de él. En sus tebeos me sumerjo siempre sin preguntarme si el agua estará fría o si habrá algo en el fondo, si él cree que es para mí, casi siempre lo es. Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim, es un tebeo de no ficción que cuenta la historia de Lee Ok-Sun, una anciana que la autora conoce en una residencia y la que somete a un interrogatorio/conversación para conocer su vida y contárnosla. Lee Ok-Sun es una mujer coreana utilizada por el ejército japonés como “mujer de consuelo”, que es un eufemismo para decir que formó parte del enorme grupo de mujeres coreanas convertidas en esclavas sexuales durante la Guerra del Pacífico1. Este hecho, ser prostituida a la fuerza durante años, ya sería lo bastante terrible como para destrozar la vida de Lee Ok-Sun pero es que se suma a una vida llena de penurias y tragedias que comienza en su más tierna infancia. Su familia sobrevive como puede, casi sin comer, y la única solución que tienen es vender a Lee Ok-Sun a un vecino, entregarla a cambio de dinero para mantener al resto de los hijos. Para convencerla de que se vaya con el vecino le dicen que si se va, que si no protesta, podrá ir a la escuela, que es su máximo anhelo. Se me rompía el corazón leyendo esas viñetas en las que la niña, con apenas 10 años, se marcha de su casa creyendo que va a cumplir su sueño. Todo lo que le ocurre a partir de entonces es espantoso, no hay respiro. La acumulación de horrores es tal que se podría pensar que el lector acabará desensibilizado, acostumbrado, pero no es así. Recorres las páginas casi sin respirar, al principio crees que en algún momento llegará la “rendición”, el final feliz, el respiro, pero no lo hay. De vez en cuando hay que apartar el tebeo y respirar, mirar fuera de sus páginas y darte cuenta de la suerte que tienes y de que hay vidas terribles.
Hierba es un tebeo tristísimo en el que el dibujo juega con el contraste permanente de la vida. Las viñetas con la historia son duras, angostas; los personajes casi feos, transmitiendo una sensación de estrechez, de estar encerrado, de no tener aire, ni luz, ni horizonte ni futuro. Por el contrario, en las páginas que comienzan y terminan capítulos no hay viñetas; el dibujo, los trazos se expanden con libertad hasta salirse de la página. Encontramos ahí el retrato de la naturaleza que, indiferente al sufrimiento y el dolor, sigue su ciclo. En esos dibujos sueltos, libres, expansivos, sentimos el aire en la cara, el sol sobre nosotros, escuchamos las ramas de los árboles mecerse y el susurro de las hojas con el viento, tocamos la hierba. No sé si Lee Ok-Sun tuvo esos respiros o son concesiones que la autora concede al lector y a sí misma para poder contar esta historia.
Sombras verdes, ballena blanca, de Ray Bradbury, lo compré en León en fin de año. Bradbury es una debilidad que tengo, como Richard Ford, Amos Oz, Steinbeck y algún otro autor que ahora mismo no soy capaz de recordar. (Escribo esto dopada de Couldina y en la cama, con un catarro monumental que me ha dejado como si fuera una heroína tísica del siglo XIX pero con pijama y sin camisón, y sin la tez de porcelana ni las manos finas). Las debilidades están muy bien pero lo que tiene, a veces, es que te obligan a poner a prueba tu amor incondicional por ellas y tienes que recurrir a ese amor para no abandonar la lectura.
En 1953 Bradbury desembarcó en Irlanda (resulta que el creador de los más increíbles viajes espaciales tenía miedo a volar) para pasar allí una temporada escribiendo, con John Huston, el guión que adaptaba Moby Dick, de Henry Melville. Inciso.- Yo no he leído Moby Dick porque me da muchísima pereza, pero mi relación con la película es estrecha debido a que durante tres veranos (1988,1989 y 1990) pasé largas temporadas en Youghal, un pequeño pueblo de la costa este de Irlanda en el que ¡sorpresa! se rodó la famosa película. Que Youghal fuera, además de eso, el lugar donde conseguí mis primeros éxitos en el mundo del ligue, convierte a ese pequeño pueblo en un sitio importante en el mundo o, al menos, en mi vida. .- Fin del inciso.
Bradbury se instala en un hotel en el centro de Dublín donde pasa las horas escribiendo y adaptando para, por las noches, ir a cenar a la casa que Huston ha alquilado junto con su mujer a las afueras de la ciudad. Bradbury trabajó muchísimo, sufrió con el guión y Huston era un tirano con él y con quien se le pusiera delante, especialmente con su mujer. Hay algunos pasajes del libro que retratan las cosas que le decía su mujer y dan ganas de pegarle. Los días que no cenaba con los Huston pasaba las horas en un pub con los parroquianos del lugar, bebiendo y escuchando historias interminables, anécdotas y chascarrillos. Todo esto, sobre el papel, parece estupendo para un libro de no ficción, una crónica de esos siete meses de purgatorio, pero a mí me ha parecido bastante aburrido y repetitivo. La parte que más me ha interesado ha sido la relación con Huston y los problemas con la película. La historia del pub y las peculiaridades de los irlandeses me ha aburrido bastante. Puede que haya sido porque las historias de borrachos, sean irlandeses, de Benidorm o de Avilés, son todas iguales: todos se creen especiales en sus bares y en sus relaciones y son todas iguales: soporíferas. También puede ser que el asombro que a Bradbury le causó Irlanda por sus diferencias con California, de donde él venía, no existen en el lector contemporáneo. A lo mejor simplemente tenía demasiadas expectativas.
«Me quedé mirando las calles de piedra gris y las nubes gris piedra, mirando a la gente helada que pasaba de largo y exhalaba grises penachos fúnebres por sus glaciales bocas. En días como estos, pensé, todas las cosas que no hiciste se ponen al corriente contigo, desatan tus cordones, te irritan la barba. Que Dios ayude al hombre que no haya pagado las deudas ese día».
De Bradbury, repito por enésima vez, leed Crónicas marcianas.
Noches insomnes, de Elizabeth Hardwick, lo compré en el Thyssen el día que fuimos a la exposición de Freud. Me hizo ilusión encontrarlo porque llevaba en mi lista desde que Isabel Calderón lo recomendó varias veces y porque descubrí que estaba editado por Navona, que me encanta. Al abrirlo, para empezar, me enteré de que Hardwick había escrito una biografía de Melville y me pareció una buena carambola cósmica.
Chasco total. Me he aburrido muchísimo y lo he terminado porque son apenas doscientas páginas. Nada me ha interesado, he deslizado la vista por los párrafos intentando encontrar algo en lo que engancharme, algo a lo que agarrarme para no perder por completo el interés, pero no ha habido manera. Se supone que Noches insomnes es una novela en la que la protagonista (¿la propia autora?) repasa retazos, recuerdos y personajes de su vida. Ninguno de esos recuerdos resulta interesante para el lector pero es que tengo la sensación de que tampoco lo es para la autora. He recorrido los párrafos, las páginas, los recuerdos esperando encontrar algo, un destello, que me congraciara con el libro porque de verdad quería que me gustara. Nada.
«A principios de junio hizo calor. Me fui de viaje y, naturalmente, de repente todo era nuevo. Cuando viajas, lo primero que descubres es que no existes».
A pesar de la decepción he doblado varias esquinas porque Hardwick era brillante.
«El anfitrión y la anfitriona eran de una inteligencia excepcional y, por tanto, se mostraron sucesivamente ansiosos, aburridos y complacidos».
Perfecta descripción, yo conozco gente así.
«Divorcios y separaciones: así es como te prestan atención. Todo el mundo examina su estado y algunos dicen: “que raro, eran mucho más felices que nosotros”».
Aquí hemos estado todos alguna vez.
«No se puede echar de menos durante mucho tiempo a quien no deja nada a su paso».
Noches insomnes fue un exitazo cuando se publicó. Dándole vueltas a ese éxito y a mi decepción con él creo que quizá fue rompedor en su momento y de ahí que se hablara mucho de él. Ahora ya no lo es y resulta anodino, pero no hay que despistar a Hardwick. A mí me encantó conocerla en este artículo en el que un joven escritor contaba cómo la conoció y su amistad con ella.
Ten cuidado de las cosas de la tierra
Haz algo, corta leña, labra la tierra,
planta nopales, planta magueyes
tendrás que beber, que comer, que vestir.
Con eso estarás en pie, serás verdadero
con eso andarás.
Con eso se hablará de ti, se te alabará,
Con eso te darás a conocer.
Huehuetlatolli
Esto lo leí en una pared del Museo de Arqueología de Ciudad de México y me gustó.
Ha sido un mal mes de lecturas. Veremos qué pasa en abril.
Hace años leí El holocausto asiático, de Laurence Rees, y me di cuenta entonces de que, con nuestro eurocentrismo, no tenemos ni idea de lo que ocurre en el otro lado del mundo. Los horrores que cometieron los japoneses durante la II Guerra Mundial contra los chinos son espeluznantes.
Noches insomnes es el libro que, aunque haya leído que te ha aburrido, me apetece leer por tus notas y tu descripción. Crónicas Marcianas lo leí hace años por tu recomendación y fue un acierto.
Estoy disfrutando con Crónicas marcianas. Chimpum!