Antes de nada, dejo aquí el anuncio de que hasta final de mes está abierta la oferta de 20% de descuento para la suscripción de pago. Te puedes suscribir tú solo o juntarte con un amigo y hacer una suscripción de grupo (aquí el descuento es del 30% y solo tienes que convencer a un amigo). ¿Qué tendrás? Acceso al club de escucha, al chat y una newsletter extra al mes. Si te haces miembro fundador, además te escribiré una cara o varias.
Junio fue un mes apresurado, lo viví como si los días se apelotonaran unos encima de otros queriendo adelantarse, correr, llegar. ¿A dónde? No lo sé. Ya llevo un mes de “veraneo” y no sé cómo ha pasado. Sí sé que junio no fue como yo pretendía, disfrutando de anocheceres eternos leyendo en el porche. Creo que lo pude hacer dos días. El resto, o llegué a casa de noche cerrada o no llegué o llovía. Que lloviera, por supuesto, me pareció maravilloso, pero ya no me acuerdo. Leer, leí pero cosas muy raras, muy diferentes entre sí y que me han dejado un sabor agridulce.
Al lío.
Empecé el mes leyendo Tea Rooms. Mujeres obreras, de Luisa Carnés, regalo atrasado por mi cumpleaños de mi hermano. Este título había pasado por delante de mis ojos en innumerables críticas, recomendaciones variadas, reseñas y demás, pero no había ido más allá porque no me había interesado lo suficiente.
Matilde es una joven que vive en Madrid y está desesperada buscando trabajo, llamando de puerta en puerta, intentando encontrar una colocación, como se decía antes, para intentar salir un poco, al menos, de la miseria en la que vive con su madre y sus muchos hermanos pequeños. Matilde es un trasunto de la propia Luisa, que se vió en una situación parecida. Matilde/Luisa consigue trabajo en un tea room, una cafetería de postín con ínfulas que yo me imagino tipo Mallorca o Embassy en sus buenos tiempos. Allí coincide con otras mujeres que trabajan echando muchas horas, cobrando una miseria, bajo la dominación de una encargada déspota y un dueño aún más tirano y, por supuesto, sometidas también a la opresión social de los años 30 en España. Sometimiento al hambre, a la religión, a la falta de oportunidades tanto económicas como sociales o educativas. Algunas han decidido someterse y acomodarse, otras pelean y acaban sin trabajo, otras viven alegres creyendo que saldrán de ahí. Matilde vive en la rabia callada, subterránea y amarga, aguantando la injusticia que la rodea. Tea rooms es una novela costumbrista que retrata el Madrid de los años 30 y que a mí me ha recordado a las novelitas de papel cartón de la colección Trébol que heredamos de mi abuela y que devoré cuando tenía 11 ó 12 años. La escenografía, el decorado es el mismo, una sociedad pacata y oprimida en la que las jóvenes intentan buscarse la vida, ser felices, pero todo lo que en aquellas novelitas de mi abuela eran dulces jovencitas obedientes y calladas y cumplidoras de las enseñanzas del régimen y que solo buscaban casarse con un galán, tiene aquí su reverso real: las mujeres de Carnés sufren, como no podía ser de otra manera, y el lector no siente piedad por ellas, siente su rabia, se enfada. En las novelitas había culebrón con final feliz, aquí hay drama que culmina en tragedia.
No me gustó en demasía el estilo, el presente de narrador omnisciente es raro en el tono, queda frío. Todo el tiempo tuve la sensación de estar leyendo un primer borrador, un esquema, casi un storyboard de cine. Y esa es otra, no sé cómo no se ha adaptado esto al audiovisual, aunque me temo que en cualquier productora habría la tentación de adaptarlo haciéndolo más parecido a las novelitas de mi abuela.
¿Lo recomiendo? Está bien pero sin alardes. Es mejor como testimonio de una época y reconocimiento al trabajo de una escritora en los años 30 en nuestro país que como obra literaria.
Mi siguiente lectura fue un préstamo que llevaba dos años esperando en mi estantería. Los ojos del hermano eterno, de Stefan Zweig. Es un libro rarísimo para ser del escritor austriaco. Durante la lectura de sus apenas 70 páginas no te abandona la sensación de que quizá Zweig lo copió de algún sitio, lo escuchó en algún viaje y, en un momento de falta de inspiración, lo escribió y lo hizo pasar por suyo. Esto es una mera apreciación personal, no digo que fuera así. Esta brevísima obra cuenta la historia de Virata, un legendario guerrero de un reino oriental que, tras asesinar por error a su hermano en una batalla, reflexiona y pasa por distintas etapas vitales en las que su único afán es hacer el bien. Por supuesto esto no le sale siempre como espera y en un determinado momento decide que, como no puede hacer siempre el bien, se limitará a no hacer nada, a la vida contemplativa más absoluta. Tampoco le sale bien. ¿Cuál es la lección que Zweig trata de hacernos llegar? No lo sé, no lo tengo claro, pero creo que sería algo así como que en nuestra vida, por muy virtuosos que queramos ser, y ya te digo que ni de coña nos acercamos a quererlo ser tanto como Virata, siempre hay hueco para que algo malo o terrible ocurra, incluso teniendo la mejor de las intenciones. Ni fú ni fá. Esto de Zweig te lo puedes saltar.
Lord Jim at Home, de Dinah Brooke, fue el siguiente salto mortal. Este título captó mi atención en la newsletter de libros de The New York Times, que me gusta mucho porque nunca recomiendan novedades, siempre recomienda dos títulos relacionados de una manera muy laxa con un tema y siempre son libros de hace años que puedes encontrar de segunda mano. Esta novela de Dinah Brooke venía recomendada, creo recordar, por estar relacionada con la maternidad y, por algo que no puedo explicarte, me llamó la atención y la compré online en una librería de Irlanda porque no está traducida.
Es una novela rarísima con un estilo preciso y acerado en la que cada frase se siente como un corte de bisturí, como una nueva herida. Es como leer un informe policial, una autopsia pero peor, porque destila una crueldad que casi casi está a la par con la de Claus y Lucas, de Agota Kristof. No es un libro para pusilánimes. Lo que nos cuenta Dinah (que publicó esta novela en 1973 y poco después se hizo budista, se cambió el nombre, se metió en la secta de Osho y pasó seis años en la India) es la historia del joven Gilles, el primer hijo de una acomodada familia inglesa, como esas que todos hemos visto mil veces en series y películas. Dinah opta por una narración en presente, casi a ojo de águila, con cero implicación emocional por parte del narrador. Hasta la página 63 no conocemos a nadie por su nombre: conocemos al Príncipe, al Rey y la Reina, al Abuelo, a la Enfermera, al Chófer y a la Otra Enfermera. Todo eso contribuye a la sensación de estar leyendo un atestado policial porque, además, lo que se retrata son una serie de hechos crueles, perversos y malvados sin justificación alguna por parte de los protagonistas más allá de su poder para cometerlos. El maltrato infantil disfrazado de educación esmerada es terrorífico. A partir del momento en que sabemos que El Príncipe se llama Gilles salimos de la infancia y acompañamos al muchacho durante su vida, en un internado también terrorífico, luego durante la Guerra Mundial (primero en el Ártico y luego en el Pacífico), la vuelta a casa y su vida como un diletante al que su padre, El Rey, pretende enderezar y no lo consigue. El final llega de golpe y de una manera brutal. ¿Es Gilles así por su educación o es intrínsecamente malvado? Es una novela que, si bien no se puede decir que «guste», porque es incómoda de leer por lo que provoca, se lee con admiración por el punto de vista que la autora adopta y que no es fácil de mantener: ese narrador equisciente que en las primeras páginas incluso le permite hablar desde el punto de vista de un bebé, de sus pensamientos y sus sentimientos.
Alerta despelleje:
Del último libro del mes escribí hace dos años «no lo voy a tocar ni con un palo», pero la memoria es frágil y el libro estaba en mi estantería, así que me decidí a intentarlo. Colgué la foto en Instagram y hubo división de opiniones: gente que me dijo que le había chiflado y otros que lo habían odiado. Yo no he llegado a odiar Lluvia fina, de Luis Landero, pero me ha parecido una novela innecesaria, que es peor que odiarla. Conseguí terminarlo en un vuelo de vuelta de Budapest en el que sentía que las ganas de vivir me abandonaban poco a poco por puro cansancio después de una semana infernal y por aburrimiento máximo. En Lluvia fina no hay nada de verdad, nada auténtico. Si me esfuerzo muchísimo puedo entender el interés de Landero en retratar las disfuncionalidades de las relaciones familiares. Puedo reconocer esos rencores con profundas raíces en la infancia que no se olvidan nunca (yo tengo algunos de esos) y, por supuesto, puedo reconocer el desamor y la decepción en una relación amorosa con el paso de los años, pero todo me resulta superficial, forzado, llevado a unos extremos que resultan casi caricaturescos y que hacen que la novela resulte cansina, aburrida y, repito, innecesaria.
El recurso narrativo de intercalar las conversaciones que los hermanos y la madre tienen con Aurora, esa heroína de la paciencia y la bondad que se parece muchísimo a las muchachitas de las novelas de mi abuela, sorprende al principio, le da ritmo a la narración, pero pronto se impregna del sopor general de la historia y acaba también resultando aburrido, innecesario. Hay dos personajes malérrimos que están llevados tan hasta el extremo que el lector se enfrenta a ellos como si fueran malvados de Disney, te da la risa: la madre bruja, el marido perverso sexualmente con pijama de muñecos… todo es un despropósito. Por si todo esto fuera poco, Landero, que es un gran escritor, se desliza alegremente en trineo tirado por caballos enloquecidos por la pendiente de un cursilismo que sonroja. «Horacio y yo hemos caminado y trotado juntos sobre la hoja de plata del amor». Teniendo en cuenta que Horacio es el pervertido sexual que se casa con la hermana de la que suelta esta frase cuando él tiene 34 años y la niña 14, yo creo que Horacio jamás explicaría sus actividades sexuales, violaciones, como trotes en la hoja de plata del amor. Ahora que lo pienso: ni Horacio ni nadie.
Creo que debo explicarlo mejor para que se entienda el despropósito. Hay una familia, todos son bobos. La familia la forma la madre, que es brujísima porque el bueno era el padre, que la palmó. Para que sepamos lo mala que es la madre, siempre lleva moño y es practicante, que, si naciste en los 70, sabes que es una figura que da pánico porque venía a tu casa solo a pincharte unas inyecciones que dolían muchísimo. La madre es malísima, no les da dinero, les maltrata y, sobre todo, nunca está contenta. Tiene tres hijos: Sonia, la mayor y sufridora; Andrea, que es mema hasta decir basta; y Gabriel, el benjamín y mimado. Aurora, la heroína, es la mujer de Gabriel, que se enamoró de ella al verla por la calle y en una de las primeras citas le dijo: «Nunca he conocido a nadie tan..., cómo decir, tan especial y tan llena de encanto, tan dulce como tú», una declaración de amor que a cualquiera en su sano juicio le haría salir corriendo despavorida. La novela empieza cuando Gabriel decide que le va a hacer una fiesta a la madre bruja y habla con sus hermanas y entonces entran en un bucle de teléfono escacharrado en el que Gabriel habla con Sonia que se cabrea y después llama a Aurora a contárselo y mientras tanto Gabriel llama a Andrea que también se cabrea y llama a Aurora y Gabriel habla con Aurora y luego todos entre todos otra vez en una cacofonía insoportable de lamentos.
La historia detrás de todo este berenjenal de la nada es que la madre conoció, hace 30 años, a un tal Horacio que tenía una juguetería y le pareció maravilloso, tan maravilloso que acabó emparejándolo con su hija de 14 años cuando él tenía treinta y tantos. No solo los emparejó sino que se acaban casando cuando ella es todavía menor de edad. Esto ya es para tirar el libro y decirle a Landero «pero ¿qué dices?», pero como esto le parece poco resulta que Andrea, que está como las maracas, decide que Horacio y ella están hechos el uno para el otro y su amor es lo máximo. Horacio se destapa como un pervertido de primera categoría y Landero no se corta a la hora de narrar todo tipo de violaciones y vejaciones que el tipo comete con la propia Sonia que, como es una niña, no sabe como escapar y no lo hace hasta que ya tienen dos hijas y se lo encuentra un día bañándose con las niñas. En el interín de todo esto, Andrea ha sido amante de Horacio, pero ella, por supuesto, cree que lo suyo era amor verdadero y dice cosas como: «Mientras todos hablaban o comían, nosotros nos amábamos en secreto, nuestros rayos láser rastreaban los rincones del alma, y más de una vez oímos cómo la flauta de Hamelín nos llevaba lejos y nos extraviaba en la profundidad del bosque los dos solos». Le concedo a Landero ser la primera persona del mundo que ha conseguido meter en una misma frase «rayos láser» y «flauta de Hamelín»… aunque haya sido para hacerme pasar un bochorno espantoso. Por cierto, el flautista no llevaba las ratas al bosque, las llevaba a que se ahogaran en un río... con lo cual todo resulta aún más vergonzante pero sinceramente yo a Andrea le deseaba una muerte como la de las ratas.
Pero no se vayan todavía, que aún hay más porque Andrea es una fuente de vergüenza ajena sin fin: «Los dos sabíamos que nuestro amor estaba prohibido y condenado a ser solo platónico. Siempre me ha ocurrido en la vida. Siempre he sido la rebelde de ayer y la tonta de mañana». Yo creo sinceramente que siempre has sido la tonta de ayer, hoy y siempre, pero tú llámalo rebeldía.
Mientras escribo esto repaso las esquinas dobladas que en este caso dejé marcadas para no olvidar el bochorno. «La gente se divorcia y luego se vuelve a casa porque no conoce el verdadero amor. Casi todo el mundo ama con besos mentirosos. La gente es estúpida y ninguna estupidez es ingenua».
Todo esto resulta insoportable y convierten esta novela en una historia tan innecesaria para la humanidad, para la literatura y para la carrera de Luis Landero. A lo mejor la idea fue buena, pero la ejecución ha sido terrorífica.
Por supuesto que no recomiendo esta novela, pero si alguien quiere mi ejemplar se lo enviaré encantada. Recomiendo, sin embargo, leer El balcón en invierno, también de Landero y que es una maravilla.
Y con esto y un bizcocho hasta los encadenados de julio. Y ya sabes, si lees algo de lo que comento, ven a contármelo.
Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti? El próximo 14 de julio tenemos la próxima sesión del club de escucha. Ahora tienes oferta de descuento.
Imagino que llego tarde y ya te lo habrá dicho alguien, pero Tea Rooms ya se ha adaptado al audiovisual en formato telenovela. Es La Moderna (nombre del salón de té) y es una serie diaria de RTVE, pero creo que en realidad comparten poco más que el nombre de la protagonista y la historia inicial.
De Landero no he leído nada y era uno de mis autores "pendientes", pero después del despelleje de su novela que me ha encantado (el despelleje no la novela), lo borro directamente de la lista, que con el poco tiempo que tengo no voy a desperdiciando con según que autores...
Leí Lluvia fina hace años. No me gustó nada de nada. Es más, no he vuelto a leer a Landero. Los personajes no tienen credibilidad y todo es un sinsentido. Consideraba a Landero un buen escritor después de leer El balcón en invierno, desde entonces no he vuelto a leerlo ni pienso hacerlo.