Conocí a Miguel Munárriz un día de noviembre a la salida de una charla sobre boxeo y literatura que fue un auténtico tostón. Junto con otro grupo de personas fuimos a tomar un vino. Digo conocí por llamarlo de alguna manera, porque yo ya sabía quién era él pero nunca nos habíamos visto en persona y él no tenía ni idea de quién era yo. Diez meses después coincidí con él y con su mujer, Palmira, en una fiesta genial y no sé si sería el maravilloso día de septiembre que hacía, lo bien que yo me sentía, el vino o el chachachá, me puse de los más dicharachera con ellos y hablamos de todo: de libros, de escritura, de casas en Francia, de podcasts, de mi empresa que un tiempo también fue la de Miguel, de bailar, de música y de no sé cuántas cosas más que no recuerdo porque en algún momento de la fiesta tengo claro que todo lo que pasó fue por el vino. Fue uno de esos encuentros de los que sales pensando «qué bien hemos congeniado», pero al día siguiente, en la bruma de la resaca, te asaltan dudas del tipo «madre mía, la turra que debí pegarles». Un par de días después de la fiesta Miguel me hizo llegar su libro Empeñados en ser felices. Crónica sentimental de una vida entre libros. ¿Cómo de suertudo hay que ser en la vida para poder poner este subtítulo a un libro? Sentí un poquito de envidia, la verdad.
A ese maravilloso subtítulo yo le añadiría «y entre escritores», porque Miguel se ha pasado la vida conociendo, tratando, cuidando, admirando, mimando a autores y con muchos de ellos ha construído amistades más allá de la literatura y los libros. Cada capítulo, algunos muy breves, está dedicado a una de esas amistades o encuentros vitales a través de los cuales se va desvelando la vida de Miguel, desde su Oviedo natal (hablando con un autor descubre que a lo mejor una de sus tías fue amante de Clarín), su juventud entusiasta, apasionada y optimista que le llevó a montar una librería, su trabajo como impulsor de unos Encuentros Literarios en Oviedo que me han dado muchísima envidia y a los que conseguía atraer a grandes figuras de la literatura y la cultura… Después llega su salto a Madrid, primero al periódico El Mundo para trabajar en su suplemento literario y luego a Santillana, intercalándose en medio algunos trabajos más institucionales, pero todos relacionados con la cultura y los libros.
Empeñados en ser felices es una lectura para amantes de los libros, de los escritores, de las historias de vidas literarias, para aquellos a los que les gusta saber quién está detrás de lo que leen. Miguel cuenta algunos cotilleos, buenos casi todos pero también algunos un poco críticos con ciertos autores a costa de desencuentros que tuvo con ellos. Además, Empeñados en ser felices crea necesidades lectoras porque menciona innumerables títulos, algunos de ellos especialmente atractivos. Miguel es un lector tan excepcional que cuando encontraba una referencia a un libro que yo ya he leído me sentía un poco mejor. Esto que voy a decir es una chorrada, pero no podía evitarlo: me sentía como si Munárriz me fuera poniendo pins de buena lectora.
«Los tiempos difíciles me han ayudado a comprender mejor lo infinitamente rica y maravillosa que es la vida y que muchas cosas que nos preocupan no tienen la más mínima importancia» (Karen Blixen)
Empeñados en ser felices fue la lectura que me acompañó durante la gripe que me arrasó y el pico de ansiedad que vino después. Me sentía frágil y no dormía y su lectura fue casi terapéutica. Lo estaba pasando fatal, pero sumergirme en las historias de personas empeñadas en ser felices en torno a la lectura me sirvió de bálsamo. Además, he sacado una larga lista de lecturas para el futuro y el propósito de aprender a leer poesía para intentar llegar, por lo menos, al 5% del amor y la pasión que Munarriz siente por ella. Los capítulos dedicados a su amistad con Ángel González son maravillosos. Y este poema me encantó.
«Deja para mañana lo que podrías haber hecho hoy (y comenzaste ayer sin saber cómo). Y que mañana sea mañana siempre; que la pereza deje inacabado lo destinado a ser perecedero; que no intervenga el tiempo, que no tenga materia en que ensañarse. Evita que mañana te deshaga todo lo que tú mismo pudiste no haber hecho ayer».
Echando un vistazo a las estanterías de mi casa encontré Shosha, de Isaac Bashevis Singer, y pensé «no recuerdo para nada haber comprado este libro». Al abrirlo me di cuenta de que no lo recordaba porque yo no lo había comprado. En la primera página aparecía el nombre de mi ex, 1º de BUP, 16/IX/1985. Me sorprendió no que fuera suyo, es un buen lector, sino la fecha. ¿De verdad en 1985 este libro era lectura obligatoria para chavales de 15 años? No me parece excesivo ni mucho menos, pero no me lo esperaba.
Shosha está narrada en primera persona, desde el punto de vista de un joven llamado Arele, que se cría en la Varsovia de principios del siglo XX en un ambiente ultra judío. La novela empieza cuando es apenas un niño y en la calle en la que vive, además de sus amigos varones, se hace amigo de Shosha, una niña un poco más pequeña que él que le idolatra y al que él intenta enseñar a leer compartiendo con ella lo que él aprende en la escuela. Poco después la niña se muda de casa, en la misma calle, y pierde el contacto. Pasan los años, Arele se marcha de Varsovia por la guerra rusa y cuando vuelve a principios de los años 30 es ya un joven con ínfulas de escritor, desencantado con las enseñanzas talmúdicas y religiosas y entregado a una vida un poco disoluta de amistad con escritores y relaciones con diferentes mujeres que quieren seducirlo. Están Dora, la novia fanática comunista que quiere irse a la URSS; Celia, casada con Hamil pero siempre buscando amantes; y está Betty, una actriz americana liada con un empresario también americano, que le enrola en la escritura de una obra de teatro absurda que quieren estrenar en Varsovia. Arele es un poco un pelele de los acontecimientos, va dando tumbos, con la misma fuerza de voluntad de un pez arrastrado por la corriente y poseído por una especie de desencanto vital hacia sus circunstancias personales y también las del mundo a su alrededor. Hitler ha tomado el poder en Alemania y la sensación de que la catástrofe se acerca es palpable para todos. En medio de esta vorágine de indecisión y fatalismo, Arele se encuentra de nuevo con Shosha convertida en una mujer-niña que lleva esperándole toda la vida. Ese encuentro hace que Arele empiece a tomar algunas decisiones vitales. Las mejores? No. ¿Las más comprensibles? Tampoco... Pero decide algo.
Shosha es una novela muy irregular en la que Singer da demasiados tumbos, como su protagonista, para llegar a un final deslavazado y que deja un regusto un poco decepcionante. En lo que es un maestro es en la creación de ambientes, personajes y espacios. Leyéndolo podía ver la calle Krochmalna en la que se crían Arele y Shosha, la Varsovia de los años 30, la habitación en la que Arele pasa las noches en vela, el cuchitril en el que vive Shosha con su madre, las calles de la ciudad...
«–Quizá ganen las democracias.
–Las democracias se están suicidando.
–Bueno, no dejemos que se nos enfríe el café».
Y bueno, la sensación de que algo terrible e inevitable se cierne sobre los personajes se parece tanto a lo que muchos sentimos ahora mismo que, en algún momento, se vuelve angustioso.
«El tranvía estaba lleno de hombres y mujeres jóvenes que iban a las fábricas y las tiendas, con sus almuerzos bajo el brazo. Bostecé y traté de estirarme, pero no había sitio para extender las piernas. Había llovido durante la noche, y el cielo estaba encapotado y oscuro como si fuese el atardecer; en el tranvía estaban encendidas todas las luces. Todas las caras parecían sombrías y preocupadas. Todo el mundo parecía reflexionar, preguntarse al principio de otro día cuál era el sentido de todo aquel esfuerzo y adónde conducía. Imaginé que, por alguna sensibilidad común, todos advertían el mismo error y se preguntaban: ¿Cómo hemos podido no darnos cuenta de algo tan evidente y por qué es demasiado tarde para rectificarlo?»
Como bestias, de Violaine Bérot, fue uno de los regalos que estaban al final de mi caminito de chuches el día de mi 52 cumpleaños. Se lo pedí a mis hijas por la recomendación de una amiga. Es una novela muy breve, de apenas 140 páginas, y que se lee casi como un cuento que podrían contarte delante de un buen fuego. La narración, articulada a partir de los testimonios ante la policía de distintos vecinos de un pueblo del Pirineo francés, se ve interrumpida por las canciones de un coro de hadas de la montaña que son también protagonistas de lo que Bérot nos cuenta.
Tiene Como bestias una virtud o un acierto que encuentro muy interesante, y es que en la segunda página, nada más empezar a escuchar/leer el testimonio de la profesora de Oso, ese niño extraño y grandote que no podía relacionarse, ya estás dentro de la historia. La ves a ella, imaginas el pequeño colegio, el aula con las ventanas de cristales empañados en invierno, los pupitres y los niños, la clase, Oso y su madre. Desde dentro de esa clase, desde ese espacio pequeño cerrado donde vemos a Oso por primera vez y, también, por primera vez entendemos que ese espacio no es el suyo, que ahí casi se siente prisionero, el cuento se expande, hace eso que los cursis llaman zoom out, toma distancia y con cada testimonio va creciendo el espacio dibujando para el lector: las calles, el pueblo, el mercadillo, el valle, las praderas, los bosques, los riscos, las montañas, las cumbres, la cueva. Todo crece y se abre sumando las voces de los testigos a los que la policía interroga para saber qué ha pasado. En su capítulo final todo ese espacio abierto, inmenso, enorme, vuelve a cerrarse de golpe acabando con la historia.
Como bestias es un cuento de montaña, de vecindad, de naturaleza, de vivir de acuerdo con lo que se necesita y no con lo que dicta la sociedad y es, sobre todo, un cuento misterioso de amor. Me ha encantado esa construcción en rompecabezas, las voces tan distintas que reflejan la vida en la montaña, con camaradería pero sin meterse en la vida de los demás.
«Aquel beso de madre me conmovió. De verdad se lo digo. Nunca había visto un amor igual entre una madre y un hijo. Ni siquiera sabía que algo así era posible».
Siempre pienso que estos textos van a ser cortos. Luego me pongo y no sé parar. Si has llegado hasta aquí, gracias. Y si lees algo de lo que recomiendo, ven a contármelo. Me hará ilusión.
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Ayer terminé Como bestias. Lo metí con calzador entre la interminable lista de libros que tengo por leer, pero como dijiste que era breve pensé que me venía genial para volver a coger carrerilla en la lectura.
Y breve es! En dos pequeñas sentadas me lo he leído. Muy bueno, me ha sorprendido tambien mucho, esa estructura tan diferente a lo que leo normalmente. Quizás me esperaba otro final, bueno, quizás no, deseaba otro final...pero al igual que en la vida hay buenas historias que no acaban bien.
Gracias por la recomendación