En mi representación mental del año, abril es el mes que marca el final de lo bueno y el comienzo de mi tortura hasta octubre. Los próximos cinco meses, especialmente mayo y junio, requieren de toda mi fuerza de voluntad para no meterme en la cama, hacerme bicho bola y no salir a la calle para nada. Sé que puede parecer que estoy exagerando, y lo estoy haciendo, pero así es como me siento cuando termina abril. Luego, sé que me acostumbraré a esta época y la sobrellevo como puedo pero siempre con la mirada en octubre, que es el mes que, para mí, marca lo mejor del año.
Al lío.
A Irene Némirovsky la tengo invitada en la habitación que, en mi cabeza, reservada para los autores a los que tengo un cariño especial. Son todos aquellos que me deslumbraron tanto la primera vez que me encontré con ellos que siempre les doy otra oportunidad aunque sus siguientes libros nunca hayan alcanzado ese nivel. Con Némirovsky tuve ese fogonazo de deslumbramiento con Suite francesa, su crónica novelada de la huída de París cuando llegaron los alemanes en la II Guerra Mundial. Después llegué a El baile, una de las novelas más crueles que he leído nunca y luego sé que pasaron por mis manos algunos otros títulos que no me gustaron pero no importa, vuelvo siempre. Lo último que ha caído en mis manos ha sido Dos, lo cogí de cada de mi amigo Juan porque su madre se está deshaciendo de libros y me los va pasando.
«A menudo, el amor no es más que el recuerdo de un instante de amor»
Dos es una novela tristísima sobre la pasión, el desamor, la fidelidad y la infidelidad, la rutina del matrimonio y sobre ese algo que hace que permanezcas casado a pesar de todo. La historia transcurre en el París de los años veinte y se centra en la relación entre Antoine y María, dos jóvenes que tontean, flirtean, pasan noches de pasión de esas que parece que no se acabarán nunca y se acaban casando para descubrir que ya no se atraen pero que lo que toca es estar casado. Seguir casado. Pasan los años, llegan los hijos, se hacen mayores y los dos son conscientes de que viven juntos pero sin hablarse de verdad, viven sabiendo que no se conocen, que no se hacen felices y sobre eso construyen su vida. Sobre eso y sobre el recuerdo de lo que en su día fueron. No se lo dicen pero los dos viven con la esperanza vana de recuperarlo. Esa tensión, ese equilibrio casi de malabaristas está muy bien construído. Nemirovsky además es una maestra perfilando personajes que nunca son ni blancos ni negros. Siempre son gente con la que, aunque no quieras, encuentras algo que reconoces en ti. Son poco edificantes, a veces rastreros, otras codiciosos o cobardes o vengativos, rasgos que te gustaría no ver en ti pero que en el fondo sabes que están.
´«Las pasiones de nuestros padres no nos interesan hasta que han muerto –ellos y sus pasiones–. Sólo entonces adquiere las proporciones de un irritante misterio, no antes: mientras los corazones que las contienen siguen latiendo, pasamos a su lado con indiferencia».
El 15 de julio de 1936, la biblioteca pública de Los Ángeles celebró la ceremonia de inauguración de su nueva y flamante sede, un edificio bastante peculiar que un crítico definió como «Como toda forma de arte creativo, resulta inquietante: provoca una impresión que satisface pero también desconcierta. No parece seguir ningún orden arquitectónico pero toma aspectos del colonialismo español, del Oriente y del modernismo europeo como si se tratase de pequeñas canciones folclóricas dentro de una gran sinfonía que se alza hasta una altura nueva transmitiendo el auténtico espíritu nortemaernicano. Una fantasía de crítica. Participaron en la ceremonia de inauguración mil niños disfrazados que desfilaron alrededor del edificio siguiendo a un hombre disfrazado de Flautista de Hamelín. Una fantasía de ceremonia.
Todo esto y mil detalles más sobre la Biblioteca Pública de la ciudad de Los Ángeles los he descubierto leyendo La biblioteca en llamas de Susan Orlean, un libro que te recomiendo desde ya. A Orlean, (esto ya lo conté aquí) la descubrí escuchando una entrevista a Leila Guerriero. La periodista argentina la nombraba como una de las mejores escritoras de no ficción y recomendaba El ladrón de orquídeas. Lo compré y me chifló. Lo he recomendado mucho pero creo que nadie me ha hecho mucho caso. A La biblioteca en llamas llegué porque escuché a la propia Orlean contar, en un podcast, por qué se había decidido a escribirlo. Se mudó a Los Ángeles, visitó la biblioteca y se enteró de que en 1986, un incendio había destruído gran parte del edificio y las colecciones. Todo parecía indicar que fue un incendio provocado y ella pensó ¿Quién puede querer quemar una biblioteca, libros?
Con esta idea se lanzó a investigar el incidente y la vida del principal sospechoso, un tal Harry Flick, pero esto no es más que un pretexto para una narración maravillosa que recorre la historia de la biblioteca, sus avatares, sus diferentes directores, a cual más curioso, su evolución. Todo es interesante, todo está muy bien hilado y terminas de leer queriendo acercarte a tu biblioteca y escribirle una carta de amor.
«Mi madre me inoculó el amor por las bibliotecas. La razón por la que cual me comprometí con este proyecto –primero quise hacerlo y después necesité escribirlo–fue que entendí que la estaba perdiendo. Me pregunté si existía o no un recuerdo compartido si la persona con la que lo compartías ya no podía recordarlo»
La primera biblioteca a la que fui en mi vida fue la de mi colegio. Estaba en uno de los pasillos de las clases de los pequeños y era una sala cuadrada forrada de estanterías en sus cuatro paredes. Sé que parece un tópico pero para mí fue algo mágico. Cada semana iba y sacaba libros que devoraba enseguida para volver a por más. (Uno de esos libros, Shirley, azafata de vuelo que yo sabía que no había devuelto nunca, apareció hace unos años en una estantería de mi casa y ahora lo tengo como uno de mis tesoros más preciados) Después, cuando crecí para esa biblioteca, durante muchos años no fuí a ninguna hasta que un día, una de mis tías me llevó a una biblioteca municipal de Madrid. Ya no era una sala, era un edificio entero lleno de libros. Yo debía tener 13 o 14 años y me sentí abrumada. Todos esos libros, ¿Podía leerlos? ¿Cómo elegir? Aquella fue una visita fugaz y esa biblioteca quedó en mi recuerdo como un sitio mítico, especial, al que, además, no sabía cómo volver porque no sabía dónde estaba. Muchos años después, cuando me casé, resultó que mi casa estaba a 100 metros de esa biblioteca. Cuando, al poco de mudarnos, fui a esa biblioteca y la reconocí como la de mi fantasía, casi lloré de la sorpresa y la emoción. Durante todos aquellos años casi había llegado a pensar que había soñado esa biblioteca y resultó que era real y estaba pegada a mi casa. Fui muy feliz allí, igual que fui muy feliz en la biblioteca cerca de la casa en la que vivo ahora, llevando a mis hijas, en sus patinetes, una vez a la semana, a escoger libros, a talleres de lectura, a cuenta cuentos.
«Destruir una biblioteca es un acto de terrorismo. La gente cree que las bibliotecas son los lugares más seguros y acogedores de una sociedad. Incendiarlas es como dar a entender que nada, en ningún lugar está a salvo. El efecto más profundo que causa la quema de libros es emocional. Cuando arde una biblioteca, se suele decir que los libros han quedado heridos, o son pérdidas, como si se tratase de seres humanos»
La biblioteca de Los Ángeles tiene una historia increíble, con intrigas entre sus directores. Las mujeres fueron muy importantes e hicieron un gran trabajo pero, por supuesto, en algunas ocasiones se vieron arrinconadas por señores que decidieron que sin experiencia podían hacerlo muchísimo mejor. Hay también personajes fascinantes, bibliotecarios entregados, curiosidades del funcionamiento interno, reflexiones sobre el papel social de las bibliotecas y, sobre todo, muchísimo amor a los libros como objeto físico y a la lectura.
«En Senegal la expresión amable para indicar que alguien ha muerto es decir que su biblioteca ha ardido. Cuando escuché esa frase por primera vez, no la entendí, pero con el paso del tiempo me di cuenta de que era perfecta. Nuestras mentes y nuestras almas contienen volúmenes en los que han quedado inscritas nuestras experiencias y emociones. La consciencia de cada individuo es un recuento de recuerdos que hemos catalogado y almacenado en nuestro interior, la biblioteca privada de la vida que hemos vivido. Es algo que no podemos compartir eternamente con nadie, una biblioteca que arde y desaparece cuando morimos. Pero si puedes tomar algo de esa colección interna y compartirlo –con una sola persona o con todo el mundo, en una página o en un relato oral–, adquiere vida por cuenta propia.»
He dicho antes que tengo un lugar especial para los autores que me deslumbraron en nuestro primer encuentro. En ese lugar especial hay otro pequeño espacio para los autores que además de deslumbrarme se me quedaron dentro. Ahí está Amos Oz, Richard Ford o Steinbeck, por ejemplo. A estos autores les perdono todo, me gusta hasta lo que no me gusta, porque mi enamoramiento va más allá de la objetividad. Hace un par de años entró en ese olimpo, Rick Bass gracias a su libro Winter. Y por eso, por eso lugar que ocupa, he leído The Lives of rocks que mi querídisima compañera, Belén Remacha, me trajo de Nueva York (¿Sabes cuando le dices a alguien: «oye, si pasas por una librería y ves un libro de Rick Bass, compramelo» pensando que tienes las mismas posibilidades de que ocurra eso que de que te toque la lotería? Pues a mi me pasó)
The lives of rocks no es que no me haya gustado. No voy a ser injusta, era imposible que llegara al nivel de Winter, pero no me ha enloquecido. Es una colección de relatos en la que me cuesta encontrar el hilo común. Iba a escribir «relatos apegados a la tierra» pero no todos lo son, iba a escribir «relatos de juventud» pero también los hay de gente mayor, «ambientados en Texas» pero algunos lo están en el valle del Yaak en Montana. ¿Qué tienen en común entonces? ¿Hay una vida de las rocas en todos ellos? No lo sé. No lo veo. Contrariamente a lo que podría pensarse, porque su narración en primera persona en Winter me maravilló, aquí funcionan mejor los que son en tercera persona, las historias de otros que Bass nos cuenta. Me han gustado especialmente dos que tienen como protagonista a Jyl, que en el primero de los relatos que protagoniza, Her first elk, es una joven que acaba de perder a su padre y sale a cazar. En el segundo, que es el que da título al libro, es ya una mujer mayor, enferma de cáncer que entabla una relación de amistad con unos niños que viven con su extraña familia en una cabaña en un valle cercano.
«Her father had been gone for twenty years now. Her father had never known her diminished. Were she and he like two different mountains, she wondered, slightly different kinds of stone through which the same river of time ran, or were they like two braids or forks of a river separating – running across, and cutting down into, the same one mountain, the same one face and body of stone?»
Otro par de relatos, más autobiográficos, muy pegados a Winter también me han gustado mucho. El resto, no te voy a engañar, sin más. Los he leído con gusto, con interés pero sé que no son para todo el mundo. ¿Significa esto que voy a dejar de leer a Bass? Para nada. Una vez en ese olimpo, no me queda otra que seguir persiguiendo el resto de sus libros. Nuestra relación es para toda la vida. (Y si pasas por una librería y encuentras un libro de Rick Bass, ya sabes, cómpramelo)
¿Cómo puede ser que haya escrito más de dos mil palabras solo con tres libros? No tengo fin.
Si has llegado hasta aquí, gracias infinitas. Eres de los buenos.
Como parece que te gusta leer Cosas que (me) pasan me animo a preguntarte si has pensando en suscribirte? Si te suscribes hoy, tienes una semana gratis para probarlo todo y ver si te merece la pena. Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Tendrías acceso a la newsletter extra del último domingo del mes, al club de escucha y al chat. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita y varias tarjetas necesarias para tu vida con frases como “Me quiero ir a casa a leer” o “Desde tan abajo no explico”. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
La próxima sesión del Club de Escucha es este domingo 11 de mayo. No te la pierdas, merece mucho la pena.
También descubrí a Némirovsky con Suite francesa, y comparto contigo el tenerla en un lugar especial de mi biblioteca, junto con otros autores que también me impactaron en el primer acercamiento.
A Orlean la tengo pendiente desde que recomendaste el Ladrón de orquideas, y como todo libro que tenga que ver con bibliotecas/librerías ejerce una atracción casi irracional sobre mi deseo de lectura, otro libro más a la libreta de sugerencias.
En cuanto a la felicidad que proporcionan las bibliotecas, le sumo el maravilloso recuerdo de ir cada feria del libro con mi padre al Retiro para elegir un par de ejemplares cuando era pequeña.
Feliz semana!
Es curioso, a mi me pasa al revés que a ti. Vivo en Holamda y temo los
Inviernos. A partir de Octubre soy un poquito menos feliz y en marzo revivo.
Gracias x las recomendaciones!