En 2015 empecé a publicar algunos textos titulados Hombres fantásticos en los que imaginaba encuentros con hombres que no conocía pero que me gustaban por razones diferentes. El primero de esos encuentros fue con Paul. Sé que es una idiotez pero me gustaba pensar que ese encuentro era improbable pero no imposible. Desde ayer ya lo es.
Tengo fantasías con hombres. Con hombres concretos, con nombres y apellidos. Hombres que no conozco y que no me resultan especialmente atractivos pero con los que me construyo fantasías. Ninguno me gusta y no pretendo, en el hipotético caso de que mis fantasías se hicieran realidad, gustarles a ellos. Las fantasías están para disfrutarlas, juguetear con ellas, montarlas y desmontarlas, adornarlas y repensarlas, no para pretender nada. Si los astros se alinearan y mis fantasías se hicieran realidad, lo único que me gustaría es que encontraran mi fantasía entretenida, medianamente interesante y que se echaran unas risas conmigo.
Tengo una lista bastante amplia de hombres y fantasías, pero voy a empezar por los que son ciencia ficción. Son fantasías posibles pero muy poco probables. Ellos están vivos, yo también y, si se da una confluencia de planetas muy rara, puede que nos encontremos.
El primero de ellos me abriría la puerta de su casa a la que yo llegaría hecha un flan. Fantaseo con haberme tragado un par de copas de vino antes de llegar o ir a pelo y que sea lo que tenga que ser, pero este punto no lo tengo decidido aún.
Me abre la puerta de su casa con una gran sonrisa. No una de cortesía sino una sonrisa de «eres justo la persona que quería ver ahora mismo y me alegro de que estés aquí». Lleva unos vaqueros oscuros y un jersey de lana de punto gordo, con cuello redondo y sin camisa. Debajo debe llevar una camiseta guarrera, una de esas de publicidad o de «recuerdo del viaje de fin de carrera», es un tío al que le da igual la ropa que lleve puesta.
La casa tiene los suelos de madera oscura y está gastadísimo. Lleva mucho tiempo viviendo en ella y respira como él. No es una casa de esas que se parecen a otras mil o a las de las revistas de decoración. Hay cosas colgadas en el perchero, cosas de esas que dejas ahí hasta que se desintegran o, por fin, reconoces que ya no entras en ese abrigo o que pasó de moda hace 15 años.
Después de dejarme pasar vamos a su estudio. Él se sienta en su sillón y yo en un sofá que hay cerca. Me siento como una niña buena y lo primero que hago es balbucear algo así como «estoy cumpliendo una de mis fantasías», a lo que él responde con una carcajada y una pregunta sobre mis fantasías. Tenía que haberlo previsto, pero no es así, y entonces me lanzo a contar que hace años escribí en mi blog que... blablablabla.
En ese momento se me enciende la luz y le digo: «Ja. Es la típica situación de uno de tus libros». Estoy pensando que seguro que me ha ofrecido algo de beber: ¿Café? ¿Té? Animada por la carcajada le he preguntado si no tiene vino. No, mejor le he llevado una botella de vino de regalo en el bolso.
Hablaríamos de casualidades. Le preguntaría si cree que hay que ser valiente para escrutar tu vida y ver todas las casualidades que te han llevado a hacer lo que sea que estás haciendo en ella. Valiente para comprobar si alguna vez te dio tanto miedo seguir una casualidad que saliste corriendo. O a lo mejor no, a lo mejor las casualidades no son más que un entretenimiento mental.
Le preguntaría por qué escribe libros malos. O, mejor dicho, si sabe que son malos cuando los escribe y si se asombra cuando, a pesar de saber que son malos (horribles algunos... aunque esto sólo se lo diría mediada la botella), su editor le dice: «Es maravilloso.» ¿Se siente un fraude en ese momento? ¿O piensa: «bueno, ya he escrito cosas buenas, puedo permitirme alguna mierda»?
Querría saber qué lee, si tiene curiosidad por cómo suenan sus libros en otro idioma. Le contaría que una vez estuve a punto de tener su teléfono. Eso seguro que le interesaría... y me preguntaría por ello, lo que me llevaría a una súper historia de casualidades. Le contaría que he leído todos sus libros y que, quitando un par de ellos que tengo claramente diferenciados, los demás forman una especie de universo compacto en mi cerebro. Sería incapaz de decir qué personaje va en cada libro, pero podría escribir una historia uniendo pasajes de sus distintas novelas.
Le contaría que un pasaje de uno de sus libros me ha servido para ligar un par de veces o tres. Ja. Esta es una buena historia. Al contar esta historia ya estoy tan cómoda que me he descalzado y tengo los pies en el sofá, hablo gesticulando con todo el cuerpo.
Poco a poco se ha hecho de noche y tengo que marcharme. No me echa, pero es que yo tengo otro compromiso o sale mi avión, no sé. La cuestión es que tengo que irme. Busco mis zapatos por debajo del sofá, me pongo de pie y él me acompaña a la puerta. Charlamos sobre fumar mientras bajamos las escaleras y yo trato de no resbalar y caerme haciendo el ridículo.
Me pongo el abrigo y salgo a la calle. Justo antes de irme me giraría para despedirme, agradecerle haber cumplido una de mis fantasías y asegurarle que ha sido mucho mejor que lo que yo había imaginado.
Camino por la calle pensando que debería haberle dicho:
«Paul, me perturban tus ojos saltones».
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Esta mañana he abierto el correo, segura de que te iba a encontrar al otro lado. Después de ese pequeño "ay" y sus tres puntos suspensivos, estuve a punto de darte mis condolencias. Pero lo dejé para hoy.
Hay personas a las que uno no llega a conocer en vivo, pero que forman parte de lo que nos hace estarlo. Te mando un abrazo, guapa. Me encantan tus fantasías.
Bonito homenaje…
Lo leí mucho y muy seguido y casi todo…También su despedida…
Y también fantaseé con encontrármelo en Park Slope…