Siento ser la que de este mala noticia pero alguien tiene que hacerlo. Es necesario, incluso imprescindible. Tenemos una tarea urgente que necesitamos afrontar para que nuestras vidas no se conviertan en un infierno. Tenemos que sentarnos, organizarnos y elaborar un censo de idiotas con ínfulas.
No podemos dejarlo más.
De que haya idiotas en el mundo nadie tiene la culpa. De que haya idiotas con ínfulas somos todos culpables. ¿Qué es un idiota con ínfulas? Pues un idiota que rueda por su vida teniéndolo todo fácil porque todos los demás, con tal de dejar de escucharle, de sufrirle, de aguantar su mala educación y sus faltas de respeto, le dejamos rodar y rodar hasta que se convierte en una bola insoportable de idiotez, prepotencia y mala educación.
Un idiota de cuarenta o cincuenta años ya era idiota con siete. No tengo dudas. Y lógicamente era muy querido por sus padres. Sus padres le querían, le aguantaban y le dejaban hacer porque la capacidad de resistencia de un ser humano es limitada pero la ceguera del amor por los hijos es infinita. Esto se traduce en que tu hijo es insoportable y todo el mundo lo sabe menos tú, y en que tú le aguantas y le consientes porque de otro modo tu vida se convertiría en un infierno. Con el tiempo ese niño idiota crece y se hace adulto y ese patrón de dejarle hacer para no oírle se mantiene. Todos somos culpables de haber dejado campo libre a idiotas en nuestra vida con la esperanza de que corrieran libres y, sobre todo, lejos de nosotros. El problema es que los idiotas con ínfulas no son una especie en extinción: hay sobreabundancia. Así que tu idiota con ínfulas al que dejas correr libre y lejos se cruza de vuelta con uno que pertenece a otro alguien, al que también han dejado correr para perderle de vista y que, de repente, entra en tu vida y se convierte en tu idiota con ínfulas. Y tienes que lidiar con él.
Da igual los años que tengas, el primer instinto del humano no idiota y sin ínfulas es dejar al idiota con ínfulas que haga lo que quiera, amansarlo dejándolo hacer para que, con un poco de suerte, corra libre y se pierda en el horizonte. Casi siempre funciona y por eso me imagino el mundo como una enorme mesa de ping-pong en la que todos golpeamos a nuestros idiotas esperando que se queden al otro lado de la red y sean el problema de otro. El problema es que a veces, para tu desgracia, un idiota con ínfulas concreto alcanza en tu ecosistema su máximo nivel y se enquista en tu entorno. Es el momento de cambiar de estrategia.
La estrategia correcta y efectiva requiere plantar los pies en el suelo con firmeza, apretar los puños y, a veces, gritar. Es desagradable, como parar una pataleta de tu hijo. Es cansado como decirle a tu hijo veinticinco veces que no a algo, pero es necesario porque si dejas que el idiota con ínfulas se crezca estando en tu entorno más cercano intoxicará tu vida, tu trabajo, tu grupo de amigos, lo que sea… y eso no lo puedes consentir. No se va a ir pero tú estabas antes, eres mejor y, sobre todo, cuando, alguna vez, te comportas como un idiota eres consciente de ello y no te comportas como si fueras el top de la creación, porque lo peor de un idiota con ínfulas son las ínfulas, la prepotencia, la mala educación extrema, ese creerse siempre en posesión de la verdad absoluta y estar tocado por un rayo divino que le pone a la altura de Einstein, Marie Curie, Rosalía o Picasso aunque luego no sepa ni adjuntar un archivo, ni hacer un bizum ni vestirse correctamente para acudir a una reunión. No se mira a la cara a un idiota con ínfulas, no se le habla, se minimiza la interacción a lo mínimo que la cortesía obliga, es decir, a la misma relación que tendrías con alguien con quien te cruzas en el ascensor.
Necesitamos ese censo con urgencia. Imaginad que cada vez que fueras a interaccionar con alguien nuevo pudieras acudir a una lista, como las de morosos, a ver si esa persona es un idiota con ínfulas. «Ah, mira, Fulanita está en la lista». Podrías aplicar medidas preventivas desde el principio, aislarla y, además de ahorrarte tiempo y situaciones desagradables, dejaríamos de lanzarnos idiotas con ínfulas de un lado a otro como bolas de pinball. Con el tiempo y un poco de suerte ellos languidecerían, se ahogarían en sus ínfulas y se extinguirían.
Hagamos un censo.
Podcasts encadenados
Termina temporada de uno de mis podcasts favoritos, Arsénico Caviar, con Beatriz Serrano y Guillermo Alonso. La premisa del podcast es estar contra algo, una idea con la que me identifico bastante en mi día a día. Para cerrar la temporada, sin embargo, han decidido estar a favor de la Navidad que si lo piensas bien es también ir contra. Contra esa idea absurda de odiar la navidad. A mí me gusta. Y me gusta el podcast porque ellos son muy listos, nada idiotas y no tienen ínfulas.
Buenos días, Ana.
Acabo de descubrir este texto. Me encanta, me viene como anillo al dedo. Qué grande.
Un saludo,
Ana