Esta semana he leído esto: «What really interests me about youth is that it´s always the time that you remember later. But I won´t be able to remember my old age. So I have to live it to the fullest.» Lo decía Annie Ernaux.
Esta semana me he cortado el pelo otra vez. Hay gente que me ha dicho que “esta vez” sí que se notaba el corte y otra gente, mis hijas, me ha dicho que estoy como siempre. Esta semana he descubierto algo de la infancia de mis hijas que hasta ahora me era desconocido. Cuando las acostábamos por la noche, y después de que apagáramos la luz y cerrásemos la puerta, tenían una batería de juegos inventados para jugar cada una desde su cama. Uno de ellos era “jugar a la televisión”: María desde la cama fingía darle a un mando a distancia imaginario y, cada vez que cambiaba de canal, Clara desde su cama interpretaba un papel: presentadora del tiempo, mujer enamorada, anuncio comercial, concursante ganando o perdiendo un premio… Me lo contaron tronchadas de la risa mientras cenábamos comida basura que habíamos pedido porque yo estaba reventada y con pocas ganas, no ya de cocinar, sino de entrar en la cocina. Esta semana he visto la primera temporada de Slow Horses en la que Gary Oldman borda tantísimo su papel que hasta tu sofá llega el olor a tabaco frío, camisa arrugada, calcetines sucios y decepción vital. Esta semana volví a equivocarme en el metro y me bajé en una parada que no era. Esta semana he comprobado que lo peor para acabar un día es estar en un probador de El Corte Inglés probándome sujetadores deportivos. Esta semana me dejé el libro que estaba leyendo en Los Molinos y empecé a leer otro; he vuelto a comprobar que no puedo leer dos libros a la vez, no puedo salirme de una historia y meterme en otra, no sé. No fue esta semana, fue la pasada, pero conocí a alguien que tiene tanto vértigo que para bajar al metro tiene que pegarse a la pared para no marearse. A mí solo me dan vértigo las escaleras del CaixaForum de Madrid, que son una especie de ola metálica continua que siempre me da ganas de tirarme por ellas, de surfearlas. Esta semana me hizo muchísima ilusión saludar al marido de una amiga: «Qué ilusión, Molinos; para mí es como conocer a una famosa». Nunca sé qué decir a eso.
Esta semana he sabido que un ejecutivo de Disney ganó ocho millones de dólares por setenta días de trabajo y no entendí nada. ¿Cómo se puede ganar ese disparate de dinero? Si alguien se pregunta qué pasó después de esos setenta días, la respuesta es que le echaron o se marchó, da igual. Yo me hubiera ido antes, con treinta días de trabajo me hubiera conformado. Esta semana cené una sopa de pescado maravillosa y devolví un vestido de la talla XS no porque me estuviera pequeño sino por un defecto de fábrica. Esta semana, en un evento del trabajo, he descubierto que aunque dicen que las mujeres de más de cuarenta y cinco se vuelven invisibles, si te dejas el pelo blanco y te vistes de negro causas el mismo efecto que si fueras un neón fluorescente y se te ve en todas las fotos. Esta semana mis hijas han vuelto a cantar. Llevaban tiempo sin hacerlo porque decían que no tenían tiempo, pero ha sido llegar la época de exámenes y encontrar el momento para volver a coger la guitarra y ponerse a cantar juntas. Me gusta escucharlas: otro talento que no han heredado de mí. Esta semana he vuelto a perderme la nieve en Cicely. De vez en cuando me desconectaba del caudal ininterrumpido de correos y reuniones para mirar a las webcams de mi valle y contemplar las nevadas que no voy a poder disfrutar.
Esta semana me he suscrito a más cuentas de Instagram de cabañas de las que me atrevo a confesar y he salido mencionada en El club de la cabaña, la newsletter más acogedora que hay en el universo Subtack. Siempre la guardo para leerla con tranquilidad, para sumergirme en las fotos y soñar con reservar en todas las cabañas que recomienda. Esta semana he estrenado sujetadores con mi nueva talla. Esta semana, el lunes, perdí el abono transporte antes de llegar al trabajo. Por la tarde, ese mismo día, antes de llegar al médico, perdí un auricular inalámbrico saliendo del metro. A pesar del frío que hacía y ante las miradas suspicaces de los viajeros que salían de la estación, me quité la mochila, me quité el abrigo, me palpé la ropa y el cuerpo como si me buscara un micrófono para intentar encontrarlo, no podía haber ido muy lejos. Me rendí y me fui pensando, para tratar de consolarme, que me habían durado casi tres años y que, como se acerca mi cumpleaños, podría pedirlo como regalo. Al salir del médico, llevada por un pálpito o una voz interior que me decía «no has buscado bien», volví a las escaleras. Me puse a recorrer las escaleras de lado a lado, como si las estuviera barriendo y varios viajeros me preguntaron: «Señora, ¿ha perdido algo?». Antes de que me diera tiempo a contestar uno de ellos lo encontró. Con ese subidón me fui caminando a casa de Mónica a felicitarla por su cumpleaños. Le di la sorpresa, me senté en su cocina, comí un poco de queso y me marché. Me encanta ser tan amigas como para hacer visitas así, sin preparar y sin regalo.
«Chavales, dentro de nada, cumplo 50 años y, como todos sabéis, me encanta mi cumpleaños. Por eso quiero celebrarlo con una gran fiesta a la que estáis invitados. No habrá disfraces, ni música en directo, ni karaoke porque yo canto fatal, pero prometo bebida, comida y buena compañía. Venid abrigados porque si amanece soleado podremos estar en el jardín al sol, como los jubilados que casi somos o aspiramos a ser.
Esta semana he empezado a preparar mi fiesta de cumpleaños. Hice una lista de invitados, escribí el mensaje de whatsapp de la invitación y me puse con la logística. Esta semana unos días me he arrepentido de organizarla y otros he deseado que llegara ya. Esta semana me he pintado los labios cuatro días y he cobrado una factura que tenía pendiente desde octubre. Esta semana he cogido el coche después de más de dos semanas sin moverlo: se me está olvidando aparcar, con lo que yo he sido. Esta semana he ido al cine a la mejor sesión que hay: el sábado por la mañana y sola. Me gusta ir así porque es algo quirúrgico: es ir al cine, no a tomar algo o a quedar con alguien, es casi hacer un recado. La película, Aftersun, todavía no sé si me ha gustado. Diría que no, pero todavía no lo he digerido; no sé si mi sensación de desagrado viene de haber ido con demasiadas expectativas (spaghetti más lechuga) o por otra razón más profunda. No, no me ha gustado. Muy «mira que cosas profundas te estoy sugiriendo con este collage de imágenes que te hacen sentir cosas». También he visto el corto Arquitectura emocional, 1959, los lugares en los que vivimos y en los que ocurre nuestra vida tienen un peso emocional que va más allá de lo que pensamos.
Esta semana he pensado que hace quince años todavía no había empezado a escribir Cosas que (me) pasan y me parece una vida, aquella, que no era la mía.
Esta semana no ha pasado nada.
Me encantaría tener una cadencia fija para poder decirte cuando volverás a recibir uno de mis correos pero no lo sé. Será sorpresa.
Me hizo bien leerte, a veces me siento llena de nada...pero siempre hay algo.
Pues mola todo lo que no te ha pasado! 😜