«Love the winter. Don’t betray it. Be loyal»
El libro perfecto en el momento adecuado. Así ha sido mi encuentro con Winter, de Rick Bass, en estos primeros días del año. Tras unos meses lectores de, digamos, sufrimiento o, mejor, desencuentro entre mis lecturas y yo, llegué a Winter como el que llega a casa, abre la puerta, siente el calor del hogar y dice: «Aquí estoy a salvo». Mi enamoramiento de este libro empezó mucho antes de comenzar a leerlo; viene desde el mismo momento en el que lo vi, el pasado verano, en la estantería de Powell’s en Portland. Primera edición, tapa dura y en la cubierta una fotografía de un paisaje invernal, nevado, con luz de atardecer temprano y algunos árboles con las ramas cubiertas de nieve. Lo compré, lo acaricié y pensé: «No es el momento, no puedo leerte en agosto, en este calor asfixiante y asqueroso de verano». Aun así, no pude contenerme, y antes de dejarlo en la estantería lo abrí para hojearlo y descubrí, entonces, que había comprado un ejemplar firmado por el autor, Rick Bass. No sé cómo tuve fuerza de voluntad para contenerme y no empezarlo, pero será que me estoy haciendo mayor (esto seguro) y decidí esperar a que fuera nuestro momento, el momento correcto.
En 1987 Rick Bass y su novia Elizabeth se lanzaron a buscar un lugar al que trasladarse a vivir. Eran de Texas y sus familias nunca habían salido del estado. Ellos querían algo en las montañas, con inviernos nevados, bosques y, a poder ser, un río cerca. Recorrieron Nuevo México y Utah, subieron a Wyoming, echaron un vistazo en Idaho y no encontraron nada. ¿Cómo se busca algo así? Pues recorriendo pueblos y preguntando en inmobiliarias a las que Bass cogió muchísima manía porque los miraban como si estuvieran locos o los trataban como si fueran desarrapados a los que no querían en sus pueblos o pensaban que eran hippies ricos y les pedían precios desorbitados. Cuando ya estaban a punto de darse por vencidos llegaron a un pueblito en el que encuentraron a un agente inmobiliario majete (alguno hay) que les comentó que en el valle del Yak, en Montana y a pocos kilómetros de la frontera con Canadá, había una propiedad que solía ser una especie de centro de caza, con varias cabañas para invitados, una casa central, una cabaña, granero e invernadero y que su dueño que vivía en Washington D.C buscaba alguien que la cuidara. Rick y Elizabeth subieron al valle, recorrieron la propiedad y decidieron quedarse.
«We knew immediately that this was where we wanted to live, where we had always wanted to live. We had never felt such magic»
El valle del Yak es agreste, profundo y estrecho, rodeado de bosques de grandes alerces y escarpados picos. El “pueblo” que da nombre al valle tiene un almacén para comprar suministros, dos cabinas de teléfono y un bar para la vida social, el Dirty Shane, donde se reúnen las veinte o treinta personas que viven en la zona. En las cabañas y propiedades de esa personas no hay electricidad, ni agua corriente, ni televisión, ni radio. No hay teléfono más allá de las cabinas ni, por supuesto, internet. Es el salvaje noroeste. En Winter, Bass escribe el diario sobre ese primer invierno que pasaron en el valle del Yak. Empieza en septiembre, cuando llega él a instalarse y preparar todo para cuando llegue Elizabeth. Bass nos cuenta cómo se establece en la casa, organiza el invernadero donde escribirá él y el estudio para Elizabeth (que es ilustradora), recorre la zona, prepara su coche para las condiciones invernales y, sobre todo, corta leña como si no hubiera un mañana. Corta, corta, corta, traslada troncos y los coloca ocupando cada espacio libre de la cabaña, del cobertizo, del invernadero. Se prepara para el frío sabiendo que su supervivencia dependerá de tener suficiente leña para calentarse. En todo ese ejercicio físico se acostumbra a la naturaleza que le rodea, la observa y se observa a sí mismo en relación a ella, aprende a mirar el cielo, se asombra del silencio, la calma y también al descubrir a los animales salvajes, liebres, alces, ciervos, zorros, conviviendo con ellos en una cercanía casi rozando la camaradería. Bass se prepara y espera el invierno, casi lo escucha llegar, el silencio especial con el cielo color plomo que se deshace luego en copos de nieve grandes y pesados que lo cubrirán todo durante meses.
«Snow’s more wonderful than rain, than anything».
Con la nieve y el invierno llega el frío y Bass descubre entonces que igual que en los bosques la vida se ralentiza, él también se va parando. A la frenética actividad de talar, recoger, colocar y preparar que en otoño le tenía madrugando y trabajando sin parar durante todo el día, le sigue una calma vital que le hace levantarse tarde, trabajar lo justo y caer rendido pocas horas después de que caiga la noche. Con esa ralentización, esa especie de hibernación, de reposo, llega también la sensación de estar desprendiéndose de su vida anterior. Echan de menos a su familia, a sus amigos, a sus seres queridos, aquello que, de alguna manera, había constituido su vida hasta ese momento, pero es el precio que hay que pagar por estar en el lugar en el que quieren estar.
«If happiness were cheap, it wouldn’t be worth having. I tell myself again».
Pero no echan de menos el teléfono, ni la televisión ni la radio. Sé que esto es de los años ochenta y ahora sería diferente porque probablemente puedas estar más conectado que entonces, es posible que incluso en Yak, en algunos lugares, haya ahora internet. Tras mi experiencia en USA este verano diría que es posible que esa conexión sea solo en lugares puntuales, pero la reflexión que hace Bass para vivir sin esa permanente conexión es válida:
«Neither of us misses a telephone. Listen. I’ve found out, to my great delight, that you don’t need one. Nothing happens when you don’t return calls –when you don’t even get calls. People write to you. If it is important that they truly need you –which will be the only reason for them calling you– nothing happens. They wait».
Así es.
Quiero dejar claro que no hay romantización en esta crónica de un duro invierno en las montañas. La vida en Yak es monótona y dura. Hace frío, poca gente, para poder ir a la ciudad más cercana (1500 habitantes) con todos los servicios hay una hora de camino por carreteras de montaña y, por supuesto, se hace de noche temprano. Bass no oculta nada de eso pero está feliz y se lo nota muchísimo.
«The valley shakes with mystery, with beauty, with secrets –and yet it gives up no answers. I sometimes believe this valley –so high up in the mountains and in such heavy woods– is like a step up to heaven, the last place you go before the real thing».
Siempre que comento que a mi me gusta el invierno, que, por ejemplo, podría vivir perfectamente un invierno entero en mi Cicely particular y que lo disfrutaría, hay alguien que me dice: «Eso lo dices ahora pero no sabes lo que es vivir el frío tres meses, que se haga de noche pronto, el viento, la lluvia, la niebla». Dejando de lado que ya no estamos en los años ochenta y que puedo vivir en la montaña con calefacción (una cosa es que me guste el invierno y otra que sea gilipollas) sin necesidad de almacenar 20 toneladas de leña en mi casa, no entiendo por qué la gente no comprende que igual que a muchos les fascina el sol, el calor y disfrutar del verano aunque haga 40 grados a la sombra, a otros, entre los que me encuentro, el invierno es lo que nos sienta bien. También hay muchos que disfrutan de la ciudad y luego estamos los que preferimos algo más tranquilo. ¿Más solitario? Puede ser, pero más para nuestro carácter. Bass lo explica muy bien:
«There are two worlds for me –and for anybody, I think– and I do better in one than in the other. I used to be able to exist in both, but as I pay more and more attention to the one world, the world of woods and of this valley, I find myself, each day, less and less able to operate in the other world»
Rick y Elizabeth pasan su primer invierno allí descubriendo lo que significa vivirlo en plena naturaleza y, más importante, descubriendo cómo amarlo.
«Learn to love the cold, the winter. If you love the country, the landscape –if you really love the country– then you may find yourself able to love it in winter most of all»
Leer Winter ha sido como leer una elegía de los inviernos que ya no veré, que ya no viviré. Los inviernos que en mi infancia y juventud viví con alegría, con emoción, pero que di por supuestos, creyendo que existirían siempre, ya no volverán. Ahora me descubro cada mes de diciembre o enero o febrero añorando esos inviernos, añorando el frío, añorando abrigarme. Cada año que pasa mis prendas de abrigo, mis gorros, mis guantes, mis bufandas, ¡las camisetas interiores sin las que no podía vivir!, se vuelven cada vez más y más superfluos, cada invierno tienen una vida más corta fuera de los cajones en los que permanecen guardadas.
Añoro, también, la sensación de protección que el invierno me proporcionaba.
«Winter slows things down, for a fact: it can bury and protect, as well as freeze and harm».
Eso es. El invierno congela y puede hacer daño: manos heladas, pies congelados, la nariz goteando, la tiritona por las mañanas al salir a trabajar, los días en los que tenía que rascar el hielo del coche para ir a trabajar; pero también acoge y recoge. El invierno me vuelve (más) hacia dentro, me permite protegerme, encerrarme: los días cortos y las noches largas hacen que pueda recogerme en casa y vivir sin que me preocupe lo que hay fuera, sabiendo que estoy a salvo, sin que nada ni nadie más allá del frío y la nieve puedan hacerme daño.
Winter es el libro que yo hubiera querido escribir, el que me gustaría poder escribir.
«We have stumbled into the pie, Elizabeth and I, finding this valley, this life. We have fallen into heaven»
¿Cuánta gente puede decir esto?
Leed Winter de Rick Bass. Hay edición en castellano publicada por Errata Naturae.
Soy de Asturias y los inviernos aquí han cambiado mucho desde que era pequeña. Vivo en un valle a poca altitud y echo mucho de menos la nieve de mi infancia que todos los años nos venía a visitar. Ahora cada vez nieva menos o nada en absoluto... Éste invierno es insultantemente cálido y no se siente invierno en absoluto. Me gustan todas las estaciones, la transición de una a otra; ahora parece que se difuminan unas en otras y el calor fuera de lugar se adueña de todo.
Me ha encantado el post, me ha trasladado a la cabaña, eso sí, mejor con calefacción ;)
Me ha encantado este post. Ahora mismo me pongo a buscar el libro.