Pongo la tele para ver la alfombra roja y lo primero que escucho es a una presentadora de televisión que le dice a una invitada: «Te voy a pedir que seas sincera, aunque siempre lo eres». Este es más o menos el nivel de las preguntas en la alfombra roja, donde lo más sesudo que se escucha es «¿Cómo lo estás viviendo?», «Qué noche más bonita, ¿verdad?» y «Quizá sea la persona más feliz que hay en esta alfombra». Si te lo tienes que creer, el nivel de felicidad que hay en esa alfombra es superior a la Noche de Reyes en cualquier casa. Esto además tiene mérito porque no sé a qué genio del mal se le ocurrió que para llegar a la alfombra hubiera que subir cuarenta y cinco escaleras. Me parece el colmo de la crueldad.
Al lío.
Nieves Álvarez, que lo mismo va a los Goya que a una presentación de perfumes, aspiradoras o suelo porcelánico, iba vestida de libélula de la muerte. En la alfombra roja le preguntaron si el vestido era cómodo y dijo que sí, que comodísimo. Lástima que luego sacaran unos planos de ella subiendo los 45 escalones y yo juraría que blasfemando al mismo tiempo, con la típica cara de estar cagándose en la comodidad del disfraz de insecto. Seguro que hubiera preferido subir zumbando.
Cayetana Guillén Cuervo bien. Muy de Hollywood clásico y con bolsillos. Eso sí, yo quiero aprender a posar así de natural, hombros para atrás tirando de escápula, y cabeza de tortuga hacia fuera.
Aitana divina. Es un vestidazo homenaje a los colores de Úrsula de La sirenita.
A Laura Weissmahr, con las prisas, se le ha olvidado el vestido y solo lleva el forro. Se ha dado cuenta en la alfombra y ha pensado: «voy a actuar natural, como si no pasara nada». Lo que no creo que pueda es caminar natural porque lleva unos zapatos incomprensibles.
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