Desilusión: acción y efecto de desilusionar o desilusionarse.
Desilusionar: hacer perder las ilusiones / perder las ilusiones.
Decepción: pesar causado por un desengaño.
Decepcionar: desengañar, desilusionar.
Todo eso dice el DRAE y a mí no me vale, se me queda muy corto todo y muy confuso. No me vale.
Una desilusión y una decepción no son lo mismo, no se parecen en nada. Ni son lo mismo, ni se sienten, ni se construyen igual. En mi vida y en mi cabeza, decepcionar y desilusionar no son sinónimos.
Una desilusión destruye algo posible pero poco probable. El que tiene una ilusión sabe perfectamente, aunque lo obvie, que es muy posible que esa ilusión no se concrete, juega con la baza de que nunca llegue a ser realidad. La desilusión no pilla por sorpresa.
Una decepción es una certeza que se desmonta. Es una verdad que se rompe, que se destroza. No es que fuera algo posible y probable, sencillamente ERA y de repente no es. Tenías una certeza y no cabía ni la más remota posibilidad de que dejara de ser y de repente no es. La decepción suele pillar tan por sorpresa que hace el vacío y deja sin aire. Muchas veces, sin suelo.
La desilusión se sufre sobre algo que no existía, sobre una fantasía. Por eso las ilusiones no se agotan nunca. Después de una desilusión del tipo que sea, y sin que haya que hacer nada, crecerán ilusiones nuevas o puede que las mismas recuperadas. Incluso cuando crees que ya no tendrás más, te sorprendes encontrando nuevas. Cuando ya eres perro viejo intentas frenarlas, ignorarlas, pasar de ellas, arrancarlas como las malas hierbas... pero, exactamente igual que con las malas hierbas, las ilusiones pasan de ti y crecen solas hasta que te han conquistado.
La decepción destruye una certeza y las certezas no crecen solas. Las que se rompen, además, jamás se recuperan y recomponen. Construir una certeza nueva exige trabajo, dedicación, esfuerzo y una confianza acojonante que con la edad se va perdiendo. Exige también capacidad para pasar por alto las consecuencias que las decepciones anteriores causaron en el ánimo, porque recordarlas es tan doloroso que incapacita para reconstruir nuevas certezas. Cuanto mayor eres, menos certezas tienes y más decepciones acumulas.
Las desilusiones son necesarias. Hay veces en la vida en que es necesario desilusionar a alguien. Va a ser doloroso, pero es necesario porque ves que esa ilusión que le está creciendo y que está a punto de conquistarle nunca va a ser certeza y, aunque le vaya a doler, hay que hacerlo. El que desilusiona no es feliz haciéndolo, pero sabe que es necesario y que el desilusionado podrá tener nuevas e incluso mejores ilusiones. Además, aunque se enfade en un primer momento, con el tiempo entenderá que fue una buena acción pincharle ese globo.
Las decepciones jamás son necesarias. Siempre son una putada y duelen que te cagas. Cuando se decepciona a alguien, ese alguien sufre, se cabrea, tiene pena infinita, oleadas de tristeza y agoniza un tiempo. Las decepciones además son terribles también para el que las provoca. Cuando decepcionas a alguien lo haces sabiendo que has destrozado algo positivo y cierto que esa persona pensaba o creía; puede ser un pensamiento, una actitud o un sentimiento. Decepcionas a alguien que creía en ti, que tenía una certeza positiva sobre ti.
Desilusionar a alguien puede ser jodido pero puedes pensar que lo haces por su bien y que es algo que tienes que hacer.
Decepcionar a alguien es doloroso para el decepcionado, pero para el que lo hace, cuando es consciente de ello, es el puto infierno. Por supuesto también hay gente que ni se entera del rastro de decepciones que va dejando y que, cuando en algún momento mira atrás y se ve, solo dice ¿qué ha pasado? Pues sencillamente que ya nadie cree en ti.
Las desilusiones pasado el primer momento de quedarse desinflado y como sin ganas de nada dejan un poso dulce. Cuando las recuerdas pasado el tiempo, puedes obviar el momento concreto de la desilusión, el momento en que se te pinchó el globo de esa ilusión en concreto, ir más atrás y sonreír al recordar ese momento en que ibas feliz cual perdiz. Puedes recordarlo con humor negro y pensando «qué bobo fui al ilusionarme con aquello, pero bueno: moló».
Las decepciones no son así. Las decepciones no te pinchan un globo, te quitan el suelo bajo tus pies. Las decepciones siempre dejan un poso amargo y duelen siempre. Permanecen activas eternamente y hay que tener mucho cuidado con su manejo, hay que intentar arrinconarlas y no tocarlas ni con un palo porque el simple roce de su recuerdo puede hacerte caer fulminado. La decepción no permite el recuerdo dulce, no hay lugar para el humor negro, solo permiten algo del tipo «cómo pude ser tan gilipollas» y duelen en el alma.
Por todo esto, no puedes desilusionarte a ti mismo, pero sí decepcionarte, cuando destrozas una certeza que otro tenía sobre ti y que tú habías asumido como propia. O cuando descubres que no eres como pensabas, que eres peor de lo que creías, te decepcionas a ti mismo y jode infinito.
Decepcionarte a ti mismo es entrar en el foso de la desesperación, y solo saldrás si alguien que te aprecie mucho, que sobreviva a tus decepciones, te ayuda.
Escribí este texto hace diez años. Agosto me ha parecido un buen momento para recuperarlo. Durante este mes, recuperaré alguno más de mis textos antiguos. No quiero que se me olviden.
Qué suerte que hayas recuperado este texto para poder disfrutarlo. Efectivamente ambas cosas son distintas y si una ilusión se esfuma o te pinchan el globo, buscas tú misma argumentos para justificar que si era una locura, que ya no tienes edad para eso…yo que sé, razones para guardar en El Cajon esa ilusión e ir a por otra. Sin embargo, la decepción es mucho más dolorosa, te deja jodida porque siempre parte de alguien que hubieras puesto la mano en el fuego porque no te decepcionaría y al hacerlo, se te rompe un poco el corazón y luego viene la rabia por no haberte dado cuenta y a veces el rencor, si no puedes evitarlo o el perdón. Pero siempre será una figurita de porcelana con un brazo pegado porque se rompió. Sin embargo, no comparto contigo que las ilusiones surjan como setas a su libre albedrío y continuamente. Hay momentos en la vida donde desearías tener una ilusión y no te nacen, y lo que es peor, no luchas por buscarlas. Si eso se une a una decepción de alguien muy querido, hay que ser muy fuerte para no acabar pensando: qué coño hago aquí? Para qué sirve mi vida? Y lo ves todo en blanco y negro porque has caído en una depresión. Un abrazo y por favor, publica un libro, un cuento, un ensayo. Tienes el don de escribir y es una delicia leerte. Estoy segura de que lo devoraremos
“Las decepciones no te pinchan un globo, te quitan un suelo bajo tus pies”. 👏🏻👏🏻👏🏻