Estaba pensando en empezar este texto diciendo «pues ya está, hoy es el día en que, de verdad, no tengo nada que contar» cuando me he dado cuenta de que es 30 de diciembre: el cumpleaños del primer tío que me dijo «Te quiero». Me lo escribió en post-it: «ANA, TE QUIERO»; y me lo dejó pegado en el salpicadero de mi coche mientras estaba aparcado en casa de una amiga y yo estaba dentro jugando al continental. A lo mejor me lo había dicho antes, pero la que recuerdo es esa vez. Es posible, muy posible, que todavía tenga guardado ese post-it. Hoy cumple 50 y justo ayer casi lo atropello con el coche cuando salía del punto limpio después de llevar otra carga inmensa de trastos de Orbela. El punto limpio en Los Molinos está pegado al cementerio, algo que, para alguien como yo que aprecia mucho el humor negro, tiene todo el sentido del mundo. Ambos están en un paraje que se conoce como Los Llanos porque, no hay que ser muy listo, es una zona muy llana y desde ella hay una panorámica increíble de todo el valle: La Peñota, el monte Abantos, Montón de Trigo, Siete Picos... Se ve todo. Yo salí muy ufana después de dejar todos esos trastos y, como siempre, me extasié mirando el paisaje... Me extasié tanto que al salir del camino del cementerio para incorporarme a la carreterita no vi al corredor que venía trotando por ella. Casi le atropello. Pensé «¡coño!» y justo después, al reconocerle, «uy, pero si es M». Durante una décima de segundo pensé en parar y saludarle, pero pasó pronto y me marché. Por el retrovisor le vi correr; hubiera reconocido ese trotecillo en cualquier parte, es su paso de sufrir, siempre ha sufrido, es adicto a ello, a ser pesimista. Está exactamente igual que hace treinta años, cuando empezamos a salir. Bueno, a ver, que no es que hiciera treinta años que no le veía, nos encontramos de vez en cuando por aquí y sé que es uno de esos hombres que envejece sin envejecer, siempre están igual. Ni siquiera tiene canas.
Escribo la palabra canas, levanto la vista y miro por la ventana. Veo justo la última luz del día, cuando el horizonte se tiñe de naranja, dorado y un poco más arriba azul noche. Contra esos colores se recortan las ramas del pino del jardín que parecen negras, igual que La Peñota recortada sobre el cielo. En primer plano, sin embargo, me veo a mí misma: yo sí tengo canas, claro; y no estoy igual que hace treinta años y ya no sufro. Cuando salía con él sí que sufrí mucho, no por su culpa o no solo por su culpa.
Hoy he hecho poco, nada de mucho interés: despertarme, hacer ejercicio, desayunar leyendo el New Yorker del 25 de noviembre, ducharme, vestirme y bajar andando al pueblo a recoger paquetes y hacer recados. Luego, cuando me he puesto a envolver regalos, he tenido el ya tradicional «me falta un regalo» seguido del «lo he perdido». El año pasado me pasó en la calle: compré un pijama ideal, me lo envolvieron precioso, pagué, me fui de la tienda, recorrí otras veinte tiendas y en una de ellas después de recoger por enésima vez las mil bolsas que llevaba me di cuenta de que me faltaba la del pijama. Recorrí en sentido inverso las tiendas a las que había ido y con poca fe acabé volviendo donde lo había comprado. Alguien lo había encontrado en un semáforo y lo había llevado a la tienda. Hace un par de años fue una camiseta que me dejé en un cajero y hoy eran unas botas. Las he buscado por toda la casa, comprobado que las había recogido y, desesperada, he comprado otras. Sabía que eso era lo que tenía que hacer para que aparecieran. Y así ha sido: han aparecido al cabo de un rato. Ni una Navidad sin su «he perdido un regalo, soy un desastre».
Tengo antojo de chocolate con churros. Acaba de sonarme el teléfono, mi hermana está compartiendo en el grupo familiar las fotos de los nuevos perros que pronto estarán por aquí. Son monísimos.
Para no tener nada que contar, espero que haya quedado pintón.
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Me encanta desayunar y leer en silencio este cuaderno. Es una alegría saber q me espera al levantarme.
Esperba la parada con el corredor y el intercambiador de frases. Disfruté mirando ese atardecer y sentí ese pellizco de agobio buscando el regalo. Gracias por tus escritos.
Me encanta leerte por la mañana mientras desayuno. Feliz día Ana.