Ayer se me dieron fatal los juegos familiares: en el de los acontecimientos del año solo acerté cinco; en el de las banderas se las copié todas a mi hija Clara; en el de los lugares del mundo fallé Guatemala y no supe que las cataratas Victoria están entre Zambia y Zimbabwe; y en la de reconocimiento de famosos de niños fui incapaz de reconocer a Harrison Ford y al Papa Francisco. En el bingo musical me quedaban todavía cuatro canciones de mi cartón por tachar cuando mi hermana cantó ¡bingo! Lo pasé genial, pero hoy estoy derrumbada. No sé cuándo fue la última vez que me acosté a las tres y media de la mañana. Ni me acuerdo.
Me he levantado cansada, con modorra y agujetas. Hoy hacía un día de esos que la gente llama «buenísimo» y a mi me causan tristeza. Un cielo azul inmenso, ni una nube en el horizonte y un calor insoportable para ser 25 de diciembre. Aún así, he salido a pasear creyéndome que me daría algo de aire fresco y abrigada de acuerdo con el calendario, no con la realidad que veía por mi ventana. ¿Resultado? Me he pasado la mitad del paseo con la chaqueta en la mano y no ha sido todo el paseo porque me he empeñado en ignorar los síntomas que me indicaban que no solo me sobraba la chaqueta, también me sobraba el jersey.
«Era muy pequeña cuando mi madre me preguntó qué quería ser y yo le contesté: una extraña». Escucho esta frase en el primer episodio de Cement City, un podcast que ha aparecido en todas las listas del año y que he empezado hoy. Nada más escucharla, me he parado y he vuelto atrás para saber como la host había llegado hasta ella:
"When I was a little kid my mum asked me what I wanted to be when I grew up and I told her I wanted to be a stranger, I'm not sure I knew what I meant but I know I meant something".
¿Ser un extraño? ¿Qué quiere decir eso? En un primer momento me he quedado pensando si sería una ocurrencia para llamar la atención o para filosofar sobre la otredad del ser o cualquier otra cosa por el estilo totalmente fuera de mi capacidad intelectual... Pero luego, mientras seguía escuchando el podcast al tiempo que caminaba por calles llenas de casas habitadas por desconocidos, con interiores que no puedo ni imaginar, he ido entendiendo lo que la host, Jeanne Marie Laskas, quería decir. Laskas es periodista y ha escrito varios libros supongo que bastante exitosos porque se ha pasado tres años haciendo este podcast y eso solo lo puede hacer alguien rico o alguien que puede presentar ese proyecto a una empresa y que se lo compren. Todos sus libros están basados en su deseo de ser una extraña. Se pasó meses en las minas de carbón conociendo la vida de los mineros, un año en la sala de correo de La Casa Blanca conociendo a sus trabajadores, escribió también sobre las contusiones craneales en el fútbol americano y sobre las tiendas de venta de armas y volvió a casa con un montón de pistolas y fusiles y su marido tuvo que encargarse de librarse de ellas. Es decir, su deseo de ser una extraña pasa por mezclarse con gente que no conoce, con extraños, mimetizándose con ellos para dejar de ser ella, Jeanne Marie Laskas, y entender así otras vidas, otros problemas, otras ideas.
«¿He querido yo, alguna vez, ser una extraña?», he pensado mientras seguía paseando. Quizá un poco, a veces. Cada vez que viajo trato de imaginar cómo sería ser francesa y vivir en esa calle pequeña, en la casa con las bicis aparcadas en la puerta o cómo sería ser belga y vivir en Bruselas en el edificio situado enfrente del hotel en el que me hospedo o cuando estoy en Cicely y quiero bajar al bar del pueblo de al lado a mezclarme con los señores ganaderos del valle que se quejan de los impuestos que tienen que pagar o mirar por un agujerito a la fisio que llegó desde Madrid para instalarse allí y que me cuenta que tiene mucho trabajo pero que no lo cambiaría por nada, que está encantada. Me pasa también durante el paseo cuando cotilleo por encima de las tapias y las puertas para tratar de ver qué están haciendo los habitantes de esas casas que no conozco o cuando al cruzarme con algún otro paseante tan acalorado y saludarle con un «Feliz Navidad» pienso si vivirá por aquí, si habrá salido de paseo porque no aguanta a su familia, porque es un adicto a la caminata o porque este día soleado y azul aplastante le parece un «buen» día.
Me he acordado luego de mi amiga Rosa, que hace muchos años, cuando yo me quejaba de tener que ir todos los días a Toledo desde Madrid, me dijo: «Ribera–ella siempre me llama así– lo que tienes que hacer es pensar en guiri». Cuando la miré sin entender, me aclaró: «Mira, si al ir todos los días de Madrid a Toledo piensas que si estuvieras yendo de, por ejemplo, de Plymouth a Boston, te parecería algo exótico, porque no serías de allí, porque todo te parecería nuevo, diferente, especial. Pues esto es lo mismo, no pienses que vas de Madrid a Toledo como siempre, piensa que eres guiri, que esta ruta es nueva, que no sabes lo que vas a encontrar, que puede haber sorpresas, que todo tiene cierto encanto. Piensa en guiri».
Ha pasado mucho tiempo desde aquella conversación, pero la sigo recordando porque muchas veces la pongo en práctica. Cuando voy por Madrid asqueada por el ruido, la gente, la prisa, sin encontrarle ningún encanto siempre pienso «imagina que eres de Helsinki y estás aquí por primera vez». Sé que suena tonto, pero aplicando ese filtro mental consigo ver cosas que no veo siendo yo.
Querer ser una extraña y pensar en guiri se parecen mucho. ¿Qué habrán pensado de mí los extraños con los que me he cruzado hoy? Si alguno de los habitantes de esas casas por delante de las cuales he paseado me ha visto cruzar por delante de su jardín, ¿qué habrá imaginado? ¿Habrá tenido curiosidad? ¿Se habrá preguntado qué hace esa señora paseando con una chaqueta de lana totalmente excesiva para este día en esta mañana de navidad?
Querer ser un extraño. La mejor manera de conocer al otro, a los demás. La mejor manera de, además, verte desde fuera.
Al llegar a casa he colocado en su lugar la leña que llevaba desde ayer en el maletero.
Mi padre hubiera cumplido hoy ochenta y un años.
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Me.encantan tus cuadernos Ana, un remanso de paz en estos días. Y si me.encanta lo de piensa como un guiri. Yo vuelvo a çasa ppr Navidad y veo Zaragoza um poco como una guiri y la disfruto más. Sabía tu amiga. Y enhorabuena por l nueva casa. Un abrazo en un día especial para ti
Buenos días. Suerte que hoy ha vuelvo el clima “navideño”: niebla y frío. ¡Bien! Lo de ayer parecía una Navidad tropical.