Cuaderno de vacaciones. 9 de agosto de 2024

Ayer, después de desayunar, llené la bañera de agua, eché lo que quedaba de un bote de Norit y dejé en remojo mi ropa sucia. En esta casa no hay lavadora. Tampoco hay horno: dos electrodomésticos que en mi vida diaria me parecen indispensables pero que aquí nunca echo de menos. Mientras remojaba la ropa para intentar quitarle a mis pantalones de montaña la capa de polvo, barro y sudor que cubría toda la tela y frotaba camisetas, calcetines y ropa interior pensaba en que si me viniera a vivir aquí una temporada larga tendría que bajar a ir a hacer la colada a la lavandería que hay en un pueblo a unos veinte minutos de casa. ¿Podría lavar a mano y así ahorrarme el viaje? Podría, pero en invierno tener toda la ropa colgada por la casa no me gustaría, odio tender dentro de casa e incluso en Madrid evito poner la lavadora si sé que no voy a poder tender en el patio. ¿Me gustaría ir a hacer la colada a una lavandería donde, si me dejo llevar por la mística de las películas, conocería a alguien interesante con el que mantener conversaciones increíbles que justificaran los 20 minutos de coche? Elucubrando sobre estos futuribles casi imposibles terminé de lavar, enjuagar y aclarar y salí a tender todo al sol. Después, y tras hacer las camas para los invitados, tocaba limpieza. Un poco de quitar el polvo, otro poco de quitar trastos de enmedio (pocos, porque somos muy ordenados), algunas telarañas fuera y barrer y fregar. Alguno de mis hermanos trajo por aquí una aspiradora de esas inalámbricas, pero me rebelo contra su uso. Es irracional y poco inteligente mi oposición a este electrodoméstico pero es así: ya tendré tiempo de caer en sus redes. Mientras barría y fregaba pensaba también en cuándo limpiaría si viviera aquí. Tendría que teletrabajar, así que habría que ver la manera de encajar esta tarea. Lo primero que pensé fue «el sábado por la mañana», pero enseguida me arrepentí. Creo que los fines de semana hay que evitar cualquier actividad que pueda asociarse con la palabra tarea: solo salvo de esta regla la cocina. Descartado el fin de semana para hacer limpieza, tendría que apañarme para limpiar al terminar de trabajar un día laborable. ¿Elegiría un día fijo o dependería del trabajo, mi ánimo o la cantidad de suciedad acumulada? Terminé de fregar sin llegar a ninguna conclusión.  

Armada con unas tijeras salí a recoger flores en los prados que rodean el pueblo. Hace calor y casi todo está agostado, pero entre hierbas que casi me llegaban al pecho, y evitando engancharme con las zarzas que crecen descontroladas, armé un ramo bastante pintón para sustituir el que cogí hace una semana, cuando llegamos. ¿Si viviera aquí recogería flores cada semana? No creo, pero sí tendría esa posibilidad. 

Al volver, llené de agua la lechera de lata con una vaca dibujada que uso de jarrón y coloqué las flores. Cerré las contraventanas para que el salón se mantuviera fresco, ahuequé los cojines y salí a la parte de atrás a sentarme a la sombra a escribir las lecturas encadenadas de julio. 

Sobre el poyete, al sol, se secaba mi ropa.

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