Nos la han vuelto a colar. Nos han vuelto a hacer creer mierdas sobre nosotras mismas. Nos han vuelto a colar que las mujeres no triunfamos en la vida o no llegamos a puestos de responsabilidad porque somos inseguras por el llamado «síndrome del impostor». Y no, no y no. Nuestro problema, el de las mujeres y el de la sociedad, no es que nosotras pensemos en nuestras limitaciones o tengamos dudas a la hora de aceptar responsabilidades o trabajos nuevos. El problema es que los hombres jamás se plantean que NO VALEN para algo. (Bueno, si ese algo implica cuidados, limpiar, cocinar o cosas así, mágicamente se sacan del bolsillo, como si fueran el Mago Pop, una servilletita en la que pone: «¿Para qué lo voy a hacer yo si tú lo haces mejor?»).
El viernes, en mi camino hacia Cicely, escuché el episodio El Topo, del podcast Hechos reales. Es una historia de espías, de traidores y de un tipo que tiene el síndrome del impostor pero al revés. Considera que, sin tener la más remota idea del trabajo que le encomiendan, puede hacerlo porque es un «outsider» y no es partidista.
Veamos. A este individuo le ofrecieron, le ofreció su amigo José Bono, dirigir el CNI, el Centro Nacional de Inteligencia. Vamos, dirigir a los espías. Y él no se lo pensó ni medio segundo. La inmensidad de su ego le dijo: «Por supuesto que podemos hacer esto, Alberto». Él es ingeniero de montes y había sido Consejero de Industria en Castilla-La Mancha, méritos que, sin ser para nada despreciables, de ninguna manera tienen valor para dirigir el Centro Nacional de Inteligencia. Quince años de matrimonio con un ingeniero de montes y treinta años de amistad con muchos de ellos me dan experiencia suficiente como para poder decir que estos ingenieros son perfectos si quieres saber de física, de química, de botánica, de prevención de incendios, de pastos, de industrias madereras, de conservación de parques naturales, de motosierras, arañas, podadoras, desbrozadoras, aprovechamiento cinegético, flora, fauna, organización industrial y un millón de cosas más sin ninguna relación con el espionaje. Ser Consejero de Industria en CLM creo que tampoco es mérito para dirigir espías pero bueno, ahí mi conocimiento es menor. Pero es que no solo este señor exhibe escasísima preparación para el puesto, es que además NO HABLA INGLÉS.
Llegados a este punto del podcast empecé a echar espuma por la boca, estaba tan cabreada que quería arrancarme los ojos con una de esas cucharas de hacer bolas de helado. A gritos en el coche dije: «¡El problema de la sociedad no es que nosotras tengamos síndrome del impostor, es que el mundo está lleno de señoros que están convencidos de poder desempeñar cualquier puesto aunque no tengan ni formación, ni conocimientos ni el más mínimo saber estar o idea sobre lo que implica el trabajo!».
Mi hostilización fue en aumento según el tipo comentaba que para intentar solucionar el problema de filtraciones de documentación que estaban sufriendo «empezamos a investigar», «hicimos listas, averiguaciones», «nos preguntábamos qué más podíamos hacer». No sé, Alberto… ¿Qué tal darte cuenta de que la gente que estaba por debajo de ti sabía lo que había que hacer mientras tú no eras más que un mojón de Cuenca usando el plural mayestático para apropiarte del trabajo de otros? Al final, gracias a un soplo externo (y no queda claro si cumpliendo la ley) descubren al topo y ¿qué hace el bueno de Alberto? Convoca una rueda de prensa, «algo que no se había hecho nunca», para contar cómo «ha solucionado el problema». No sé, Alberto, a lo mejor no se había convocado nunca una rueda de prensa para contar cosas de espías porque la esencia del trabajo de seguridad e inteligencia es no ir largando detalles alegremente por ahí. DIGO YO, pero claro, qué sabré yo, que soy una pobre mujer que estudió Geografía e Historia, trabajó veintidós años en televisión, de ahí pasó a trabajar en podcasts, habla inglés fluído y aún así, si me ofrecieran dirigir una editorial o el Instituto Cervantes en Dublín diría: «Muchas gracias, pero creo que os estáis equivocando, seguro que hay gente más preparada que yo».
Pero ¡qué sabré yo!, que por lo visto tengo el síndrome de la impostora.
Nosotras no tenemos síndrome de la impostora ni tenemos que salir de nuestra zona de confort. Lo que tenemos es sobreexposición a hombres mediocres que creen firmemente que pueden hacer cualquier cosa, que están capacitados para cualquier puesto de responsabilidad sólo porque entre las piernas les cuelgan unos huevazos como dos melones. Tenemos sobrepoblación de hombres que creen que su zona de confort es el mundo entero.
Lo que necesitamos es mandar a tomar por culo el síndrome de la impostora y empezar a señalar a los verdaderos impostores al grito de «¡Sois incompetentes!» mientras los acorralamos en una zona de confort acorde con sus mediocres capacidades.
Y habrá que vallar la zona.
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Qué bien dicho!
No soporto cuando dicen: pues está ahí por ser mujer,para lograr la paridad porque en realidad no vale para el puesto.
Antes no estaba de acuerdo con el sistema de cuotas hasta que leí que como sigamos así no habrá paridad hasta que nos extingamos
Pues vivan las cuotas, así habrá tantas mujeres mediocres como hombres mediocres
Te aplaudo en pie. Ellos creen que todo el mundo es suyo y lo que hacen es ocuparlo.