Escuché los truenos llegar: venían de El Escorial, como siempre. Es una sabiduría ancestral que se adquiere en Los Molinos: las tormentas y las lluvias siempre vienen de allí. Los escuché en la lejanía y me desperté sonriendo, divertida. Estaba teniendo un sueño absurdo en el que Ainhoa Singular y yo viajábamos en avión y ella iba preparando la comida. Como mi hija María viajaba conmigo, preparaba dos elaboraciones de cada plato. La situación era ridícula pero nos divertíamos. Con esa diversión me desperté y me encontré totalmente despejada. Adiviné la tormenta, escuché los truenos y empecé a ver los relámpagos. Me levanté a comprobar que las ventanas estuvieran cerradas, abrí las cortinas de mi dormitorio y me tumbé en la cama a ver la tormenta. No podía parar de sonreír. En algún momento, claro, me dormí, pero sé que fue cuando la tormenta ya nos había pasado por encima y estaba descargando en Camorritos. Cuando me desperté ya no llovía, pero por la ventana olía a lluvia, a nube, a tierra mojada y a gris. Seguí sonriendo.
A media mañana fui a hacer recados: visita al punto limpio, supermercado a por cuatro cosas, papelería y Correos. No sé por qué, pero me gusta la sensación de ir a hacer recados, de juntarlos todos en una misma mañana e ir cumpliéndolos y tachándolos de mi lista mental. Siempre que salgo a una sucesión de recados me acuerdo del día en que mi padre, para quitarme el miedo a conducir por Madrid, me mandó a hacer yo sola varias gestiones en coche en distintos lugares de la ciudad y teniendo que orientarme y coger la M30 varias veces. Recuerdo que llevaba un abrigo amarillo y que al completarlas todas, la última en un taller en Ventas al otro lado de la M30, pensé: bueno, pues ya está, ya soy adulta. Hoy, como adulta funcional, he salido de casa para ir al punto limpio y mientras recorría las calles con mucho cuidado porque llevaba el maletero atestado de trozos de la valla de madera que durante diez años ha rodeado la piscina de casa y que ya no es necesaria, me he descubierto sonriendo otra vez, feliz. ¿Qué me pasa? Estoy como si me acabara de enamorar y todo me pareciera estúpidamente estupendo y maravilloso. Como sé que no es eso, he caído en que era por el tiempo. Las nubes grises, la ligerísima brisa fresca, la luz blanquecina que ojalá anuncie que se acaba el verano, la ausencia de coches, el olor a mojado, a menos calor, a campo respirando aliviado. No podía parar de sonreír tontamente. Y así seguí en el supermercado al que fui a comprar pan, pastillas para el lavaplatos, gel de baño y pan de molde. Eran tan pocas cosas que por eso era un recado y no una compra, que es algo muy desagradable siempre. Seguí sintiéndome feliz en la papelería a donde fui a buscar un rotulador plateado o blanco o dorado o de cualquier color que se vea en unos sobres azul marino que son los que tengo para enviar los tarjetones nuevos a las fundadoras de Cosas que (me) pasan. En la oficina de Correos entré tan contenta y tan exuberantemente feliz que la responsable me dijo: «Pero bueno, tienes cara de que te ha tocado la lotería». Franqueé ocho cartas y de vuelta hacia el coche pensé en cómo podía hacer para que esta sensación de ligereza, de alegría, me durara más. Deseché el pensamiento. No importa, no quería arruinarlo. Ahora, hoy, con este cielo gris, la amenaza de lluvia constante, el frágil inicio del final del verano me hace feliz.
Ya está. Nada más. Pero, por si acaso, miro hacia el oeste... para ver si llegan más nubes.
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Buenos frescos días,
Me has hecho leerte con una sonrisa, imaginando todas esas sensaciones que tan bien describes.
Cuando estés agobiada en el día a día, recuerda este momento.
A ver si se mantiene el ambiente fresquito y llevamos mejor la vuelta a la rutina.
Muchísimas gracias por tu cuaderno de vacaciones, eres una gran "contadora de vida"
Soy una MOLIFAN
El cuaderno de vacaciones me ha tenido enganchada cada día, gracias por transportarnos siempre donde te encuentras.