Llevo días dándole vueltas al discurso que Michelle Obama pronunció la semana pasada en la Convención Demócrata. Vi clips en redes alabándolo y, en un rato suelto durante una de las tardes en Francia, decidí verlo entero.
No me gustó. Entiendo que resulte atractivo para mucha gente, que emocione, y puedo comprender que a los estadounidenses, a los demócratas reunidos en Chicago y a los que lo hayan visto por televisión, les pareciera fantástico.
A mí, repito, no me gustó.
Tengo grandes simpatías por Michelle Obama, no soy una fan pero me cae bien, me parece inteligente, lista, divertida y comparto con ella muchas de sus ideas sobre educación como, por ejemplo, «nunca hay que intentar ser amigo de tus hijos». Le tengo especial cariño porque su carpool es uno de los primeros que vi con mis hijas.
Pero su discurso no me gustó.
¿Por qué? Pues porque me pareció una charla motivacional, una charla pensada, escrita y maravillosamente representada para emocionar sin decir absolutamente nada o, mejor dicho, para emocionar enlazando lugar común tras lugar común. Me duele decir esto, pero el discurso fue como el de cualquier tele predicador que busca conmover a su audiencia para desde ahí conseguir algo, en este caso el voto para Kamala Harris, que es un fin muy loable y con el que estoy de acuerdo por completo. Pero el discurso no me gustó, tuvo momentos en los que experimenté vergüenza ajena e incluso me sentí, sin ser yo el objetivo de esas palabras, manipulada.
Y esos momentos que me rechinaron tanto fueron los centrados en la continua apelación a las madres, a la suya, la de Michelle, a la de Kamala y a las de «todos vosotros». No sé si fueron las palabras exactas, pero más o menos la idea es que todas nuestras madres nos han transmitido unos valores que merecen la pena, por los que debemos luchar, pelear. Las «madres» así como colectivo genérico, intocable, siempre sabio y cariñoso en el discurso de Michelle, nos transmitieron la idea de luchar por los ideales, de no quejarse, de hacer cosas, de creer que todo es posible.
«Mi chica, Kamala Harris, está más que preparada para este momento. Es una de las personas más cualificadas que jamás haya aspirado a la presidencia. Y es una de las más dignas. Un homenaje a su madre, a mi madre y también a tu madre. La encarnación de las historias que nos contamos sobre este país. Su historia es tu historia. Es mi historia. Es la historia de la inmensa mayoría de los estadounidenses que intentan construir una vida mejor». (Texto completo del discurso)
La NADA.
Sé que no es una idea compartida, pero las madres no son por definición buenas,sabias y cariñosas. Las madres pueden, podemos, transmitir unos valores de mierda. Tu madre te puede transmitir unos ideales que a ella le parecen fantásticos y que a ti, con los años, te parezcan no ya dudosos sino directamente terribles. Las madres pueden no apoyarte de niño o de adulto o nunca. Pueden decirte que no estás preparada para lo que quieres hacer, que no tienes las capacidades para lo que anhelas y pueden, además, tener razón en ello. Las madres pueden decirte que es mejor conformarse, rendirte a tiempo y tener los pies en el suelo en vez de soñar con lo imposible. Las madres pueden ser racistas, homófobas, clasistas, malvadas, pérfidas, egoístas, avaras… Me rechina siempre la apelación a las madres como estandarte a seguir, como ejemplos, como oráculos de Delfos cuyas palabras deben guiar nuestras vidas y como seres de luz a las que el hecho de parir las convierte en la bondad personificada.
Puede que sean así o puede que no; pueden ser, de hecho somos, personas normales y corrientes con todo lo que eso implica para bien o para mal. Podemos decir cosas inteligentes y también las mayores gilipolleces sobre la faz de la Tierra. Pero, sobre todo ¿qué pintan en un discurso político? Nada. Todo fue puro humo, sentimentalismo vacuo para emocionar y conmover y a mí me expulsó, me hizo verlo desde fuera, ver los hilos, los giros y la construcción sentimental para manipular. ¿Manipular para un buen fin? Sí, pero manipular.
Pues nada, hoy mientras me he dedicado a poner lavadoras, tender coladas, hacer el cuaderno del viaje y bañarme en la piscina esto es lo que ha estado rondándome la cabeza: que estoy a tope con Kamala y Michelle, pero esos discursos no me gustan nada.
Ayer, al ir a acostarme, maté un saltamontes verde brillante que brincaba por el suelo de mi cuarto.
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Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Reescribir y mejorar como si fueras Milena Busquets: Estoy de acuerdo contigo en cuanto a la vergüenza ajena que me generan los discursos políticos de corte lacrimógeno, (más allá d que pueda funcionar o, no me repelen) y en que por supuesto las madres no son perfectas. No obstante, creo que está bien traído, porque los misóginos y machistas a la única mujer que no suelen meter en el mismo caso es a sus madres. A la madre que no se la toquen. Entonces entiendo por qué han tratado de apropiarse de ese escudo, (cuando además tampoco ella tiene hijos).
Me encanta tu cuaderno de vacaciones. Ahora a los animales no se les mata, se les adelanta la reencarnación, para que tengan una vida, a ser posible, mejor. Gracias, mientras tu escribas, nosotros te leeremos.