Ocho campanadas del reloj de la Iglesia. Ocho campanadas del reloj del priorato. Un episodio de Critics at large. Tres sets con seis ejercicios de abdominales aunque el tercer set fue hecho de aquella manera. Dos Kiwis, un yogur, media napolitana de chocolate, tres tostadas pequeñas con mantequilla y mermelada y un té con leche. Una discusión en el desayuno sobre quién utiliza más el recurso «y tú más». Nadie quiere reconocer que es él. Una ducha. Una muda completa, seis bocadillos, una botella de agua y una bolsa de patatas sabor Tex Mex para seguir con la cata de patatas de sabores. Cuarenta y un kilómetros, otro mercadillo. La locura. Un espejo de marco dorado y una tetera de porcelana de Limoges blanca verde y amarilla que hará que en todos mis desayunos me acuerde de este viaje, once platos de flores con colores rosa, verde y amarillo que son todos diferentes, dos cuencos de porcelana también con flores, un reloj despertador pequeño de color rojo con letras blancas al que hay que dar cuerda cada día y que funciona, un soporte de porcelana con agujeros para meter flores de manera individual que tiene una especie de gallo pintado, una edición de Call me by your name en francés, una americana de caballero fabricada en Italia, una camisa de hombre de raya azules, una falda de pana marrón, una bufanda y unos guantes navideños de color rojo que harían las delicias de la madre de Bridget Jones. Setenta y cinco euros. Frank Sinatra sonando en un tienda recordandome cuanto me gusta Strangers in the night. Un brownie, un financier, una tartaleta de albaricoques, un bizcocho con, quizás, demasiado sabor a café y 150 gramos de fresas pequeñas y deliciosas. Ocho euros. Veintiséis kilómetros más. Dos canoas, cuatro remos, dos bidones, un bote de crema, un río para nosotros. Remar y remar y remar y dejarnos llevar por la corriente. Silencio y corriente. Árboles y bosques y mucho verde. Un castillo. Otro castillo. Uno más. Un puente, una pequeña playa. Mojarnos los pies, comernos los bocadillos y el brownie, el financier, la tartaleta de albaricoques, el bizcocho con, quizás, demasiado sabor a café y la bandeja de fresas pequeñas y deliciosas. Las tres últimas eran como de cuento: una pequeña, una mediana y una grande. Seguir remando. Otro castillo, cuatro perros, ocho patos. Cerrar los ojos, dejar de remar, dejarnos llevar. Escuchar el silencio, las risas de mis hijas. «Tenemos preguntas para vosotros. Si tuviérais que ir obligatoriamente a los Juegos Olímpicos que deporte eligiriais?» Intentar fijar este momento, esta vista, lo que escucho y lo que siento en mi memoria. Que no se me olvide. Un pueblo entre los árboles. Otro bosque. Paredes de caliza blanca, cantos rodados en el fondo del río sobre el que se forman unos pequeños rápidos cuando el río es poco profundo. Otro puente, esta vez metálico. A la izquierda una bandera naranja, el embarcadero. «Bonsoir, madame» Los pies mojados, las caras brillantes, las sonrisas. Un autobús de vuelta al coche con una recua de hombres creyéndose graciosos. Sesenta kilómetros más de vuelta a casa. Cuatro ciervos. De nuevo un turno de canciones que yo aprovecho para poner Strangers in the night y cantar a gritos. Llegar a casa, ponernos vaqueros largos, sudadera y calcetines. Vecinos jugando a la petanca en la plaza de la Iglesia, justo delante del monumento a los caídos. Una cerveza, una copa de vino blanco, un nestea y una cocacola, tres hamburguesas de pollo con mango y curry y un camembert al horno con ensalada y patatas fritas. Dos helados y una crema de queso con speculoos. En la mesa de al lado unos ingleses sentados que parecen sacados de Saltburn.
Volver a casa caminando despacio y mirando al cielo donde se ven infinitas estrellas.
Preparar las maletas. Recoger todos los folletos que repasaré al llegar a casa y me servirán para el cuaderno del viaje.
Ponerme el pijama, sentarme en el sofá, sacar el ordenador.
Escribir.
Me doy cuenta de que desde el salón se escucha el rumor del río.
Doce campanadas del reloj de la iglesia.
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El día 25 es maravilla pura…
Qué bien escribes! Supongo que ya te lo han dicho muchas veces pero como soy nueva suscriptora te lo digo de nuevas. Transmites mucho, inspiras.