Me encantan los mercadillos de mierdas. Aquí los llaman brocante o vide-grenier, aunque los primeros se consideran más de antigüedades y muebles y los segundos más rastrillos de mierdas. Mis favoritos son los que mezclan un puesto con piernas sueltas de muñecas de los años 80 con pares de zapatos horribles y cajas de Cola-Cao y ceniceros viejos con puestos de muebles chulos que te hacen soñar con tirar todo lo que tienes en casa y colocar todos esos archiperres con historia.
Hace muchos años, unos diez, compré unos sillones de jardín blancos en el mercadillo de Navacerrada. Se los regalé a mi madre, pero le dije que en la herencia eran para mí y, sorpresa, estuvo de acuerdo. Cada verano, cuando los sacamos, se lo recuerdo a mis hermanos para evitar futuros malentendidos. En tiendas francesas de ropa vintage me compré también hace muchos años un vestido blanco antiguo que es mi vestido favorito de la vida y que si alguna vez vuelvo a casarme será el que me ponga, pero mientras tanto me lo pongo en verano solo porque sí, como si me creyera la absurda de Carrie Bradshaw. El año pasado, en Toulouse, me compré un cinturón que no me he quitado en todo el invierno; incluso lo llevaba hoy, cuando en un mercadillo inesperado en un pueblo precioso que no venía indicado en ningún sitio me he comprado otro vestido perfecto. El mercadillo se extendía por varias calles del pueblo, algunos puestos estaban en la puerta de diferentes tiendas: platos, vasos, cafeteras, juegos de café, soperas, bandejas, pañuelos. Yo buscaba una tetera pero no encontré. Las cafeteras de porcelana eran bonitas pero no me sirven y, además, ¿quién sirve el café en una jarra de café ahora mismo? Igual que los juegos de café de taza pequeña. Aún recuerdo cuando en mi infancia, en casa de mis abuelos y también en nuestra casa mis padres, tomaban café en tazas minúsculas. ¿Quién usa eso ahora? He estado a punto de comprar platos duralex transparentes a 1 € ,pero antes de usar esos platos tengo que hacer el propósito, y cumplirlo, de usar la vajilla buena que tengo guardada en casa. De este invierno no pasa que la saque. Cuando llegamos al pueblo lloviznaba un pelín y en los puestos, dado que somos incapaces de llevar un horario francés, los vendedores estaban sacando sus almuerzos para comer entre sus cachivaches. Había muy poca gente paseando y menos comprando, todo era relajado. Podías contemplar todos los trastos sin presiones, sin agobio, sin la prisa de «a ver si viene alguien que me quita la ganga». El vestido estaba colgando en un perchero entre jerseys con bolas, camisetas deslucidas, faldas imposibles y vestidos largos de noche que arrastraban por el suelo. Siempre miro esos percheros de mierdas porque pienso que a lo mejor esa ropa perteneció a alguien que en su día amó esos vestidos, esas faldas, esas camisetas, esos jerseys gordos; que los compró por algo, que tuvieron más sentido que una camiseta de Zara de la que seguramente se libró en un contenedor de Humana. Es raro encontrar algo interesante, pero espoleada por mi vestido blanco de no novia siempre cotilleo y así es como encontré el vestido ayer. Es de cuadros rojos y blancos, casi podríamos decir de tela de mantel, con escote cuadrado y tirante ancho, tiene un corte bajo el pecho, falda de vuelo y ¡bolsillos! Ni me probé, costaba 10 € y por ese precio si no me valía o no me gustaba podía aprovechar la tela para servilletas. Si hubiera tenido un camión de mudanzas es posible que también me hubiera comprado un armario ropero antiguo gigante para guardar toallas y sábanas que costaba solo 120 € y media docena de espejos y grabados antiguos muy baratos (que los mercadillos franceses son mejores que los españoles porque de verdad tienen precio de mercadillo ni lo voy a mencionar) que vendían en una tienda llena de pasillos y recovecos que las niñas y yo hemos recorrido a conciencia y que Clara ha dicho que olía a casa de familia celebrando la Navidad. Tenían también a una impresionante colección de libros antiguos a la venta a precios de risa: me hubiera quedado todo el día cotilleando entre las estanterías.
En otro pueblo inesperado con río, iglesia y castillos listos para vivir hemos entrado en una tiendita de una artesana de joyas y, contra todo pronóstico, nos ha gustado todo lo que vendía. Me he comprado un anillo porque he decidido que quiero ser una mujer que lleva anillos. No he llevado nunca, durante diez años llevé mi alianza y, de manera muy irregular, un pequeño anillo de oro blanco que me regalaron cuando cumplí 30. Tengo guardado un anillo de Loewe de plata y piel de cocodrilo que me puse alguna vez, aunque ahora no puedo recordar en qué contexto. Siempre llevo reloj pero nunca anillos y ahora es un propósito nuevo. Un propósito sin presión ni exigencia, es más bien una idea. No sé si me va a gustar ser una mujer que lleva anillos.
Al volver a casa me probé el vestido. Es perfecto.
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Foto con el vestido de cuadros!! 😊
Una delicia leerte, como siempre.
"Que si alguna vez vuelvo a casarme será el que me ponga"
DÓNDE ESTÁ MO Y POR QUÉ HAS HACKEADO SU CUENTA?