En este pueblo viven 300 personas, más o menos las mismas que vivían en Oradour-sur-Glane en 1944.
El 10 de junio de 1944 era un día normal. Los colegios, el de niños, el de niñas y lo que se conocía como escuela infantil, estaban al completo porque estaba programada una visita médica para los niños y todos los padres del pueblo y también de los alrededores habían enviado a sus hijos al colegio. Probablemente la calle principal estaba llena de actividad, gente entrando y saliendo de los numerosos cafés, mujeres y hombres acudiendo al peluquero, yendo a recoger algo al zapatero o llevando sus tijeras a afilar al herrero. Por la calle principal, que lo recorría de sur a norte, circulaba el tren tranvía que unía Limoges, a 25 km, con Saint-Junien, localidad que era famosa por su manufactura de guantes, muchos de los cuales se cosían en Oradour-sur-Glane. Ese día, además, los hoteles y restaurantes estaban llenos de vecinos de esas ciudades más grandes y de los alrededores en el pueblo, haciendo gestiones, echando gasolina en sus coches, llevando su coche al taller o visitando familiares, comiendo después de haber estado pescando en el Glane.
Mientras escribo esto, sentada delante de nuestra casa, la galería de arte que está justo enfrente ha cerrado sus puertas y el dueño se ha ido, con su cartera en la mano, dando un paseo por uno de los callejones. A la casa de las columnas ha llegado la familia que la habita y en la pradera que hay justo delante se encuentran un par de parejas sentadas contemplando el atardecer.
Imagino que en Oradour todo era actividad ese sábado pre veraniego cuando a mediodía aparecieron en el pueblo doscientos soldados de la 3.ª Compañía del 1.er Batallón del Regimiento Der Führer, de las SS, y pidieron a todo el mundo que se reuniera en la plaza del pueblo. Nadie temió nada, en aquella zona nunca había habido soldados alemanes, no había ningún movimiento de resistencia en el pueblo y la mayoría pensaron que aquello no era más que un control de identidad. La mayoría, pero no todos, unas treinta personas, los que ya habían tenido contacto con los nazis (refugiados alsacianos y los judíos y algunos hombres jóvenes que habían conseguido escapar de los reclutamientos forzosos para ser enviados a Alemania) prefirieron no arriesgarse y se escondieron o se marcharon a los bosques. Los demás, confiados, cogieron sus tarjetas de identidad, metieron a sus bebés en los cochecitos, a sus familiares y caminaron hacia la plaza.
Frente a mí veo ahora un bebé, no tendrá más de dos años, que se pasea persiguiendo a su padre por delante de nuestra casa. Tiene esa edad en que la cabeza pesa más que el cuerpo y su centro de gravedad está siempre peligrosamente por delante de él amenazando la caída a casa paso. Más familias pasean.
Cuando todos los habitantes de Oradour y todos los visitantes del pueblo estuvieron reunidos en la plaza, los alemanes los separaron en dos grupos. A la derecha las mujeres y los niños, a la izquierda los hombres. Les dijeron que iban a registrar el pueblo para buscar armas de la resistencia y dividieron a los hombres en grupos más pequeños que distribuyeron por diferentes establecimientos del pueblo: la bodega de Denis, el garaje Desourteaux, el granero Milord, etc. A las mujeres y a los niños los llevaron a la iglesia que estaba a la entrada del pueblo, en el extremo sur. Justo delante estaba el roble de la libertad, plantado después de la I Guerra Mundial.
Delante de mí, algunas de las mesas del restaurante bajo los plátanos han empezado a llenarse y suena el campanario de la iglesia en la que ahora mismo se está celebrando un concierto de música barroca. El perro de los vecinos, un perro «monísimo» según Clara, corre detrás de una pelota.
A los hombres en sus diferentes emplazamientos les dijeron que seguían buscando armas y que, por favor, vaciaran los garajes y graneros de trastos para entrar ellos cómodamente. Ellos seguían tranquilos y obedecieron. Poco después, los alemanes colocaron ametralladoras delante de cada grupo y de manera sincronizada masacraron a todos los hombres. Solo 5 consiguieron salvarse, fingirse muertos entre los cadáveres de sus vecinos y escapar a gatas tan pronto como los alemanes empezaron a rociarlo todo con líquido inflamable y lo prendieron fuego.
A las mujeres y los niños encerrados, más de cuatrocientas personas en una iglesia pequeña, les hicieron lo mismo: ametrallados, arrojar granadas de mano en medio de la multitud y después prender fuego a la iglesia. Solo sobrevivió Marguerite Rouffanche, de 47 años, que consiguió salvarse al encontrar un taburete por el que trepar y saltar por una ventana.
Fueron asesinados 643 personas, 190 hombres, 245 mujeres y 207 niños. Los alemanes, tras la matanza, saquearon el pueblo y le prendieron fuego. Al día siguiente volvieron para quemar los cuerpos y esparcirlos y que así no pudieran ser identificados ni sus familias pudieran enterrarlos.
Entre los asesinados había 19 refugiados españoles. Habían huído de España tras la Guerra Civil y supongo que se sentían a salvo en Oradour. Las más jóvenes eran las bebés Asther y Paquita Serrano y la persona de mayor era Ramona Domínguez Gil, que tenía 79.
Una pareja vestida de rojo, ella con un vestido largo y él con un polo y pantalones cortos, cruzan el puente medieval. Escucho el río que es como un rumor que se convierte en sonido de fondo que no oigo hasta que me esfuerzo. Es como respirar, no eres consciente hasta que lo piensas.
Todo es apacible en esta tarde del 22 de agosto de 2024 en este pueblo francés. Es un día cualquiera en el que todo va bien. Hoy hemos visitado las ruinas de Oradour, De Gaulle decidió en 1945, antes incluso de acabar la guerra, que todo debía quedar tal y como lo habían dejado los alemanes como recuerdo de la barbarie. Hemos recorrido sus calles, nos hemos asomado a las casas, a los restos, a las calles, hemos pisado las vias del tranvía y visitado el cementerio y yo solo podía pensar, una vez más, en que todo puede parecer perfecto, todo puede parecer seguro y en un momento desintegrarse. Esta realidad se nos olvida todo y por eso necesitamos lugares como Oradour-sur-Glane conservado en el tiempo para recordarlo. Claro que, como dice María, tenemos Gaza en la palma de nuestra mano y vivimos como si no fuera con nosotros.
La vecina inglesa de la casa de al lado ha venido a saludarme y a decirme que ella se encarga de regar las plantas.
En Oradour quedan muchos restos de máquinas de coser, prácticamente hay una en cada casa. Las mujeres del pueblo cosían guantes.
El roble de la libertad sigue en pie.
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Me ha gustado mucho como vas intercambiando la historia acaecida en 1944 y lo que vas viendo "cuando levantas la vista de lo que escribes". Muy cinematográfico, y el resultado de este instrumento literario -por la temática que tocas y el contraste con la actualidad- muy interesante. Debe de dar para muy diferentes interpretaciones según quién lo lea. Personalmente veo estos lugares como un "monumento a los caídos", no como algo para "no olvidar", porque como muy bien dice tu hija María no hay más que mirar lo que está pasando en Gaza, la historia al revés... No parece que sirvan mucho estos lugares si su intención era "no olvidar".
Solo puedo agradecerte lo q me inspiras cuando te leo. Me siento allí mismo, como si estuviera a tu lado en la misma mesa