Nuestro propósito vacacional para este viaje era descansar, coger una casa bonita y acogedora en algún lugar chulo y centrarnos en lograr un equilibrio entre hacer turismo y conocer la hora y dedicar horas a estar tirado disfrutando de una casa que, al menos durante ocho días, es tuya.
Me desperté temprano enredada en el cable de los auriculares porque he cogido un vicio feísimo, de señor de cuarenta años de los 80, que es el de acostarme escuchando podcasts y seguir escuchando cada vez que me despierto por la noche. Tengo que quitármelo como sea porque es contraproducente: ni me entero del podcast ni duermo bien, y una noche voy a aparecer estrangulada con mis propios cables, lo que sin duda sería una muerte del todo idiota. Quería levantarme y jugar a imaginar, casi hasta hacerme daño, cómo sería vivir aquí. Es algo que hago mucho: ponerme en situación con el mayor grado de realidad posible para tratar de saber si me gustaría o no. No me dejo nada al azar: pienso en cómo sería ir a la compra o levantarme en mitad de un aguacero o quedarme sin calefacción en esta casa de tres pisos con un salón que tiene un techo de 10 metros, tener que ir al médico, al ayuntamiento, a la ferretería, a trabajar… Para mí, lo peor de trabajar no es mi trabajo, que me encanta; lo peor es tener que hacerlo en Madrid. Estoy convencida de que si pudiera teletrabajar desde un lugar bonito, como éste o Cicely o Los Molinos, sería mucho más feliz. La verdad es que si pudiera ser desde aquí creo que sería hasta pecado tanta felicidad.
Esta casa es espectacular y esta vez sí que nos ha pillado por sorpresa. Estábamos convencidos de que era imposible superar o tan siquiera igualar el exitazo de la casa de La Provenza y, por eso, cuando llegamos ayer y empezamos a ver la casa y el pueblo no podíamos creérnoslo: hemos tocado techo en cuanto a alojamientos vacacionales se refiere... El año que viene no podremos superar esto de ninguna manera, pero ese es un «problema» del que Ana del futuro ya se encargará cuando toque. Ahora mismo solo importa disfrutar esta casa y que no se nos olvide.
Como hoy era el cumpleaños de Clara, tocaba el caminito de chuches y los regalos antes de desayunar en la cocina inmensa con mesa para diez y butacones de cuero delante de una chimenea en la que cabemos de pie las tres. Después hemos ido a pasear con tranquilidad, repitiéndonos el mantra de este viaje: «vamos a tomárnoslo con calma». El pueblito en el que estamos está en la lista de Les Plus Beaux Villages de France y es increíblemente beau, tan bonito que casi parece que lo han pintado para un fondo de una película de Disney tipo La Bella y la Bestia. Ha ganado también el premio a los tejados más bonitos del país, que es un premio que a mí me hace muchísima ilusión, porque ser bonito a nivel de calle tiene mérito, pero ser bonito en las alturas, donde nadie te ve, es ya de profesional. Viven aquí algo más de trescientas personas, según he leído en el folleto que me han dado en la oficina de turismo. Tiene origen medieval y, debido a su localización, fue un centro comercial importante en el que se construyó un priorato en el siglo XII. Después, poco a poco, fue decayendo hasta que en el siglo XIX se construyó una vía de ferrocarril cercana que volvió a reactivar el pueblo. Después de la I Guerra Mundial perdió importancia y población y estuvo a punto de desaparecer hasta que en los años sesenta empezó a recuperarse cuando llegaron nuevos habitantes, casi todos extranjeros, para ocupar segundas residencias. Sé de sobra que lo suyo hubiera sido invertir aquí para superar las pérdidas de las guerras y las crisis y evitar así que su población tuviera que irse o quisiera marcharse, que no es lo mismo, pero como no fue así mejor que se mantuviera con la gente que llegó en los 60 con sus familias y que siguen aquí. ¿Cuánto tiempo tienes que habitar un lugar para que dejen de considerarte de fuera? En Los Molinos nosotros somos todavía «de la colonia», y eso que mi madre lleva allí setenta años y yo cincuenta y uno.
El pueblo es pequeño pero tiene de todo: castillo, priorato, iglesia octogonal con mercado cubierto, puente medieval, colegio, policía, un pequeño supermercado, tres restaurantes y, según veo en el panfleto de la oficina de turismo, seis casas para turistas. No hay tiendas de souvenirs ni de artesanía ni nada por el estilo. Hay un pequeñísimo café literario en el que hemos comido a mediodía una tabla mixta de charcutería y quesos rodeados por estanterías llenas de libros y fotografías de escritores famosos de todo el mundo. El dueño, un señor francés encantador con gafas redondas de pasta azul (tengo ganas de hacerme unas gafas excéntricas), barba corta entrecana y una sonrisa permanente, nos ha atendido disculpándose por no hablar español y solo saber decir: «mi mejor amiga se llama Guadalupe y vive en Galicia». Esta frase, que le hemos celebrado con el mismo entusiasmo con el que celebras la primera vez que tu hijo dice «papá», nos ha llenado de estupor porque: ¿Cómo conoció a Guadalupe? Y si es su mejor amiga, ¿cómo es que solo sabe decir eso en español? Yo he apostado fuerte porque esa frase está sacada de su libro de español cuando tenía once años y ahí se le ha quedado, grabada a fuego gracias a las enseñanzas de Don José María, su profesor de español.
Por la tarde hemos visitado unas cuevas y un castillo «coqueto», como dice Clara, y hemos vuelto a cenar al restaurante que está justo enfrente de nuestra casa. Sentados alrededor de una mesa verde, encima de la hierba, con grandes plátanos que entrelazan sus ramas para dar sombra a los comensales, hemos cenado con tranquilidad y hemos continuado con la conversación que empezamos ayer en el coche: ¿Con qué personaje histórico te irías a cenar para que te contara sus secretos?
Para leer todas las entradas del Cuaderno de vacaciones 2024.
Gracias por leerme. Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. ¿Sabes que puedes suscribirte para apoyar lo que hago, recibir el contenido extra y participar en El club de Podcasts encadenados y en el chat? Me encantaría que lo hicieras y te lo agradecería infinito. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta te recibirás una carta manuscrita. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti?
Francia es una maravilla, no hay un pueblo feo. En todos puedes encontrar buen pan y buenos croissants, por pequeño que sea. La Dordoña es una zona increible que nos paseamos en coche hace 10 años, y sigue siendo uno de mis mejores viajes de la vida.
Estoy disfrutando un montón tus vacaciones, jaja. Yo también me duermo escuchando podcast. Desde pequeña me pongo la radio para dormir. Me distrae de mis pensamientos obsesivos con el trabajo y la vida y me duermo en un minuto. Me pongo relatos cortos o true crimes ( de los buenos que lo hay). La comodidad me la ha dado los auriculares inalámbricos. Ya no me enredo en los cables.