Para mí, la Semana Santa es un dibujo de un macetero redondo grande, con una gran planta de hojas alargadas, colgando con elegancia. Las hojas de la planta tienen diferentes tonos de verde y todo lleva su correspondiente sombreado, marcando la luz. Lo hizo mi abuela para ayudarme con las tareas que la Madre Ana había puesto para las vacaciones. Yo era, y soy, malísima dibujando y mientras me dedicaba al resto de deberes me di cuenta de que iba a ser incapaz de dibujar la planta de marras. Cada vez que llegan estas fechas en mi cabeza no aparecen cristos, procesiones o torrijas. Lo que veo es aquel dibujo completamente fuera de mis posibilidades artísticas. Estaba tan orgullosa. Pensé que, por fin, sacaría una buena nota en Dibujo y que la Madre Ana dejaría de fruncir el ceño cada vez que le entregaba uno de mis trabajos, con un motivo irreconocible y el papel lleno de manchas negras hechas por mis manos sudorosas.
«Estás suspendida. Esto no lo has hecho tú». me dijo.
Mi abuela se enfadó muchísimo. «Claro que lo has hecho tú. Que demuestre que no has sido tú». Le agradecí el gesto pero es que la Madre Ana no necesitaba que se lo demostrara, ya sabía que yo era una inútil.
Cuando llega la Semana Santa siempre me acuerdo de aquel dibujo. Para mí representa estas vacaciones, esta semana de desconexión inesperada y tan necesaria. La primera vez que descubrí que aquel domingo no volvíamos a Madrid, que nos quedábamos en Los Molinos porque la semana siguiente no había colegio, no podía creerlo. Le dije a mi madre que era mentira. ¿Tan bien me había portado como para que así, por sorpresa, hubiera una semana sin colegio? Cada día, al levantarme, contaba con los dedos los días que quedaban y me maravillaba. Ahora ya no es así, claro. Rara vez me he podido coger toda la semana y, si te pones pensarlo bien, al final son solo cuatro días sin trabajo, pero ¡madre mía! qué ilusión hacen y qué bien sientan.
El lunes, el martes y el miércoles de esta semana tienen algo de la elasticidad de la semana muerta de Navidad. Sí, el lunes te levantas para ir a trabajar, pero sabes que con casi total seguridad no tendrás ninguna reunión, que el flujo de correos será mínimo y que, con suerte, nadie te abrirá un teams para preguntarte algo urgente porque en estos días no hay nada urgente.
El lunes, el martes y el miércoles son como habitaciones acolchadas, cómodas. En realidad son como deberían ser todos los días laborables. El tiempo transcurre a su ritmo, pausadamente, y te da tiempo a trabajar, a sacar adelante ideas, textos y proyectos con cierta calma. Desaparece el ritmo frenético que te obliga a ir a salto de mata entre reunión y reunión, llamada y videollamada y, sobre todo, entre cabreo, bronca, decepción y consulta a «tujubilación.com» para saber cuánto te queda para dejar de sufrir. Son días en los que, como te descuides, casi puede volver a gustarte tu trabajo, como cuando te encuentras con un ex y solo te acuerdas de lo bueno y dices «¿Por qué lo dejamos?»
Esta Semana Santa trabajo hasta el miércoles, pero quiero hacer algo como el dibujo de mi abuela. Algo que recuerde dentro de muchos años o, sin ser tan ambiciosa, a finales de junio, cuando esté desbordada, agotada y frustrada. Algo a lo que volver como un buen recuerdo... Así que inauguro hoy este Cuaderno de Semana Santa. No tengo ni idea de qué saldrá cada día, qué se me ocurrirá y sé que en algún momento me arrepentiré y diré: «Ana, ¿para qué haces esto?»
No sé. Por aquel dibujo de un ficus que me hizo mi abuela. Por aquella niña de 10 años. Por la mujer de 34 que empezó a escribir. Por mi abuela, a la que no creo que le gustara nada de lo que escribo. Por la nostalgia de las vacaciones con mis hijas cuando eran pequeñas. Por la curiosidad de saber si alguna vez leerán algo de lo que escribo y encontrarán respuesta a preguntas que tengan sobre mí, si es que las tienen. Por hacer algo que no sea sólo trabajar y correr. Porque a la Madre Ana le horrorizaría. Porque aquí nadie puede suspenderme. Porque creo que así la semana durará más, quizá tanto como duraba cuando tenía diez años. Por despejarme la cabeza. Por reírme. Por pensar. Para manosear el tiempo libre, revolcarme en él, gozarlo. Por fantasear con, alguna vez, hacer esto, escribir cada día una especia de diario público. ¿No escribe Jabois todos los días? Pues yo lo mismo. Por estar atenta a mi alrededor, atenta a la inspiración, al motivo, al momento. Para aprender a describir.
Por mí.
Porque sí.
Porque quiero aprender a escribir mejor.
Imagine it this way:
One by one, each sentence takes the stage.
It says the very thing it comes into existence to say.
Then it leaves the stage.
It doesn’t help the next one up or the previous one down.
It doesn’t wave to its friends in the audience
Or pause to be acknowledged or applauded.
It doesn’t talk about what it's saying.
It simply says its piece and leaves the stage.
(Several short sentences about writing. Veryln Klinkenborg)
Porque ¿por qué no?
Creo que te gusta leer Cosas que (me) pasan. Quería contarte que puedes ser suscriptor de pago y tendrías acceso a la newsletter extra del último domingo del mes, al club de escucha y al chat. Si, además, te haces miembro fundador, piénsalo ¿cuándo has sido fundador de algo?, hasta recibirás una carta manuscrita y varias tarjetas necesarias para tu vida con frases como “Me quiero ir a casa a leer” o “Desde tan abajo no explico”. ¿Cuándo fue la última vez que abriste el buzón y había una carta para ti? Piénsalo. Me haría muchísima ilusión.
Y por compartir tu talento con tus lectores. Gracias por esta idea tan estupenda. Y mucho mejor leerte a ti estos días que a Jabois 🤣.
Porque nos encanta leerte por las mañanas con un café recién hecho. ¿Qué mejor manera de empezar cada dia de las vacaciones?