A lo mejor cuando leas esto estás en tu segundo día de vacaciones entrando aún en el ritmo vacacional. Tu cuerpo todavía no se ha hecho a la idea de que es un domingo diferente, un domingo en el que te podrás echar una siesta de cuatro horas, porque si esta noche no puedes dormir no importará, porque mañana no madrugas. A lo mejor te descubres pensando a cada rato «ay, que mañana no tengo que trabajar». A lo mejor no tienes tanta suerte porque no eres profesor o porque no has podido pedirte la semana entera de vacaciones, pero tú y yo sabemos que este lunes, este martes y este miércoles se sienten diferente en el trabajo. Yo empecé a notarlo el jueves: el ritmo frenético de mails y cosas urgentes empezó a ralentizarse hasta casi pararse por completo ayer por la tarde. Confío mucho en que el lunes sea muy tranquilo, tanto que me dé tiempo a ponerme al día con la lista interminable de tareas importantes que llevo apuntando semana tras semana en la lista de cosas por hacer. En esa lista aparecen varias cosas que quiero recomendarte, cosas que me han gustado, que he leído, comido o visto. Cosas que (me) han pasado y que por fin tengo tiempo de contarte.
Escribo esto sentada en el jardín con el portátil en las rodillas mientras me bebo una mixta y me zampo un plato de patatas «La Montaña», las mejores del mundo. Acaba de pasar el tren, oigo pájaros, una avioneta volando bajo y a alguien con una sierra que ha empezado a podar. Ahora mismo me estoy fijando en que el castaño ha empezado a brotar. Hace cuatro años, durante el confinamiento, le hice una foto cada día para ver cómo iba brotando poco a poco hasta el esplendor final. Qué despacio pasaba el tiempo en 2020 y cómo lo aprovechamos.
Los días pasan a un ritmo que no sé describir pero que no se parece a nada que haya vivido antes. No se me hacen largos, ni cortos, ni me parece que pasen muy deprisa ni muy despacio. La sensación que tengo es que he alcanzado el ritmo adecuado. Es algo parecido a cuando sales a pasear y al principio vas deprisa, después te cansas, mides tus fuerzas, ralentizas el paso y piensas «eh, voy a paso de tortuga» y, de repente, sin saber muy bien cómo, vas al paso perfecto, el que te hace disfrutar del paseo, de lo que ves, de lo que escuchas, de tus pensamientos. El paso que te hace pensar «a este ritmo podría caminar kilómetros». Así siento yo los días ahora, con la sensación de que éste, por muy extraño que sea, es el ritmo adecuado para pasar la vida.
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