“If you don’t tell your story you lose it—or, what might be worse, you get lost inside it. Telling is how we cement details, preserve continuity, stay sane. We say ourselves into being every day, or else”. J. R. Moehringer
Esta semana he conseguido escribir una especie de recapitulación del día tres noches al acostarme. Desde hace años llevo una especie de diario, a veces consigo escribir cada día y, a veces, solo una vez a la semana. Siempre que cojo el cuaderno y quito el capuchón de la pluma pienso en Tina Brown. ¿Quién es Tina Brown? Pues una periodista británica que durante muchos años fue editora jefa de The New Yorker. La conocí hace unos años por un podcast, cómo no, que hizo de entrevistas. Pienso en ella porque en uno de los episodios, no recuerdo a quién entrevistaba, contó que cada noche escribía en su diario lo que había hecho cada día y la gente con la que se había encontrado. En ese momento pensé: «eso es porque hacía cosas interesantes y veía a gente interesante»; y entonces tenía sentido anotarlo todo. Estaba equivocada: el valor de escribir cada día, o una vez a la semana, está en recordar tu vida, en recordar los días, anodinos o no, que se convertirán en una pelota informe que llamamos «pasado» si no los anotas. Y cuando vuelvas a esa pelota solo podrás rascar un poco en su superficie o fijarte en los trozos brillantes que, por alguna razón, se pegaron a esa masa y ahora te llaman la atención sobre un instante concreto. Es estupendo tener recuerdos brillantes de grandes días u ocasiones, pero la mayor parte de nuestro pasado está formado por momentos que transcurrieron sin pena ni gloria, aunque entonces nos pesaron, alegraron o preocuparon. El cuaderno rojo en el que escribo ahora lo empecé en enero de 2022 y, de vez en cuando, vuelvo atrás para ver qué me preocupaba hace un año. Nada de lo que entonces consumía mi energía importa ahora, un año después, sustituido por otras preocupaciones, otro estado de ánimo, otras ganas. Para eso sirve un diario: para recordar quién eras y saber que lo que eres ahora, a lo mejor, no existirá dentro de unos meses.
En ese diario, la semana pasada, escribí que la visita a casa de las Maier para recoger una jarra que le había encargado a Ximena convirtió un lunes muy lunes en un jueves. Me encantó conocer su piso y charlar de la coronación de Carlos con unas anglófilas confesas y muy bien informadas. Aprendí, por ejemplo, que para poder llevar esa corona ridícula con algo de dignidad, Carlos se había pasado dos semanas ensayando, llevando un bombín cargado con dos kilos de harina para acostumbrarse al peso. Esto, por supuesto, nos llevó a una interesantísima conversación sobre lo inadecuado de usar harina para ese menester: hubiera sido muchísimo mejor arroz. En el caso de que la harina hubiera caído es más que probable que Carlos, en su magna coronación, hubiera ido dejando un reguero de polvo blanco que podría haberse confundido con otro tipo de sustancias.
Todavía no he anotado en mi cuaderno los resultados del test de ADN que me regaló mi familia por mi cumpleaños. Llegaron ayer, un mes y medio después de haber enviado la muestra de saliva, y me lo estoy pasando en grande revisándolos. Hace poco, hablando con un amigo, éste me dijo: «Estoy harto de esos tests. El otro día en una cena se lo habían hecho varias personas y, a pesar de ser muy muy gallegos, estaban todos emocionados porque tenían un 0,5% de ADN de no sé dónde». Supongo que fantaseamos con descubrir que tienes ancestros exóticos de algún lugar inesperado por las risas, por la curiosidad. En mi caso resulta que soy muy española y mucho española, más bien muy y mucho de la Península Ibérica, con un 95,6 % de ADN de aquí. El resto se reparte en un 2,4% de ADN que viene de Gran Bretaña o Irlanda, un 1% de procedencia indígena americana y un 0,8% de subsahariano. ¿Tiene esto algo una explicación con la historia que conozco de mi familia? Pues elucubrando sin sentido, que es para lo que sirven estas cosas, puede que ese ancestro subsahariano (que, además, en el estudio me indican que nació entre 1730 y 1820) fuera un esclavo que llegó a Cuba y de ahí su ADN llegara a mi bisabuela Clara, que era cubana. El ancestro británico o irlandés es más difícil de cuadrar: nació entre 1700 y 1820 y, por fantasear, vamos a pensar que esa mezcla probablemente no consentida se dió en América.
Aparte de datos sobre «¿de dónde vengo?», el informe que te envían ofrece mucha más información que da para pasar un buen rato. Los resultados incluyen también referencias a tu predisposición a tener ciertos rasgos o características, tanto físicas como de personalidad. Por ejemplo, mi predisposición genética a tener hoyuelos en las mejillas o en la barbilla es bajísima y no tengo ninguna de las dos cosas. Me ha alegrado saber que hay un 85% de posibilidades de que nunca tenga caspa y han acertado (93% de posibilidades me daban) sobre lo de tener cera en los oídos. (Justo el viernes fui al otorrino para quitarme unos tapones con los que llevo lidiando unos meses. El otorrino me preguntó a qué me dedicaba; y cuando le contesté me dijo: «¿Editora de podcast? No lo había oído en mi vida»). Además, el informe dice también que conservo un 2% de ADN Neandertal, que tiendo a preferir el salado sobre el dulce, a tener el dedo gordo del pie más largo que el segundo y que soy bastante incapaz de tararear una canción. Todo verdad. Es todo diversión y tontería y me queda mucho todavía por revisar, pero mi dato favorito, porque está clavado, es este:
¿A qué hora me he despertado hoy, sábado? A las 7:40.
En el desayuno de hoy, en un pueblo de La Mancha Profunda, he estado leyendo panfletos electorales. No he leído los programas, claro, que eso no interesa a nadie, sino los perfiles de los candidatos. Entre estudios, trabajos, actividades y méritos alguien les ha indicado que digan algo personal, algo que los identifique; y se cuelan cosas como «Soy aficionado a la ópera, la caza y la tauromaquia», «disfruto de los paseos con mi familia y amigos» o «mis hobbies son la series, leer y el baloncesto», mezclados con declaraciones un poco más peculiares (pero sin pasarnos) del tipo «mi mayor afición es mi sobrino, que me ha hecho el tío más feliz del mundo» o «toco la guitarra y estoy aprendiendo solfeo». ¿Qué pondría yo?
«Mis aficiones son leer, la soledad y el invierno». Perfecto.
– Mamá, este verano voy a leerme El Quijote, El manifiesto comunista y El contrato social. No intentes disuadirme.
A lo mejor si me repongo de la sorpresa puedo hacer un comentario a este propósito de mi hija Clara que, una vez más, consigue que piense «no sé quién es», pero desde luego lo voy a apuntar en mi libreta. Algún día, cuando me muera y mis hijas hereden todos mis cuadernos, y si a Clara le apetece leerlos, se encontrará en ellos y tendrá la imagen de lo que para mí fue vivir con ella.
Para eso sirven los diarios y un blog: para recordar, recordarte y que te recuerden.
Hola Ana,
Gracias por tu post. El test de ADN me ha dado para charlar con mis hijos adolescentes a lo largo de la cena de ayer.
También yo suelo escribir, tengo muchas libretas que aún conservo de cuando era pequeña, de adolescente y ahora de mayor. Empecé con los diarios y después la me resultó muy terapéutica para expresar emociones (especialmente después de ser madre).
También he probado lo de escribir 3 cosas bonitas que me han pasado durante el día y me ha gustado pero no he tenido continuidad. Me ha gustado porque te das cuenta, cuando lo escribes, que las cosas más bonitas que te pasan durante el día es reírte de algo con alguien, que alguien te sonría, o sea cosas muy muy pequeñas. Escribirlas, recordarlas ... te hace ser más agradecida.
Pero mis hijos no lo deben llevar en el ADN porque lo de escribir 0. (jeje)
Sin embargo me embarga cierta intranquilidad el hecho de que lean lo escrito cuando no esté (al contrario de lo que tú escribes) y eso es lo que me ha hecho pensar más. A ver si los decepciono ... qué curioso. En eso me tengo que poner manos a la obra.
¡¡¡ Gracias !!!!
Yo, después de muchos años pensándolo, me sumergí por completo en el tema de construir mi árbol genealógico el pasado noviembre. Resulta que en los últimos años Family Search (una web de los mormones) no sólo ha digitalizado gran parte de los registros que tenían escaneados de varias diócesis españolas, sino que además han comenzado a extraer texto y estructurarlo. Gracias a ello me topé con que todos los registros bautismales de la provincia de Segovia. Y bueno, yo que soy muy segoviano y mucho segoviano, he podido trazar un árbol por bastantes ramas hasta el siglo XVIII y en alguna hasta el siglo XVII. Todo sin salir de la provincia de Segovia.
Con todo eso, también decidí hacerme un test de ADN, pa' ver qué decía. Para sorpresa de nadie, salió un 92% ibérico. También me salió un alto porcentaje del Levante mediterráneo (un 6%) y algo de las Islas Británicas (2%), pero hasta que no consiga trazar alguna línea documental me costará creérmelo. Porque sí, soy de 'esos'.
Un placer leerte.