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Salí de trabajar y en la marabunta que a cualquier hora circula por la Gran Vía me llamó la atención un hombre que al borde mismo de la calzada estaba doblado sobre sí mismo como si hubiera algo interesantísimo en su bragueta, se hubiera pillado la piel con la cremallera o estuviera a punto de volcar y rodar por la acera. Por un momento temí que le hubieran pegado un tiro en el estómago y se estuviera apretando la herida para no desangrarse, pero enseguida me di cuenta de que no podía ser porque no había escuchado el disparo. A lo mejor había sido una puñalada, algo silencioso, rápido, que hubiera pasado desapercibido para la gente a su alrededor.
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