Esta mañana he tenido que preguntar a mi madre cómo limpiaba la brocha con la que llevaba dos horas impermeabilizando la terraza. Es esa clase de conocimiento que no tengo o, mejor dicho, no me atrevo a tener porque es algo que mi madre siempre sabe mejor que yo (o eso cree ella). Si, por un casual, hubiera mostrado algo de iniciativa por mi parte y me hubiera puesto a limpiar la brocha sin consultarle, enseguida hubiera aparecido sobre mi hombro y me hubiera dicho: «¿vas a limpiar la brocha con agua?», frase que en realidad quiere decir «hija mía, eres un desastre, menos mal que estoy yo aquí para enseñarte a hacer las cosas». (Recordemos que tengo 50 años y mi madre, cada vez que me ve salir de casa, me dice: «¿vas a ir así, sin peinar?»). La cuestión es que andaba limpiando la brocha cuando he tenido el pensamiento de que unas que tampoco hubieran sabido qué hacer con la brocha llena de pintura impermeabilizante son las protagonistas de And Just Like That…, una serie empeñada en demostrar que las mujeres de más de 50 años son estúpidas, ñoñas, cargantes, infantiles, antipáticas, bobas, superficiales, egoístas, catetas en su peor acepción, pusilánimes, falsas, flojas, cargantes y, sobre todo, RIDÍCULAS. Ridículas hasta resultar ofensivas, ridículas hasta causar una vergüenza ajena que me dan ganas de taparme la cara con un cojín o, en un gesto que se inventó mi hermano cuando vio por primera vez Chucky, el muñeco diabólico, taparme los ojos con los pulgares mientras con los índices me tapo los oídos para no verlas, para no escucharlas, para intentar olvidar que existen, que alguien ha creado esta basura de serie.
Yo vi Sexo en Nueva York tarde. Tenía más de treinta años y dos hijas y la vi en la colección de dvds d que me prestó una de mis tías. Era mi momento de asueto, de desconexión. A pesar de no tener absolutamente nada en común con las protagonistas (ni vivía en Nueva York, ni tenía éxito con los hombres, ni soy elegante, ni me gusta la ropa, ni me gusta salir por la noche arreglada, por aquel entonces ni escribía… ) la serie me entretenía y a lo mejor aprendí algo, no lo sé. Lo que sí sé es que no me daba vergüenza ajena ni me hacía sentir insultada como mujer de 30 años. Aquello, y esto también lo he pensado mientras limpiaba la brocha, era un poco como el Instagram de los primeros dos mil: lujo, glamour, cotilleo, brilli-brilli y vidas de mentira completamente irreales e inalcanzables. Era frivolidad con criterio. No eran mujeres como yo pero, aparte de pasearse divinas, tenían vidas, preocupaciones, intereses, sentimientos, algo.
En And Just Like That… no hay nada de eso. ES LA NADA. De las amigas originales que continúan en la serie (Miranda, Carrie y Charlotte) no se salva ninguna. Y cuesta creerlo, pero la que peor parada sale de este intento cochambroso de ser modernas, inclusivas, naturales e independientes es Miranda. La más sensata y con más criterio de la serie original, aquella con la que te podías identificar en algo. Ahora, ll idilio forzado con Che (único personaje que se salva y que tiene algo de peso y credibilidad y sentido en todo el despropósito) es tan burdo, tan poco natural y grita tan fuerte «ey, mira, cómo molamos, somos superinclusivos y nos parecen bien todo tipo de relaciones» que es exactamente la misma actitud del que te dice «yo no soy racista porque tengo un amigo negro». Lamentable. Cada vez que Miranda aparece en pantalla me preparo para lo peor, para un bochorno mayor aún que cuando estando en Irlanda me dijeron que íbamos a ir a ver a “Queen Elizabeth” y yo dije: «qué bien, nosotros también tenemos reinas en España» y empecé a hablar de la monarquía. Luego resultó que lo que íbamos a ver era “Queen Elizabeth”, el trasatlántico que cruzaba por el puerto del pueblito donde yo estaba. Nadie se rió de mí en mi cara (supongo que todavía se están riendo), pero treinta y cinco años después aún siento el bochorno al recordarlo. Un ridículo de treinta y cinco años, sin embargo, se queda en nada comparado con lo que siento cuando veo a Miranda hablar, actuar y comportarse como si no tuviera riego cerebral, como si fuera solo uno de los sims programado para escoger la opción que la hace parecer más oligolérdica.
Charlotte fue siempre la amiga tontita que todos tenemos. Hace veinte años era graciosa en su ingenuidad y la apreciabas porque era buena, la típica amiga que nunca ve el mal, que piensa que todo el mundo es bueno y que con un poquito de esfuerzo todos podríamos vivir en un mundo de luz y de color. En And Just Like That… Charlotte es una madre del opus haciéndose pasar por moderna. En el último episodio, cuando mandan a sus hijas al campamento y corren a casa a follar como si la convivencia con adolescentes impidiera tener una vida sexual de pareja interesante, era lamentable. Pero los guionistas nos tenían planeado algo aún peor, algo que si hubieran hecho una encuesta entre los espectadores hace un mes nadie hubiera imaginado: una escena de supuesto sexo tan ridícula que hasta grité: «PERO QUÉ MIERDA ES ÉSTA». Aclaremos que en esta serie ellas siempre follan con sujetador, lo que resta por completo cualquier atisbo de credibilidad a la escena porque todo el mundo sabe que la primera prenda que vuelta fuera es el sujetador; pero en fin, suspendida nuestra credibilidad en este punto, lo que ya no se sostiene de ninguna de las maneras es que Charlotte, esa cumbre monjil, le pida a su marido que se corra en sus tetas, a lo que él responde: «pero si no es mi cumpleaños… », y la escena termine con Charlotte reclamando que donde está su semen que ella no lo ve y que eso no puede ser, que ella para darse por satisfecha quiere quedarse pegajosa en el canalillo. Esto va aún más lejos y acaban en el médico, luego el matrimonio haciendo ejercicios de Kegel y él diciéndole a ella que su vagina parece un cepo para lobos y termina en una escena en la que se supone que ella le pajea a él y acaba con la mano como si se le hubiera derretido un helado de nata. Al lado de esto, lo mío con el “Queen Elizabeth” parece hasta respetable.
Carrie hace de Carrie pero peor, como con desgana. Cualquier ingenio o gracia que tuviera hace veinte años ha desaparecido debajo de capas y capas de incongruencia argumental y supuesta crisis existencial en la que se mezcla el duelo, el miedo a envejecer y el aburrimiento. En la serie original las tramas de los episodios tenían un sentido, algo básico: empezaban, se desarrollaban y terminaban. Ahora todo se reduce a una serie de escenas pegadas unas a otras a cual más improbable, indescriptible y bochornosa. Algunas son directamente insultantes. Por Dios Bendito, ¿cómo es posible que Gloria Steinem se haya prestado para aparecer aquí? ¿Cómo es la escena del robo de joyas? Ni en Torrente se hubieran atrevido a algo tan chusco.
Que Sexo en Nueva York era una serie solo de blancas ricas y que la vida real no era ni es así es algo que todos sabíamos. Igual que pasaba con Friends, Cheers, Frasier o Los problemas crecen. Hemos avanzado y ahora en las series y pelis se intenta que se parezcan más a la vida real donde, especialmente en USA, la mezcla intercultural es lo cotidiano. Correctísimo, pero de ahí al festival de inclusividad forzada de esta serie hay un salto. Es que me imagino la conversación: «Chavales, tenemos que ser inclusivos». «Vale, jefe, pásanos la lista de lo que hay que incluir», «Latinos ✓, negros ✓, lesbianas ✓, discapacitados ✓, hombres comprensivos ✓, señoras ancianas ✓, bisexuales ✓, mujeres que no quieren tener hijos ✓, negros ricos ✓». Han escrito los guiones siguiendo el mismo método que te daban a ti en el colegio para escribir las redacciones de inglés: metiendo todas las palabras que te decían aunque lo que escribieras no tuviera el más mínimo sentido.
¿Y el sexo? ¿Cómo es posible que guionistas con experiencia, supervisados seguro por coordinadores de guión, editores, productores ejecutivos, directores y las mismas actrices hayan sido capaces de sacar a la luz una escena en la que hablando de semen una actriz diga «yo siempre fui mucho de mayonesa»? ¿Cómo es posible? ¿Mayonesa? ¿En serio? ¿Pero cuántos años tienen? ¿siete? O, por favor, que se hable de un tío con un gran pene como «Fulano el de las tres piernas» y que Carrie se ruborice? ¿Dónde estamos? ¿En unos ejercicios espirituales? O ¿Miranda poniéndose un arnés y actuando como si fuera Harpo Marx intentando cambiarse de chaqueta? Como dice el dicho popular: «Manolete, si no sabes torear para qué te metes». ¿Qué necesidad hay de hacer escenas supuestamente de sexo si vas a tratarlas como una clase de sexualidad para teletubbies? Es todo tan increíble que parece que entre toda esa gente culpable de este horror solo tuvieran un cerebro y lo usaran por turnos.
Sobre los estilismos y demás no puedo decir nada sesudo porque a mí, tanto ahora como en la serie original, me parece siempre que van hechas unas auténticas mamarrachas y que cualquier persona que, en la vida real, dedicara esa cantidad de tiempo, dinero y esfuerzo en pensar qué ponerse no es de la misma especie que yo. Considero, además, que todo lo que llevan a mí me parece siempre muy incómodo y muy poco práctico. En la serie original sufría por ellas, por sus pies, por sus tetas, por el frío o el calor que debían estar pasando. Ahora ya solo digo en voz alta, como la señora mayor que soy: «mamarrachas». En el episodio dos el mamarrachismo alcanzó su cumbre cuando Carrie iba con Charlotte a una tienda vestida con un mono de mecánico de Top Gun y un bolso que era una especie de pájaro disecado y que llevaba en el brazo como si lo hubiera recogido de la calle para cuidarle la patita. Cuando va a pagar unas botas que ha encontrado y que obviamente no necesita, abre una tapita en el lateral del pájaro y saca la cartera. Lo escribo y pienso: si yo leyera esto sin haberlo visto no me lo creería.
Hay mujeres que se niegan a envejecer y hacen todo lo posible por intentar frenar lo inevitable y hay otras que, sin que necesariamente les haga feliz el proceso, que lo aceptan y viven tranquilamente sin darle más importancia de la que tiene y, sobre todo, sin perder energía luchando contra algo que no se puede parar. And Just Like That… es como una de esas mujeres que no sabe envejecer, que se autoengaña y se pone en ridículo.
Si And Just Like That… hubiera sido una serie que quisiera retratar a mujeres que no saben envejecer, lo hubiera clavado. Si esa hubiera sido su intención la serie es perfecta. Como me temo que su intención era justo la contraria (retratar cómo las mujeres mayores de cincuenta tienen vidas interesantes, llenas de cosas que valen la pena y de conocimiento que han adquirido en sus vidas) la serie es un fracaso absoluto.
Es malísima, terrible, espantosa, un horror.
La pregunta es entonces: ¿Por qué lo veo? ¿Por qué no lo dejo? Pues porque es como mirar un accidente o un programa de reformas de los gemelos. No puedo dejar de verlo, necesito comprobar a qué cumbre de vergüenza ajena son capaces de llegar y, semana tras semana, reconocer que ni en mis ensoñaciones más alocadas, drogada con ayahuasca y alcoholizada yo hubiera sido incapaz de perpetrar tal despropósito.
Y ahí sigo. Episodio tras episodio esperando un bochorno vergonzante que contemplo con lástima e ira. Lástima porque han desperdiciado una fantástica ocasión para hacer una serie con mujeres interesantes; e ira porque, una vez más, las mujeres somos retratadas como ridículas, absurdas y memas. Como criaturas caprichosas e infantiles incapaces de hacer nada provechoso con sus vidas. Me consuelo pensando que yo, aunque no sepa distinguir un Fendi de un Birkin, sé impermeabilizar una terraza y puedo tener una conversación sobre sexo sin parecer una ursulina.
No me he podido reír más leyéndote. Gracias 🙂
Me ha encantado el texto, incluso has despertado una curiosidad malsana por asomarme a la serie, gracias por el despelleje.