Los Karitiana, un pueblo indígena del Amazonas, de la zona de Brasil, no dividen el tiempo, como nosotros, en pasado, presente y futuro, sino en el futuro y el no futuro. Los Yagua, otro pueblo amazónico, tienen ocho tiempos verbales, entre ellos uno para lo acontecido entre hace un mes y un año, otro para lo que va a ocurrir en breve y otro para cosas que en principio sucederán más adelante en el futuro.
¿Un no futuro y un no futuro? ¿Es el no futuro el pasado o es una línea temporal en la que imaginas acontecimientos, vicisitudes que están por llegar o quieres creer que llegarán pero qué no ocurrirán nunca y por eso pertenecen al tiempo no futuro?
Para el millón de Aymara que habita la zona de los Andes el tiempo no es pasado, presente y futuro. Su organización mental con respecto al tiempo es completamente diferente a la nuestra. Tienen el término nayra, que se traduciría como el último año, que es el “año que puedo ver” y que para ellos se extiende delante de ellos. Es decir, si yo fuera Aymara, lo que vería ahora mismo, el día que cumplo 52 años, no serían los doce meses que me quedan hasta cumplir 53, sino los doce meses que han pasado desde mi último cumpleaños. Para los Aymara el pasado es lo que tienes delante, lo que puedes ver, escudriñar, analizar, lo que en definitiva conoces, aunque lo que sucedió hace mucho tiempo, por ejemplo, tu infancia lo llaman el tiempo “muy delante de mí” y que, por tanto, ya casi no es visible, se va a olvidar. Mientras tanto el futuro que no puede verse, que nos resulta desconocido, que es invisible, que está por venir, está a tu espalda.
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Últimamente una de las cosas que más me sorprenden y a la que doy más vueltas es al tiempo. A su uso, su discurrir, sus sorpresas, sus cambios de ritmo y de dirección. Le doy vueltas a su aparente ligereza en algunos momentos y a la carga inasumible que parece ser en otros. Me sorprende cómo algunas veces flota y otras se hunde. A veces es algo muy personal y otras veces es compartido. Cuando quiere mi tiempo se acompasa con el de los que me acompañan pero otras veces se distrae como un cachorro distraído y, en algunas ocasiones, se vuelve lento hasta casi pararse y cuando el tiempo se para, puede hundirte.
Ahora mismo me parece que veinticinco años que, con suerte, me quedan por vivir son poquísimos pero al mismo tiempo los próximos dieciocho meses me parecen una eternidad que no sé si seré capaz de atravesar. Llevo semanas, desde que leí el artículo sobre si el lenguaje condiciona cómo pensamos y aprendí sobre los Karitiana, los Yagua y los Aymara pensando si, por muy desconcertante que me resulte pensar en el tiempo que me queda por vivir así, como algo que está a mi espalda, no tiene muchísimo más sentido que mi, nuestra, manera de pensar hasta ahora. Antes de conocer a los Aymara imagina las posibilidades de mi futuro como algo que se extendía frente a mí, al alcance de mi mirad, creía que podía avanzar hacia ellas con los brazos extendidos, acercándome hasta rozarlas primero y abrazarlas después, para luego dejarlas atrás, centrada ya en el siguiente futuro. Ahora, me pregunto si no es más real, por muy antinatural que me resulte, imaginar mi futuro a mi espalda, casi acechándome, como algo que puede sorprenderme en cualquier momento.
Escribo este texto encerrada en mi cuarto mientras oigo a mis hijas reírse a carcajadas preparándome el caminito de chuches que recogeré cuando me levante. Abriré mis regalos, desayunaré con ellas y me iré a trabajar. Quiero vivir el año que empiezo sin empeñarme en saber qué vendrá, qué hay ahí delante. Quiero centrarme en paladear lo que ya ha pasado, lo que ocurrió y no esperaba.
Hoy cumplo cincuenta y dos años y no tengo ni idea de lo que está por venir. Quizá, como temían los galos, el cielo se desplome sobre mi cabeza o un tsunami de acontecimientos inesperados, tanto buenos como malos, me arrase obligándome a trastabillar, tragar agua y bracear para mantenerme a flote. A lo mejor ese futuro desconocido solo es una brisa que me despeina y me empuja hacia delante o a lo mejor me caigo. A lo mejor Trump acaba con mi futuro y el de todos.
Para los Yupno, que viven en Nueva Guinea, el futuro es como un río que, desafiando la gravedad, sube por las escarpadas laderas de las montañas mientras que el pasado corre hacia el valle.
Hoy cumplo cincuenta y dos años y espero que el futuro me empuje con fuerza hacia delante por lo menos otros veinticinco años más. Que me empuje, por lo menos, a escribir mejor y a saber callar a tiempo. Con eso me conformo.
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Feliz cumpleaños! Gracias por tus escritos. Es un verdadero disfrute leerlos
Estupendo regalo, en miércoles puntúa doble